Florencio Gelabert: recordar sus esculturas y contribuciones


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No todos los caminantes que pasan por el Hotel Riviera de La Habana, frente al Malecón, saben que el autor de la obra que preside su entrada es del escultor cubano Florencio Gelabert que falleció en esta capital un día como hoy del año 1995, a los 91 años.

Dicha escultura tiene por título La sirena y el pez, está allí ubicada, desde su inauguración el 10 de diciembre de 1957, y es una de las obras más sobresalientes de la bella instalación turística, declarada Monumento Nacional el 18 de abril de 2012, y notable ejemplo de la arquitectura racionalista del Movimiento Moderno en Cuba.

La sirena y el pez es un conjunto de casi siete metros, en acero recubierto de hormigón, técnica de la que fue pionero Gelabert, y destaca por la elegancia y fluidez de sus líneas que ofrecen una sensación de movimiento perpetuo. 

En 1994 el escultor confesó en una entrevista que el ritmo que se aprecia en La sirena y el pez es un resultado de la influencia determinante que tuvo la música en su vida; en la ocasión dijo: «Creo firmemente que las artes plásticas, la música y la literatura están tan mezcladas que lo que uno sabe de una cosa, lo beneficia cuando se quiere insertar en otra (…)». 

 

 

Tesón, talento e indiscutible buena suerte José Florencio Gelabert Pérez, nació en Caibarién, Las Villas,  el 23 de febrero de 1904; sus orígenes fueron muy humildes por lo que desde muy joven fue aprendiz de fundidor; poco después se interesa por la música y logra entrar a la Banda de Caibarién, hasta que obtiene una beca en  la Academia San Alejandro de La Habana, donde comienza su camino en las artes plásticas, desde 1928 a 1934, y, a la par,   se vincula a músicos como los imprescindibles Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla.

Tesón, talento e indiscutible buena suerte hacen que gane en concurso una cátedra de profesor en la Escuela de Bellas Artes, anexa a San Alejandro, y en 1938 se entrega por entero a la escultura.

De 1941 a 1945, estudia Pedagogía del dibujo, en la Universidad de La Habana, y en la década del 50 en la Escuela de Artes y Oficios. 

Contribuye a su formación un recorrido por ciudades como París, Nápoles, Roma, Florencia, Venecia, Bélgica, donde establece relación con célebres artistas.     

En el año 1946, mientras reside en México, presenta una de sus primeras exposiciones personales en el Palacio de Bellas Artes; luego en Cuba, realiza algunos monumentos y esculturas para diversas instituciones oficiales y privadas, como la escultura en bronce, erigida en el Parque Trillo de La Habana al general Quintín Bandera y Betancourt.

Por esta época realiza las obras para la ambientación artística del Riviera; además de la ya mencionada, El Caballito de Mar, La Ninfa, y el Tiburón.

Es emplazada también su Fuente La Velocidad, en piedra artificial, alegórica al transporte, en el costado de la Terminal de Ómnibus, otra en el Hotel Atlántico, y el mural de la heladería Ward, de Santa Catalina, en La Habana.

 

 

Realizó más de veinte exposiciones personales desde la temprana fecha de 1929, varias en el Museo Nacional de Bellas Artes, y piezas suyas se encuentran en la colección permanente de esta institución.

Desde 1959 y hasta el 63 se desempeña como director de San Alejandro y posteriormente trabaja en el Ministerio de la Construcción y en la empresa de proyectos EMPROVA.

Aporte sustancial a la «salida de la escultura a la calle»

 

 

Muchos expertos reconocen en Gelabert haber realizado un valioso aporte a la «salida de la escultura a la calle, despojándola del elitismo de los salones». 

El incansable trabajador del arte, utilizó diferentes técnicas, en su quehacer escultural. En varias provincias del país se localizan conjuntos escultóricos, bustos, monumentos y fuentes debidos a su maestría e ingenio como el Panteón de los Veteranos de la Guerra de Independencia en el Cementerio de Colón, una de sus creaciones más emblemáticas. 

En Bayamo se encuentra un Monumento funerario a José Joaquín Palma; en Consolación del Sur, Pinar del Río, un busto de Antonio Maceo y otro también del Titán de bronce en Jagüey Grande, Matanzas.

Es loable su fidelidad y gentileza para con su Caibarién natal; coloca a la entrada del mismo el Cangrejo Gigante; en la localidad igualmente, el Friso del Liceo; es asimismo de su autoría el busto de la coronela María Escobar Lavedo, que se encuentra en el Parque Libertad, y al territorio que lo vio nacer regaló un busto en mármol de José Ma. Aguayo.

En la capital cubana, conjuntamente se conserva su fuente en los jardines del Capitolio Nacional y un busto de Fructuoso Rodríguez, en la Facultad de Agronomía, de la Universidad de La Habana.         

Gelabert cosechó una hermosa amistad con el campeón José Raúl Capablanca; en vida del as del ajedrez cubano realizó en 1938, una placa para festejar sus 50 años que fue colocada en el lugar donde nació y al fallecer el incomparable ajedrecista, el escultor tuvo a su cargo realizó la mascarilla funeraria que hoy se conserva en el Museo del Deporte.

Respondió a la convocatoria presentada por Juventud Rebelde para crear un monumento a Capablanca, en el cementerio de Colón, por el centenario de su natalicio, con un Rey de mármol de Carrara, que se encuentra en su tumba, hecho de manera gratuita.

Figuras como Florencio Gelabert merecen un recuerdo respetuoso y el agradecimiento eterno por la contribución sustancial a la consolidación del universo visual de la nación y a su cultura.   


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