Gracias al cine: ¡el reencuentro con la vida!


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Ariel Cumbá.

Termina el filme Fátima o el Parque de la Fraternidad, cinta de Jorge Perrugoría, ruedan los créditos y se filtra la voz de Ariel Cumbá junto al piano de Ernán López-Nussa con uno de los temas clásicos del repertorio cubano: Vieja Luna, de Orlando Vallejo.

 

Quiero volver a revivir la noche

porque la vieja luna volverá

 

Es el reencuentro de Cumbá con la cultura cubana después de 25 años fuera de su tierra, no de sus raíces. Éxitos en Estados Unidos, Francia, España… convierten al coreógrafo, bailarín y cantante en un artista con oficio y talento. Otra demostración de que el cine también cura aquellas fisuras del pasado.

¿Cómo llegó la propuesta y cómo fue la experiencia?

La propuesta llegó de manera muy divertida: una noche vi la nota en el Facebook de mi amigo Pepe Horta que decía: “Corre, llama a Perugorría para grabar una película”. Pensé en una broma y llamé a Miami y le pedí que no jugara conmigo porque los infartos están a la orden día (se ríe).

Después llamé a Pichi, me salió al teléfono y rápido colgué (se ríe). Volví a comunicarme  y concretamos el proyecto. En quince días estaba aquí —hacía mucho tiempo que no venía a Cuba— y hasta tenía miedo, no sabía de tantos cambiado.

La experiencia ha sido mágica, así la describió Miguel Barnet y, realmente, fue maravilloso haber trabajado con Jorge Perugorría y todo el elenco, porque además estuve allí, participé en el rodaje de la cinta. Sobre todas las cosas trabajar con Ernán López-Nussa, cantar acompañado por él fue un privilegio.

Fue el reencuentro con varias cosas…

Con todo. Fue el reencuentro con la vida. Es más fuerte que todo eso. Gracias al cine, a la música es que pasa todo esto. Un sueño, que cuando despierte, no sé qué pasará. Ha sido un redescubrimiento con mi vida pasada y futura. Lo que dejé y lo que he encontrado no se parece a lo que imaginé. Demasiadas emociones. Cuando llegué me puse rápido a estudiar los temas de la película y después caminé solo por la ciudad, encontrarme con personas de veinticinco años atrás…

¿Valió el riesgo?

¡Claro, hombre! Yo quería hacer más y lo he hecho: cantar todos los géneros, menos el flamenco, por respeto a Camarón (Diego “El Cigala”). En aquel momento, si permanecía aquí, iba a ser imposible.

A propósito, ¿cómo empezó la historia de aspirar y querer ser?

¿Aquí o fuera?

Aquí en Cuba.

Siempre fui muy curioso y exigente conmigo y con los demás también. Me gusta retarme. Cuando estudiaba ballet y me pedían tres piruetas, yo hacía cuatro. Así pasa con la música, interpreto lo más difícil.

¿Desde niño?

Desde siempre.

¿Y no hubo oponentes?

¡Miles! El primero mi padre, no quería que ninguno de nosotros fuéramos músicos, a pesar de tener toda una familia llena de músicos. Querían que fuera médico, pero a mí no me gusta la sangre (se ríe). El sueño de mi vida era ser pianista-concertista, pero no me dejaron. Después con los años y mi trabajo se dieron cuenta de que nunca estuve en un error.

Ser de Guanabacoa tiene su importancia, una tierra de talentos…

Sí, me di cuenta en París donde estuve trabajando. Un día, acompañado por otros amigos pasamos por el museo dedicado a Bola de Nieve y me llené la boca de decirles que él era de Guanabacoa (se ríe). Además porque lo conocí, era amigo de mi madre. Ahí es cuando te das cuenta del valor que tienen las raíces.

Muchos conocen de sus éxitos profesionales, hasta que compartió cartel con la mismísima Celia Cruz…

Hijo, eso fue una de las cosas más grandes. Me han pasado cosas maravillosas en mi carrera y eso fue una de ellas. Conocí a Celia en 1989 en Barcelona, fui a uno de sus conciertos y de momento me vi frente a ella. Quedé sin habla. Me preguntó si era familia de Cumbá — refiriéndose a mi papá— y se entusiasmó mucho. Te digo que eso fue en el 89 y en el dos mil participé con Lucrecia en un concierto donde actuaba Celia y se acordó de mí: “Cumbasito”, me dijo, y volvimos a conversar de mi papá, hizo historias… Una mujer tierna, maravillosa y honesta, de verdad.

En la música siempre hay un género preferido, ¿para usted cuál es?

El bolero. He cantado hasta arias de ópera, pero cuando canto un bolero me transformo. Ahí aparecen Elena Burke y todas esas estrellas, eso fue lo que aprendí en mi casa.

¿Eso lo hace deudor de una tradición?

El valor está en mantener esas tradiciones, que se están perdiendo.

¿El transformismo de qué manera llega a la carrera de Ariel Cumbá? ¿Por qué escogerlo? ¿Responde a una necesidad?

Es un arte antiquísimo. Empezó realmente siendo una prueba más de aptitud, pero con el tiempo se convirtió en una manera real de decir lo que siento.

Lo que siente y no lo que es…

No. Siempre he dicho que soy un artista que se transforma en lo que quiera. No tiene nada que ver con mi vida personal. Hay quienes piensan que para ser transformista hay que ser gay y eso es un error. Uno de los primeros que salió a la calle vestido como una mujer en este país fui yo.

La primera vez que actué como transformista las personas se mantuvieron aplaudiendo quince minutos y fue alucinante. Pero, ¿cómo hacerlo sin ofender a la mujer? Por eso he perfeccionado desde la manera de caminar, hablar… Lo que no se puede es ridiculizar a una mujer. Eres un personaje, no una caricatura grotesca de lo que debe ser una mujer.

¿Qué sucede cuando tiene que quitarse la peluca?

Nada, canto completamente igual. Pero también he actuado con mi grupo de música cubana, me encanta sobre todo la timba suicida (se ríe). La última temporada en Las Vegas fue así.

¿No hay arrepentimientos?

Nunca.

¿Arrojaría a un lado a Miss Ariel?

No, me ha dado muchas satisfacciones para miles de cosas… y lo que me falta.

Por ejemplo…

Hacer una película, grabar un disco de cada género musical, de jazz sería fantástico.

¿Le gusta romper las reglas?

Cuando tienen su lógica las respeto.

¿Cómo ve la Cuba actual, desde el punto de vista artístico?

El talento sigue existiendo, cada día salen más. Aquí das una patá y sale un músico por todos los lados. En algunos grupos se ha perdido la cultura. Puedes ser buen músico pero si no lees estás perdido.

¿A quién culpa?

Pudiera culpar a muchos, pero sí a las circunstancias. Debemos de conservar lo que somos, lo que nos identifica. No critico artísticamente a nadie, pero de la misma manera que se da cobertura al reguetón, por ejemplo, se debería hacer lo mismo con el bolero, el jazz… Durante el tiempo que he estado aquí ya conozco a todos los reguetoneros por la televisión y no el último bolerista, ni el último jazzista y eso me preocupa.


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