Cualquier clasificación del término héroe, si buscamos sus acepciones desde Homero hasta nuestros días, le viene bien a Guillermo Moncada, uno de los más esforzados, bravos y combativos generales cubanos de las tres guerras por la independencia. Su actuación en más de dos décadas de guerrear contra el colonialismo español en la Isla, tejió ribetes de leyenda. Su nombre completo fue José Guillermo Moncada Veranes.
Nacido de un ex esclavo y una mujer negra, el 25 de junio de 1841, su infancia y juventud se desarrollaron en la pobreza total. De gran estatura, de ahí su apodo de Guillermón, poseyó una gran fortaleza física y adquirió el dominio del machete en las labores agrícolas, como campesino que fue en su juventud, no en clases de esgrima que nunca recibió. Una vez comenzada la revolución cespedista en 1868, Moncada se incorporó tempranamente, un mes después del levantamiento de la Demajagua y rápidamente sobresalió por su valor y acometividad. Comenzó desde soldado, a las órdenes del general Donato Mármol, en los combates por la toma del poblado de El Cobre, en diciembre de ese año fundacional, en que fue ascendido a cabo, hasta obtener los grados de general, años después. Con Máximo Gómez ya ostentaba, en 1870, la jefatura de un batallón y los grados de comandante.
En 1871, en la región de Baracoa se desempeñaba como jefe de guerrilleros al servicio de España un sanguinario personaje, el “coronel” Miguel Pérez, cubano de ascendencia aborigen, antiguo rancheador y terrible adversario en duelos, del que se conocía que había asesinado por igual a hombres, mujeres y niños durante sus letales andanzas por los montes orientales.
Máximo Gómez le encomendó a Moncada, entonces comandante, que encontrara a Pérez y su cuadrilla y los liquidara. Según recoge la tradición oral, Moncada, en cumplimiento de la orden de Gómez, contestó una nota del indio de Yateras, en la cual este lo retaba a duelo, con las siguientes palabras:
“Por dicha mía se aproxima la hora en que mediremos nuestras armas. No me jacto de nada; pero le prometo que mi brazo y mi corazón de cubano tienen fe en la victoria.
Y siento que un hermano extraviado me brinde la triste oportunidad de quitarle el filo a mi machete. Mas, porque Cuba sea libre, hasta el mismo mal, es bien”.
Recogen también las versiones de la época que el encuentro se realizó en las lomas de Peladero, en la región guantanamera, y culminó como había asegurado Moncada. Comenzó así la leyenda. No fue este el único duelo que sostuvo el bravo mambí durante la primera guerra, en todos salió airoso y esa trayectoria de duelista lo acompañó siempre.
Una curiosa y poco divulgada descripción física de Guillermón Moncada (ciertamente no existen muchas), aparece en una carta de Carlos Manuel de Céspedes a su esposa, fechada el 23 de junio de 1872, como “negro, muy alto, delgado, labio superior corto, dientes grandes y blancos, cojo por heridas…”. Céspedes le estaba dando a Ana de Quesada, en rápidos bocetos, las descripciones de los distintos jefes mambises de Santiago de Cuba. En las cartas y diarios del presidente de la República en Armas aparecen continuamente ese tipo de semblanza breve y concisa, así se pueden leer las de Antonio Maceo, Flor Crombet, Jesús Pérez, Juan Cintra, entre las de otros jefes y mambises notables.
La existencia de Guillermón Moncada durante la guerra de 1868-78 estuvo llena de acciones militares, heridas, proezas y éxitos alcanzados como guerrero. Para mayor mérito ante la historia, él fue de los mambises que rechazó el Pacto del Zanjón y estuvo junto a Antonio Maceo en la Protesta de Baraguá. Se alzó en armas de nuevo en la denominada Guerra Chiquita, en 1879, como jefe del centro y el sur de la región oriental designado con el grado de Mayor General por el jefe de la nueva contienda, el General Calixto García, y se mantuvo en el campo de batalla hasta junio, cuando percatándose de que no había sentido para esa guerra, capituló junto a José Maceo mediante el Acuerdo de Cifuentes.
Después de embarcar hacia Jamaica, rumbo a la emigración, fue apresado en alta mar y enviado a cárceles colonialistas en Puerto Rico y España. A su regreso a Santiago de Cuba se implicó con los preparativos del plan insurreccional de Gómez y Maceo (1884-86) en la parte final del mismo. Por su constante actitud rebelde fue detenido nuevamente en diciembre 1893 y recluido en el Cuartel Reina Mercedes, de Santiago de Cuba, hasta mediados de 1894, de donde salió enfermo de tuberculosis, muy resentida su salud por los años de reclusión en cárceles colonialistas.
Cuando llegó en 1895 el llamado de José Martí a la nueva empresa revolucionaria, Moncada, ya muy enfermo, se presentó, uno de los primeros, a brindar sus esfuerzos y experiencia. Fue designado jefe de la provincia oriental. Consumió sus últimas fuerzas en dejar organizada su sucesión y reunió a su Estado Mayor para ceder el mando al Mayor General Bartolomé Masó. Falleció poco después en un campamento mambí, en Joturito, Mucaral, cerca de Alto Songo, en la región oriental. Sus restos reposan en el Cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba.
La vida de este hombre se encauzó, como la de muchos miles de compatriotas en el siglo XIX, en el infatigable y sostenido batallar contra el colonialismo español y por lograr la independencia y la República. A los 180 años de su nacimiento, decenas de instituciones de todo tipo en el país ostentan su nombre, una forma de expresar el reconocimiento de su pueblo.
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