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Félix Beltrán: Maestro y amigo


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Félix Beltrán participó en el recién concluido VII Congreso Internacional de Diseño Forma 2015 con su conferencia magistral El diseño, su sentido común, su sentido social.

Conocerlo y compartir con él unos instantes resulta para cualquiera un hecho inolvidable. Siempre está el mito y uno se imagina encontrar a un tipo alto, fornido, de mirada escrutadora… todo un gurú del Diseño (como algunos se han apresurado en definirlo). Pero Félix es otra cosa: más bien es de estatura baja, algo entrado en años (llevados con gracia y elegancia), con unos ojos profundos y bonachones, que entornan cierta melancolía por ese tiempo pasado en el que «no fue un santo», y de un fino e irónico sentido del humor. En resumen, un cubano salido del más criollo de los sentimiento y, sobre todo, alguien muy bien parado en sus pies.

A primera vista no parece un diseñador sino un filósofo o un historiador (aunque sin barba). Y cabría preguntarse entonces: ¿cómo luce un diseñador? Pero nunca es cuestión de forma sino de esencia. Y es que Félix habla constantemente y de cualquier tema, lo que hace que en ocasiones se te olvide delante de quién estás. Pero eso no es un problema, porque enseguida vuelve a la carga como si nada hubiera pasado y uno se queda movido, tratando de entender cómo se puede ser así. Y la respuesta está en haber vivido. En disfrutar la experiencia de los años y del buen hacer, que cuando van juntos es un tesoro invaluable.

Algo que lo distingue es su actuar pausado, que obliga a calmar cualquier apuro que se tenga y a concentrar nuestra atención en él. También señala. Mueve sus manos continuamente: apuntando, indicando, esbozando en el aire las ideas y proyectando, pero también regañando, aunque eso lo hace mejor con palabras. Sus dedos lo marcan todo, como si dibujara en el aire. Si uno comienza a seguirlos comprende el sentido de muchas cosas. Es su apoyatura preferida.

En Félix siempre está presente el chiste, la jarana, las citas intertextuales, las anécdotas de viajes, la mención a algún que otro amigo, un profesor, los encuentros con maestros indispensables del Diseño o del Arte —la plana mayor, como él mismo dice—, a los que siempre les dirige un halago —aun cuando hayan sido o sean personas terribles—, o simplemente, a la historia de su vida, que no es tan sencilla como nos hace ver.

Félix ha regresado a La Habana después de treinta y tres años. Todo ha cambiado aquí y en él. Siente añoranzas pero las disimula muy bien. Ha vivido una vida como pocos. Ha explotado al máximo su capacidad creadora y comunicadora. Le ha alcanzado el tiempo —lo ha sabido aprovechar— para trabajar aquí y allá, viajar, impartir clases o recibirlas, ir a congresos, convenciones, festivales, ferias y bienales, y para escribir. Es uno de los pocos diseñadores que conozco que diseña y escribe bien. En él va la teoría a la par de la producción, porque los hay que dicen mucho y obran poco, y viceversa. Y tal vez por eso Félix es especial. Lo conocí primero a través del cartel y poco a poco fui descubriendo sus otras facetas: logotipista (si es que el término existe), dibujante, fotógrafo (sí; estudió con Richard Avedon en Nueva York) y escritor de algunos de los libros fundamentales del Diseño Gráfico cubano; adelantado en su tiempo y claro de la necesidad de escribir, de recoger las experiencias y de crear un corpus teórico nacional que nos permitiera comprender mejor los procesos que estábamos desarrollando y que no podían perderse en la inmediatez de la Revolución o en los gruesos faldones del tiempo.

Pero tal vez, de todas sus producciones la menos recogida es la docencia. Recuerdo haber visto algunos videos tomados en la Universidad de Costa Rica a donde fue invitado a impartir un taller. Su manera es única. Se mueve en ese espacio sagrado como un pez en el mar y como es —no me canso de repetirlo— un excelente comunicador, sabe cómo atraer a su público. Félix hechiza o, al menos, encanta.

Cree en la tipografía como el recurso fundamental de la expresión, más ahora que los índices indican que la lectura decae y que la imagen fotográfica nos desborda. Sigue apostando por la simplicidad, por «decir más con menos» como decía Van der Rohe, por avanzar en la niebla —a lo Glaser— e imponerse un método propio, pero sin límites porque sería como encadenarnos a un fin sin sentido.

Félix disfruta de sus amigos y de los que aún no lo son. Con todos es cortés, agradable y cariñoso. Tiene tiempo para hablar y saludar a quienes se le acercan. Posa, como una estrella de cine, junto a los que anhelan inmortalizar el momento de estar a su lado, de estrecharle la mano o de pedirle un autógrafo. Pero como todos, tiene también sus enemigos, que se remuerden en silencio o con una ligera bulla. Para ellos: el tiempo, que cruelmente olvida y destruye.

En cambio, hay otros que opinan que Félix es el más importante cartelista cubano. Yo no llegaría a tanto, aunque para mí su cartel CLIK —junto al Chaplin de Morante, el Harakiri de Reboiro, el Besos robados de Azcuy, el Canción protesta de Rostgaard y el Niños desaparecidos de Muñoz Bachs—, sigue siendo una de las joyas de la corona de la gráfica cubana. Su obra sobrepasa los referentes nacionales y se convierte en una suerte de vademécum necesario. Con mirarla cualquiera puede aprender a descifrar —como en la mejor de las clases— los códigos que no se deben desconocer y en los que se puede encontrar un asidero con el cual defender lo bien hecho.

Félix es como un niño grande: inquieto, bromista e incansable. Tiene una energía vital que lo sobrepasa y que le transmite a quienes están a su lado. No se cansa de dar consejos que, como si fueran recetas de cocina suelta, intercalados, para que no te olvides del Diseño. Y entre uno y otro mira a su Teresa, y uno comprende enseguida la magia de todas las cosas. Ella, que siempre lo acompaña, es la piedra angular de su presente, el sostén de su día a día y también, su compañera de viajes y de trabajo.

Un abrazo, un apretón fuerte de manos y un par de manotazos en la espalda. «Te escribo en estos días y así seguimos chismeando. Sigo creyendo que la simplicidad en el Diseño no está separada de la estética pero está muy ligada a la función». No es un despido, sino un «Nos vemos al rato». Tres días inolvidables con el Maestro, con el amigo.


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