Gilda: mujer sin silencios, reciente entrega de la Casa Editorial Tablas-Alarcos, se caracteriza por ser un testimonio coral mediante el cual se reconstruye y devuelve para los tiempos presentes la trayectoria y personalidad de una figura de altísimo valor profesional y humano, a la vez que coloca bajo los cenitales hechos, procesos, momentos e individuos de mérito e interés para el tejido de la historia artística e intelectual de la Isla.
En efecto, mediante el ejercicio de la memoria aquí se esculpe la identidad de Gilda Hernández Rico (1913-1989), actriz, directora teatral, pedagoga, promotora, organizadora, miembro de la directiva y directora ella misma de importantes instituciones culturales durante su intensa y fructífera vida, y se nos descubre uno de tantos, entre nuestros artistas de la escena infravalorados hasta la fecha.
Es una obra que debemos a la iniciativa y perseverancia probada de la actriz Gina Caro, quien coincidió con la protagonista e inspiradora de esas páginas en una etapa de su vida. Por espacio de varias décadas Gina se dedicó a obtener y reunir estas declaraciones que luego debió transcribir y organizar de algún modo para su entrega futura al lector y, más tarde, se dio a la tarea de elegir el adecuado prologuista y de iniciar los caminos –a menudo complejos—del mundo editorial.
Ello le aporta un valor agregado al discurso general. Es un artista, en este caso una actriz, quien nos presenta a esta otra creadora, de raíz actriz también. Y es un caso poco frecuente entre nosotros puesto que, generalmente, son los investigadores, los críticos o los especialistas de otras materias teóricas quienes desarrollan tales empresas.
Desde esta obra unas setenta personas nos hablan sobre Gilda y sus discursos aparecen dispuestos en unas cinco secciones: “Los primeros hablan”, “Los q vinieron después”, “Los pinos nuevos que crecen”, “Otras miradas”, “Y Llegaron las anécdotas”. Las evocaciones y relatos que se cruzan provienen de un conjunto variopinto de individuos por sus oficios, procedencias, lugar social y características demográficas. Son ellos funcionarios, cuadros políticos, personal administrativo, artistas de diversas trayectorias, intelectuales, fundadores del Teatro Escambray, miembros que se integraron en etapas posteriores, familiares, vecinos, amigos, etc.
Para terminar la preparación del texto que con tal pasión Gina había estructurado, de modo que pudiese dialogar con los consejos editoriales correspondientes, contó con la colaboración de la Dra. Yana Elsa Brugal y de la Lic. Yanaris González, ambas miembros del Área de Investigaciones del Consejo Nacional de las Artes Escénicas.
Completan los valores del texto final la multiplicidad de tonos, donde el humor tiene su espacio (son los casos, antológicos en la historia del Teatro Escambray, de “Clarito para Platanico”, “Satanás” y “Transiciones”), así como la trascendencia para nuestro acervo cultural de algunos de sus testimoniantes como Isabel Monal, Rogelio Martínez Furé, María Elena Molinet, Miriam Dueñas, Asenneh Rodríguez, Isabel Moreno, Ramón Ramos, Eugenio Hernández Espinosa y, en particular, esos jirones de historia del teatro cubano, una materia en la cual nos queda mucho por conocer, sobre todo entre 1959 y 1980, que nos entregan una Gilda directora teatral de excelencia con sus estudiados montajes capitalinos de Réquiem por Yarini , Las brujas de Salem, a estas alturas aún inigualados, y capaz de compartir lauros con los nombres icónicos de Vicente Revuelta, Roberto Blanco, Berta Martínez; agudísima para la selección de casting; respetuosa, paciente y sutil en la dirección de actores; a quien también debemos la entrada en Cuba de los Libros Modelos de las puestas brechtianas traídos por ella desde el Berliner Ensemble, la invitación a Cuba del director argentino Néstor Raimondi, conocedor de Brecht y quien luego funda y dirige el significativo grupo La Rueda que tantos talentos aportaría posteriormente a las filas de otras agrupaciones.
Gilda tuvo parte importante en la fundación de los Talleres del Teatro Nacional, de la mítica Brigada Covarrubias, del legendario Seminario de Dramaturgia del Teatro Nacional que produce la primera y más firme hornada de nuestros nuevos dramaturgos, tras la generación de Felipe, Piñera, Ferrer, Flora Parrado quienes no deben su preparación a instituciones específicas sino a sus talentos, vocaciones y voluntades, y desempeñó un papel protagónico en la fundación del Conjunto Folklórico Nacional, idea que le surgió en medio del Festival de las Naciones en París, en 1961, tras ver en escena a los conjuntos africanos, y que no descansó hasta – mediante estrategias muy bien urdidas—verla hecha realidad en 1962.
Fue una vocera de los intereses gremiales de los artistas teatrales defendiendo, desde el inicio, la necesidad de un salario que refrendara el trabajo artístico y permitiera al individuo que lo realizara concentrarse en él y tomarlo, además de como una vocación, como su medio de vida.
Estuvo presente en la creación en 1961 del Consejo Nacional de Cultura (CNC) y ocupó responsabilidades en su directiva distanciándose luego, con su renuncia, por desacuerdos con los métodos que se comenzaron a utilizar.
Figuró entre los directores de una de las primeras agrupaciones teatrales creadas tras el triunfo del 59: el Conjunto Dramático Nacional. Y fue la creadora y directora general y artística del grupo teatral Taller Dramático.
¿Y qué decir acerca de su relevancia en ese “proyecto de fe”, como lo califica la propia autora del libro que nos ocupa, que fue el Grupo Teatro Escambray? Gilda fue su alma. En él brillaron absolutamente todas sus dotes. Diez años después animó y llevó a cabo la experiencia del Teatro Juvenil Pinos Nuevos con las nuevas promociones a punto de egresar de la Escuela Nacional de Arte.
Reviso en nuestra historia teatral a partir de los años sesenta y no encuentro figura que la emule. Entre otros resultados, este libro le hace justicia.
Hacia el final del texto nos espera un valioso testimonio de su protagonista quien, a grandes trazos, organiza su trayectoria profesional. Luego, como colofón, podemos leer, primorosamente organizada, la relación de filmes cubanos en los que intervino, las dos decenas de títulos teatrales que dirigió, todos ellos a la par que se desempeñaba en alguna otra tarea de carácter administrativo, aunque en realidad su impronta está en un número indeterminado de creaciones correspondientes legítimamente a otros directores, pero con las cuales tuvo que ver de una u otra manera. Cierra esta sección la enumeración de los más destacados reconocimientos recibidos por su impresionante trayectoria. En mi personal apreciación merecedora de mucho más.
No obstante, son los hechos, la conducta y no los laureles quienes nos dejan saber de las personas. En este caso nos hallamos ante una faena vital que honra el apotegma martiano: “la muerte no es verdad cuando se ha cumplido la obra de la vida.”
La Gilda que yo tuve el privilegio de entrever y la que estas páginas imprescindibles me devuelven la cumplió con creces.
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