Festival de Josone: todo el mundo bailando así…
Organizar y realizar un festival musical en el verano se ha convertido en toda una gran práctica internacional. Ciertamente no hay mejor momento ni fechas en el año para lograr dos de los objetivos que subyacen tras la idea cultural y/o comercial de un evento de esta finalidad: es el momento en que la necesidad y dependencia del ocio llega a su punto máximo.
En muchas partes del mundo los festivales de verano tienen entre su principal público a los jóvenes y a un segmento de población en el que priman los profesionales. Para el primer grupo se piensan los grandes espacios abiertos en que se han de dar los conciertos masivos, para los segundos se crean y diseñan espacios en los que logren sentirse a gusto y se adaptan a su visión del ocio y el disfrute: se le da cierto toque vintage y se admite su visión conservadora a la hora de asimilar las propuestas musicales que se han de presentar.
Como último recurso, los organizadores, dejan un espacio para el grupo familia que se piensa para los horarios vespertinos. Hay para todos los gustos y todas las edades; y se tiene presente el generar la demanda para que los públicos sientan que son parte importante, la más importante, del evento.
Con estas premisas se definen los talentos que habrán de presentarse, sean autóctonos o invitados; y en dependencia de su calibre y peso musical así será su valoración jerárquica en el diseño del programa.
En el caso del Festival Josone: jazz, rumba y son; se ha intentado, desde el año 2018 en que lanzó la primera convocatoria, alcanzar este objetivo; solo que nuestro caso la visión musical siempre está subordinada a eso que se llama “orquestas de primera línea” y pocas veces –esta edición es la primera—se apuesta a romper la crisálida apostando por propuestas menos conocidas, tanto en materia mediática como musical.
Y esa necesidad de que todo el talento convocado gire en torno a la primera línea es un mal que arrastran y profundizan todos los eventos musicales que hoy se organizan en Cuba. la definición de “orquestas de primera línea” es hoy por hoy el argumento más enajenante que se puede esgrimir a la hora de valorar o de promover la música cubana.
Qué o quiénes definen que una orquesta o cantante sea parte de la primera línea. Cuanto pesa su presencia en la radio o en los programas de televisión de alcance nacional o provincial. Hay muchas posibles y potenciales respuestas, pero siempre prima el mismo argumento irrebatible: si no estás en La Habana no existes. Así de sencillo.
Superar “el síndrome de la primera línea” sería el primer gran paso para que tanto Josone como el resto de los eventos de su tipo ganen en pluralidad. No se olvide que el público; que es a fin de cuentas el gran jurado, no siempre esta de acuerdo con quienes imponen estos criterios y pocas veces se le tiene en cuenta.
Un elemento a considerar a futuro por parte de los organizadores es la importancia de la vida nocturna que define a un festival. Una vez terminados los conciertos dentro del área del parque Josone la magia muere; y una de las grandes virtudes de la historia musical cubana han sido las leyendas que se generan en el momento que comienza a vivirse la bohemia; que no es lo mismo que farandulear.
Varadero siempre tuvo su vida nocturna, sus espacios en los que disfrutar del jazz –una de las fuentes originarias de este festival—marcaron la vida de muchas personas y músicos en general; lo mismo que donde bailar o conversar a altas horas de la noche, incluso esperar el día. La historia de los festivales que precedieron a Josone estuvo marcada por esos eventos.
Sería prudente pensar que el jazz tiene dos visiones. La originaria, la del pequeño espacio donde se respira música entrelazada con el humo de cigarros y el olor de las bebidas; y la que desde mediados de los años sesenta del pasado siglo se comenzó a escribir con los grandes festivales de jazz.
Es en el primero de estos espacios donde se crean y disfrutan los grandes despliegues de talento, donde se generan esos performances que trascienden los grandes escenarios y donde los músicos se sienten muy a gusto. El festival de Josone adolece de esa voluntad de devolverle al jazz en Varadero ese papel que jugo desde siempre.
No se trata de revivir las noches del hotel Internacional o de los bares de los hoteles Kawuama, Atabey u otros que fueron referentes en décadas y eventos anteriores. Las dinámicas del turismo en esa ciudad han cambiado; pero los espacios existen y están subutilizados, ignorados; algunos en los alrededores del mismo parque Josone.
Si la apuesta por este festival es que se convierta en referente más allá de nuestras fronteras debe pensarse –con visión económica a largo plazo—en todos los segmentos de mercados y gustos que en estas fechas allí convergen. Y que se respire en toda la ciudad balneario el ambiente de fiestas que debe generar un festival.
Eso pasa por la inclusión musical, más allá de prejuicios. Abrir el abanico sonoro no solo potenciará nuestra cultura musical, será una fuente de empleo y plataforma de lanzamiento de proyectos y propuestas musicales que pudieran llegar a ser tendencia tanto a lo interno como a lo externo. La vida y experiencias anteriores lo demostraron.
Públicos, talento y música suficiente hay para encender las noches de Varadero, esas en las que el Benny conoció la paz y fue feliz.
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