"Correr el riesgo de hacer ir a un escritor ..."/> "Correr el riesgo de hacer ir a un escritor ..."/> Portal Cubarte  -  Gente de pueblo

Gente de pueblo


gente-de-pueblo

Soy parte de una familia, que como muchas familias cubanas, está dispersa por varias ciudades del interior; eso que solemos llamar el campo, como si las afueras de la ciudad capital no formaran parte de ese mismo “campo” que rodea el más importante centro urbano de la República. Y aunque parezca una rareza mis tíos han emigrado a la inversa de la mayoría: han dejado la gran ciudad —“la poma”, como alguna vez le llamaron otros emigrantes— para establecerse en lugares donde han echado raíces y hasta reservado un pedazo de tierra donde reposar sus huesos llegado el caso. Uno vive en San Cristóbal (que no de La Habana y que pasó de Pinar del Río a Artemisa) y el otro se estableció en un perdido paraje de la geografía oriental, cuyo nombre de solo mencionarlo avergonzaba a mis mayores. En los dos casos pudo más el amor que la necesidad de ser habaneros hasta la muerte.

Se entenderá entonces que he pasado una parte de mi vida —fueron años viajando julio y agosto— como hijo ilustre de ambas localidades. Esa condición es la que me permite; llegado el caso y este lo es; llamar la atención sobre determinados fenómenos socio/culturales que viven estas localidades a las que debo de alguna forma fidelidad.

Comencemos por el primero de ellos: las librerías y los libros. Ha sido tradición en mi familia reunirse siempre a fines de febrero; primero era cumpleaños de mi abuela y después coincidentemente dos primos nacieron en ese mes. Es el mes en que comienza el peregrinar de la Feria del Libro más allá de la ciudad capital; por lo que he asistido a tal evento, en al menos una de estas localidades. Para ser más exacto en San Cristóbal.

Aunque ya los habitantes del campo no visten ropa de domingo cuando se trata de algún evento importante; he visto como con desdén los habitantes de esa urbe (bastante poblada) se reúnen en las inmediaciones del parque para asistir a un desfile de libros gastados por el olvido y poco atractivos. Han sido los mismos títulos uno y otro año y ello hace que la gente disfrute más los expendios de fiambres y bebidas alcohólicas, o los encuentros ocasionales con conocidos.

Tal vez los más favorecidos sean los niños, pues para ellos el libro del año anterior puede volver a casa, si de todas formas el encanto dura tanto como el merengue en la puerta del colegio del que hablaban nuestros mayores.

Estos días de Feria son el momento de esplendor de la librería, pues desde días antes sacuden el polvo de los anaqueles y los exhibidores para que se oreen a la luz del sol. Grave daño para las termitas; sin embargo, es posible encontrar alguna que otra rareza editorial perdida en esos parajes y una de ellas fue el poder encontrar tres obras de Leonardo Padura (La novela de mi vida; Vientos de cuaresma y El hombre que amaba a los perros) agrupadas en una esquina y a las que no se le daba la debida promoción. Menos El hombre…, las otras llevan dos años ahí cogiendo polvo. Sentenció la vendedora, mientras esperaba que le pagara, esos tres ejemplares y dos libros de Newton Briones; sería bueno que un día trajeran a uno de esos escritores para animar las cosas.

Entonces me pregunte: ¿No es posible antes de la Feria invitar a un escritor reconocido a una de estas ciudades y hacerle conocer a sus habitantes y que comente su obra o que relance ese libro suyo publicado que ha dormido por años en anaqueles mohosos.

Hace años en Manzanillo me contaba Pachi Naranjo que Manuel Navarro Luna una vez al año iba a aquella ciudad a impartir charlas, invitado por la Logia Masónica y se hacía acompaña por algún miembro del gremio; para rematar más adelante… “tienes el caso de Arturo Arango… si viene de visita otra vez y decide dar una charla la gente lo agradecerá profundamente… sé que la vida se ha complicado… pero que bueno sería que la gente de esta ciudad sepa y admire que tiene un coterráneo escritor famoso…”

Correr el riesgo de hacer ir a un escritor cubano de regreso a su tierra natal devolvería el orgullo a ese rincón de Cuba y sería un acto de una total trascendencia cultural y humana. Entonces las acciones de la Feria y las Semanas de la Cultura dejarían de ser coto sagrado de gastronomía y alcohólicos.

Sería buena la existencia de un presupuesto sólido para que nuestros escritores dejaran de ser objeto de ferias y programas televisivos y aterricen sobre la vida de sus compatriotas.

El otro punto doloroso de la vida pueblerina está en el resto de las opciones culturales donde solo prevalece la música y la posibilidad de bailar al son que le toquen.

Es viernes en la noche, en cualquiera de estos dos poblados que hábito una que otra vez en el año, ha terminado una semana de trabajo y el tiempo de ocio merece ser disfrutado, pero solo hay oscuridad en el parque o en las áreas públicas que alguna vez se diseñaron para reunir a los habitantes y que pudieran dar riendas sueltas a sus ansias de bailar; expresaran su cuerpo.

El poblado está lleno de carteles anunciando lo mismo a un reguetonero que a una orquesta de La Habana; pero ocurre el milagro esperado: el presupuesto no alcanza o a última hora alguien se enfermó o lo más real: apareció un concierto con mejores condiciones económicas y el pueblo del interior quedó colgado de la brocha o pospuesto. Tan siquiera la banda provincial aparece por allí.

Solos, marginados en una esquina los jóvenes —que son los más perjudicados— se refugian en la bebida; los adultos guardan sus energías y se concentran en la programación televisiva; en el dominó y hasta en el alcohol.

Cuando ocurre el milagro de la presentación, que se había anunciado para las 10 de la noche; esta comienza a las doce o una y dura cuando más una hora… pero no siempre ocurre el milagro…

Soy un hombre de pueblo, como muchos, que sufre y vive estas desventuras, al menos un par de veces al año, y me conmueve ver el dolor de mis conocidos en esos mundos perdidos de Cuba que no son La Habana o las capitales de provincia. Sueño, el próximo febrero encontrar en las calles de cualquier pueblo perdido de la isla a cualquiera de mis amigos escritores. Ellos lo necesitan, posiblemente tanto como esos tíos míos que por amor son emigrantes a la inversa.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte