Instalado en la ciudad de Seattle, Frederick Trump cambió de actividad económica: abandonó su quehacer como barbero para dedicarse a colaborar en la apertura de pequeños restaurantes y hoteles, teniendo en cuenta el gran número de personas que estaban llegando a esa zona del país.
"Durante los siguientes ocho años, abrió varios locales de comida. Primero en Seattle y luego, en el Yukón, una geografía con grandes perspectivas de expansión y donde se vivía (como en otras riquísimas y productivas regiones), la conocida fiebre del oro ¡Y de qué manera!, si no recordar las películas del Far West demostrativas de los mecanismos inescrupulosos y hasta criminales utilizados contra sus pobladores originarios (indios) para tales propósitos, con vistas al logro exitoso de la gran mayoría de los nacientes negocios imperiales. Fue así entonces que Frederick decidió adoptar otra iniciativa de trabajo conocida con el nombre de “minar a los mineros”, o lo que se traducía en prestar servicios (¿????????), a quienes laboraban en las minas. Ocupación que significaba un movimiento constante hacia otras poblaciones. Jamás trabajó en el interior de las minas, como tampoco bajó a ninguna de ellas.
En el caso de él, parece que “la suerte no la pintan tan calva”, pues decidió partir de Yukón hacia Alemania, su país de origen en el año 1900, no sin antes llenar sus bolsillos con “una fortuna que equivaldría a unos $500 mil USD en la actualidad”. Con el tiempo, su legado sería muy distinto al de otros, pues 122 años después de su llegada al centro de Castle Garden –en el extremo sur de Manhattan–, su nieto se convertiría en el 45º presidente de Estados Unidos: Donald Trump.
Rico y deportado de Alemania
Convertido en un hombre acaudalado, Trump regresó por primera vez en 15 años a Kallstadt, donde conoció a Elizabeth Christ, la hija de un vecino de la casa familiar quien era once años menor que él.
En agosto de 1902, la pareja se casó y se trasladó a Nueva York, donde nació su primera hija. Allí, Frederick volvería a trabajar como barbero y como gerente de un hotel y restaurant; pero Elizabeth extrañaba Alemania por lo que en 1904 retornaron allí con la intención de establecerse definitivamente.
Las cosas, sin embargo, no resultaron como estaba previsto. En 1905, Frederick recibió una carta de las autoridades de Baviera las que negaban su petición de repatriación y le ordenaban abandonar el país en el plazo de ocho semanas. ¿La razón? Consideraban que su viaje a Estados Unidos, ocurrido 20 años antes, tuvo como objetivo evadir el servicio militar obligatorio, una falta que tenía como castigo la pérdida de la ciudadanía germana.
Por otra parte, había incumplido con la obligación de notificar a las autoridades su intención de ausentarse del país. Desesperado, Frederick escribió una carta dirigida a Leopoldo, príncipe regente de Baviera, en la que le rogaba que les permitiera permanecer en el país. En ella le explicaba de qué forma se había hecho rico en Estados Unidos y cómo sus vecinos de Kallstadt "se alegraron de haber recibido a un ciudadano capaz y productivo".
“¿Por qué deberíamos ser deportados? Esto es muy, muy duro para una familia. ¿Qué pensarán nuestros conciudadanos si personas honestas tienen que hacer frente a semejante decreto, sin mencionar las grandes pérdidas económicas que ocasionará?”, escribió Trump, mas sus ruegos fueron en vano.
Para junio de 1905, el matrimonio ya estaba de vuelta en Nueva York.
Tras el regreso, Frederick volvió a trabajar como barbero durante un tiempo hasta que inició un pequeño negocio de bienes raíces a partir de la compra de terrenos y de pequeñas propiedades en Queens, la que se convertiría en una populosa zona urbana newyorquina, hasta llegar a ser el germen del futuro imperio inmobiliario que él no pudo desarrollar al fallecer, en 1918, víctima de una epidemia de gripe. Ya por aquel entonces había nacido su hijo, Frederick Christ Trump, el padre del actual Presidente de los Estados Unidos.
Continuará…
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