Fuente del arte y de la vida


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Servando Cabrera-Fuente del arte y de la vida

Si otras manifestaciones de la cultura cubana carecen de obras trascendentes concentradas en el amor y el erotismo, afortunadamente el arte se da el lujo de tener en Servando Cabrera Moreno su expresión máxima, un exponente fiel que supo como nadie traducir la sensualidad latente en esta pequeña zona del mundo y anticiparse, desde finales de la década del 60, a lo que hoy es objeto de tanta producción simbólica en el mundo.

Ese “eslabón perdido” o “paseante solitario”, como le nombraron algunos amigos y admiradores, nos reveló una particular forma de movernos, insinuarnos, tocarnos, gozarnos, a través de lienzos convertidos en actos de belleza única, en manifiestos visuales plenos de sugerencias, insinuaciones, en constante celebración del cuerpo y de la propia pintura. Dotado de un saber ecuménico, monumental, acerca de la historia del arte, demostró fascinación por Boticelli, Goya, El Greco, Miguel Ángel, Van Gogh, Picasso, de Kooning, Bacon, Tamayo,  Saura, Lam, Amelia Peláez, Carlos Enríquez, en pinturas entregadas a la ambigüedad de la lectura, a la sugerencia de imágenes más allá de las dos dimensiones, y gracias también a ese sentido de la mutación, del cambio, que lo llevó de la academia a la abstracción, del neoexpresionismo europeo a la nueva figuración latinoamericana, del sencillo retrato lineal a la voluptuosidad de las transparencias pictóricas de profunda raíz cubana. Moderno y contemporáneo, su vida en un tranquilo barrio de La Habana, salpicada por viajes a otros países y por una cuota de incomprensiones, resentimiento, admiración y respeto, no pudo concentrar más dibujos y pinturas porque el tiempo no le daba: en un año, 1976, llegó a producir casi 300 obras asistidas por la fiebre de realizarse él y legarnos lo más valioso.

Para Servando, el amor no tenía fronteras y tornaba dinámico cuando asomaba el erotismo en manos, brazos, muslos, nalgas, torsos indistintos, transparentados metafóricamente en bosques, selvas, junglas habitadas por seres que se aman en una entrega total, en movimientos que no cesan de sorprendernos, ausentes de anécdotas que pudieran desviarnos de la insinuación. En sus lienzos no sabemos quién es quién, a qué sexo se refieren esos cuerpos pues sabía ocultar muy bien los rostros tras la enorme, a veces, dimensión de falos y senos, y esas distorsiones y fracturas dictadas por la necesidad de alabar los deseos y pasiones por encima de todo, el goce extremo.

Para Servando el amor es la forma más intensa de celebrar la existencia del hombre sobre la tierra. Y a él dedicó cientos de obras dispersas en colecciones estatales y privadas, incontables aún, a la espera de una copiosa investigación que arroje más luz sobre este singular y excepcional creador que no se amilanó ante aquellos difíciles años 70 en que todo parecía más gris, casi negro, pues desde esa misma y aciaga latitud espiritual que duele recordar supo concentrarse en lo profundo del individuo y en ese obrero, campesino, modelo, atleta, soldado, héroe, para arrancarle brillo a sus ojos, goce a su mirada, sin renunciar jamás a sí mismo, sin traicionarse y permanecer fiel al arte, a aquello que amaba y le rodeaba. 

La fuente de la vida, título de uno de sus lienzos y de esta exposición que inauguramos, parece sellar una penetrante relación amorosa desde donde parten todos los caminos del hombre y de la mujer. Y desde El gitano tropical y El majo desnudo, lanza curiosas señales hacia dos de sus pintores más admirados. Y en Y llego tarde al mundo, irónicamente nos ofrece un título que dice todo lo contrario pues Servando llegó primero que muchos a la modernidad, a la contemporaneidad, y primero que muchos al arte gay, al homoerotismo pictórico cuando todavía no soñaban realizarse en el espacio de la cultura occidental.

En el medio cubano Servando halló sus fuentes de inspiración, sus pasiones amorosas, renovadas luego en Sevilla, ciudad a la que dedicó otros importantes títulos y obras, y le devolvió fuerzas y anhelos: la ciudad del amor para él, según confesara en una ocasión. En un sentido general el amor era su gran tema. Y lo ubicó también en su patria, en su historia, en sus coterráneos, en sus alumnos, y en innumerables papeles, telas, paredes, plumilla y pinceles.

Gocemos entonces este fragmento de una larga serie erótica más que reveladora para comprender a quien es, probablemente, el más influyente de los artistas cubanos contemporáneos y que este año cumpliría 90, poco menos que su amada y deseada cifra de 94. Atrás va quedando su silencio, el infeliz olvido que en ocasiones sobrevoló su vida como ave roñosa y mediocre ante la inmensa belleza que representó y significa su obra. La niebla de su memoria va despejándose, gracias antes que todo al Museo Biblioteca que lleva su nombre y hoy el mayor albacea de su vida y obra. La fuerza de Servando Cabrera Moreno comienza a ascender entre nosotros y a penetrar misterios del corazón y la mente humanas en tiempos quizás más difíciles que los que él vivió.

Gracias a su audacia, perseverancia y ejemplaridad nos acompaña siempre.


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