“¡Los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”. José Martí, “Nuestra América”, 1891.
La diplomacia de las cañoneras regresa al Caribe. Barcos, aviones, un submarino y miles de efectivos estadunidenses son desplegados en la región, esta vez con el pretexto de luchar contra el narcotráfico y grupos criminales que ponen en riesgo la seguridad de los Estados Unidos. Parecería una gastada farsa si no fuera porque puede derivar en tragedia. La noticia circula al mismo tiempo que el gobierno de ese país, de manera impúdica, violando todas las normas de la convivencia internacional, pone precio a la cabeza del presidente legítimo de la República Bolivariana de Venezuela.
Al propio tiempo, Marco Rubio, en una entrevista publicada en el sitio oficial del Departamento de Estado, anuncia que su gobierno tendrá que enfrentarse inevitablemente al “régimen narcoterrorista” de Venezuela “con algo más que recompensas”, y menciona a Colombia, con su “presidente errático”, entre los países que deben regresar al camino de la más absoluta subordinación.
A Trump ─que ansía el Premio Nobel de la Paz mientras apoya sin fisuras el mayor genocidio de nuestro tiempo─ le encantaría llevarse la gloria de ser el enterrador de la Revolución Bolivariana. En tales circunstancias, nos corresponde denunciar el desvergonzado belicismo imperial y apoyar decididamente al pueblo y al gobierno de Venezuela.
En un momento tan peligroso, resulta imprescindible seguir trabajando por la unidad de las fuerzas de izquierda en Nuestra América. No podemos darnos el lujo de ceder ante trampas y manipulaciones que solo benefician a la reacción y al fascismo. Los previsibles resultados de las elecciones en Bolivia son un ejemplo muy cercano y doloroso del costo de la desunión. No se trata de ignorar diferencias o de callar ante lo que se considere erróneo o arbitrario, incluso dentro de las contradicciones de un proceso revolucionario. La construcción de la unidad pasa, sin dudas, por el debate y el análisis colectivo de situaciones complejas.
Pero, si algo está claro, y el propio imperialismo nos impide olvidarlo, es quién encarna desde hace al menos doscientos años al enemigo principal de los ideales de Bolívar y Martí. A ese enemigo, al gigante de las siete leguas, hay que combatirlo por todos los medios, sin extraviarnos en discusiones que allanen la misión de barcos, aviones, submarinos y los miles de efectivos que nos amenazan. Vuelve a ser “la hora del recuento, y de la marcha unida”.
La Habana, 18 de agosto de 2025.
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