En 1931, Cuba sufría la crisis económica mundial del capitalismo, iniciada en 1929 y extendida hasta 1933, “el crack del 29” como algunos le reconocen. La economía de este archipiélago, por entonces en la periferia de la estadounidense, de la cual era dependiente en importaciones y exportaciones, se lo sintió tanto en las ciudades como en las áreas rurales.
Coincidió la crisis con el comienzo del segundo mandato del presidente Gerardo Marchado Morales, quien había asumido la más alta magistratura de la nación para su primera administración el 20 de mayo de 1925 por el Partido Liberal, vencedor en los comicios sobre los partidos Conservador, de Mario García Menocal y Popular, de Alfredo Zayas Alfonso.
Con la componenda del “cooperativismo” entre los tres partidos, se produjo la cosmética y superficial Reforma Constitucional de 1928 que no se despojó de la Enmienda Platt ni hizo cambios estructurales profundos, pero sí prorrogó todos los poderes públicos sin elecciones, de manera que Machado, tirano todo el tiempo desde que tomó el poder, asumió el 20 de mayo de 1929 su segunda administración.
Su primer gobierno, algunos ingenuos lo catalogan de bueno por su amplio plan de obras públicas realmente significativo que generó empleos en toda la nación y que dirigió personalmente su secretario de esa cartera Carlos Miguel de Céspedes; un plan director para el ordenamiento urbano de La Habana y la creación de su Distrito Central con cuatro municipios, una reforma tributaria, el control de la zafra azucarera y la diversificación agrícola e industrial, muy tímida y modesta, pero, en definitiva, el primer intento de terminar con el monocultivo, la monoproducción y la monoexportación. Le cabe al “asno con garras” como le llamó Rubén Martínez Villena o “Mussolini tropical” como lo calificó Julio Antonio Mella, el mérito de ser el primer presidente que llegaba al poder con un plan de desarrollo económico y social, más allá de conducir con su participación personal, un gobierno asesino y torturador.
Su segundo gobierno coincide con la crisis mundial y entonces, la hambruna, la generalización de la pobreza, el “pan con timba” y la “harina con boniato” como comidas de los pobres, el desempleo, el crecimiento de los barrios insalubres y otras calamidades propias de la estructura carcomida del sistema, dieron cuenta que, cuando las soluciones no son de transformaciones estructurales, los males se reproducen.
En esa crítica situación nacional del “Machadato” nació, el 24 de septiembre de 1931 en la ciudad de Santa Clara, capital de la más céntrica provincia de las seis de entonces, un muchacho pobre de piel negra: Gerardo Abreu SOA, o sea, “sin otro apellido”, así se certificaba al nacer de una madre soltera sin reconocimiento del padre, no obstante, su apodo “Fontán” vendría a comportarse como ese segundo apellido que le faltaba.
Machado fue derrocado el 12 de agosto de 1933 por la situación revolucionaria nacida con la huelga de marzo de 1930 y que se extendería por diez años hasta la asamblea constituyente de 1940 y en ese contexto revolucionario, apenas con tres años de edad, Fontán se traslada con su mamá a vivir en una ciudadela del barrio de Colón, en el centro de La Habana. A la historia ha pasado como un patriota y revolucionario habanero porque en la capital, que lo acogió, desarrolló toda su vida prácticamente.
Cuando tiene 20 años y medio de edad, el país es sumido en otra criminal tiranía, la de Fulgencio Batista Zaldívar que trauma la vida republicana con un golpe militar el 10 de marzo de 1952 y a partir de entonces, Fontán dedicaría su vida a enfrentar al tirano hasta que es asesinado y su cadáver es lanzado por los esbirros, como afrenta a la ley, en la puerta del Palacio de Justicia, sede de los principales tribunales de la nación, el 7 de febrero de 1958, entonces tenía sólo 26 años.
Ha dicho este autor en su libro La Habana, ciudad azul. Metrópolis cubana, que Fontán forma parte de los “titanes habaneros” del Movimiento 26 de Julio en la capital junto a Sergio González López “El Curita”, Arístides Viera González “Mingolo”, Elpidio Aguilar Rodríguez, Guido Pérez Valdés y Ángel Ameijeiras Delgado “Machaco”.
A Fontán lo reclutó otro habanero entrañable que había sido miembro de la Juventud Socialista: el liseño Antonio “Ñico” López quien lo nombró jefe de las brigadas juveniles del Movimiento 26 de Julio en La Habana. A Fontán lo quisieron y respetaron los estudiantes revolucionarios de la segunda enseñanza, con más nivel cultural que él y la mayoría pertenecientes a clases medias y altas. Era un ídolo para la juventud estudiantil de los institutos de segunda enseñanza, la escuela normal, las de comercio y técnica industrial, entre otras. Actor aficionado, amaba al arte, joven serio pero entusiasta. Fue apresado en dos ocasiones y torturado, pero no claudicó. Un ejemplo de compromiso para su generación, para las presentes y para las futuras.
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