Gazaperías No. 200


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Carrusel-tiovivo

Dice el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) de la palabra carrusel, en su segunda acepción: ‘Tiovivo’. Y de tiovivo expresa (estoy consultando la edición XXIII, de 2014): ‘Recreo de feria que consiste en varios asientos colocados en un círculo giratorio’, pero sucede que esta misma definición fue la que se consignó cuando ingresó la voz tiovivo por primera vez en el léxico oficial español, en la edición décimo quinta, de 1925, con lo cual creo que se quedó coja desde entonces la explicación, pues si bien es cierto que son varios asientos los que hay, también existen varios muñecos con forma de caballos (actualmente también de otros animales), en los cuales pueden montarse las personas, mayores y chicos. En Cuba y en otros países hispanohablantes, entre ellos España, también se le conoce a este aparato giratorio con otro nombre, el de caballitos o los caballitos, así en plural.

Al parecer, en la región catalana primó un artilugio parecido o igual, y la única variante que tenía era un poste muy cercano a la orilla del carrusel con una anilla, para que el “jinete” tratara de introducir una varita en ella, y de poder hacerlo, se ganaba un premio. Esto está descrito en el libro que trata acerca de els cavallets, de Joan Amades, titulado Tradicions de Gracia.

Según José María Iribarren, en su libro El por qué de los dichos, el primer carrusel instalado en España de que se tenga noticia, está registrado en el libro de Vicente González de Echavarri, titulado Alaveses ilustres (Vitoria, 1902), en que cita el hecho de que el Ayuntamiento de Vitoria autorizó, el l7 de abril de l812, a un ciudadano francés, apellidado Sebastiani, para colocar en una zona conocida como El Espolón, cuatro caballos de madera, situados estos sobre una rueda que giraba, y era para diversión de grandes y chicos. A esta instalación, en aquellos momentos se le denominaba “circo”.

Al parecer, con el tiempo comenzó a llamársele los caballitos. El nombre de carrusel, proviene del francés carrousel.

El carrusel, el tiovivo o los caballitos, ya dijimos que es la misma cosa.

¿Y por qué tiovivo?

Pues por Esteban Fernández —aunque otra fuente lo nombra como Esteban Méndez— quien era propietario de una de estas atracciones, que estaban situadas en lo que después se llamó Paseo de las Delicias, en Madrid, quién tuvo su “fallecimiento” el 17 de julio de 1834, en medio de una epidemia de cólera, que la noche anterior había costado alrededor de unas ciento cincuenta muertes. El dato se ofrece por primera vez en el libro Costumbres populares. Cuadros de color, de Sofía Tortilán (Madrid, 1880). La familia del “tío Esteban”, como le llamaban, ante la epidemia que azotaba la ciudad, decidió sacar el cadáver lo más rápido posible de la casa y darle entierro. El cortejo llevaba al “muerto” en andas, como correspondía a los pobres que no podían sufragar sarcófagos o cajas mortuorias como lo hacían los ricos, es decir, el “cadáver” iba bajo un paño negro o un sudario y sobre una especie de camilla, asida a dos largueros a cada lado, por los cuales le llevaban cuatro amigos del difunto, y seguidos por otros pocos. En los momentos que el corto cortejo pasaba rumbo al cementerio por cerca del lugar donde estaban instalados los caballitos del “finado”, cuando, de pronto, el tío Esteban se va quitando el paño negro de encima y levantándose comienza a gritar: “¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo!”, con lo cual creó una situación de pánico en los que le llevaban en andas, quienes soltaron todo ese andamiaje y nuestro tío don Esteban cayó aparatosamente al suelo y, esa gran caída, a pesar de lo debilitado que podría estar, no le causó la muerte, digo una verdadera muerte.

Al caer al suelo, con tan deteriorado estalaje salió corriendo, al igual que la mayoría de los que acompañaban el cortejo, así como los que cargaban las andas, y continuó gritando de su “vital” vida. En realidad había sufrido un ataque cataléptico y lo habían dado por muerto.

A partir de este hecho, que en todo Madrid se hubo de comentar, al “tío” que por poco entierran vivo comenzaron a llamarlo “el tío vivo”. Y los parroquianos, cada vez más, acudían masivamente a los caballitos del Tío Vivo, para poder observar de cerca y hasta charlar con el propio protagonista de tal hecho prodigioso. No le gustaba a don Esteban que se le llamara así, pero esto supuso que las ganancias del Tío Vivo comenzaran a aumentar de buena manera.

El apodo de “Tío Vivo”, al pasar los años, no solo alcanzó a los descendientes de don Esteban Fernández, sino que así pasó a llamársele a los propios caballitos: tiovivo.

Antes dije que fue en la edición décimo quinta, de 1925, que en el diccionario académico se le da entrada a la voz tiovivo, y a raíz de esto es que en un periódico de Madrid, Blanco y Negro, del 6 de diciembre de 1925, aparece un amplio comentario del origen de la palabra tiovivo, bajo la firma del articulista Torres del Álamo, aunque aquí no hay mucho nuevo que aportar, pues, más o menos, dice lo mismo que el comentario aparecido en el libro citado de Sofía Tortilán.

Ahora voy a dar a conocer algunos nombres que se le aplican al carrusel, al tiovivo, a los caballitos en diferentes partes:

Caballitos se le llama en Costa Rica, Cuba, República Dominicana, México, Panamá, Perú, Venezuela.

Carrusel se le denomina en Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala, Perú, Puerto Rico, Uruguay.

Tiovivo es el nombre que se utiliza también en Chile, Honduras, Uruguay.

Calesita, además de llamársele así en Andalucía, se utiliza en Argentina, Paraguay, Uruguay.

En Guatemala, además, se usa decirle rueda de caballitos.

En Puerto Rico también se le denomina machina.

En las islas Canarias lleva por nombre piola.

En portugués es corrossel.

En catalán es cavallets.

En inglés es merry go around.


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