Hacia una mejor comprensión de la arquitectura y la ciudad


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Mapeando el parque Trillo: Una importante experiencia de la Facultad de Arquitectura del ISPJAE, coordinada por los arquitectos Adrián González y Liset Hernández.

En la Bienal pasada (mayo-junio 2015), un grupo de arquitectos y estudiantes de arquitectura (al que se incorporaron otros de diseño y artes plásticas) esbozaron importantes ideas en torno a esa “madre de todas las artes” que influye, en ocasiones fuertemente, en nuestro comportamiento cotidiano y en el nivel de nuestras aspiraciones y satisfacciones culturales. No se trató, en esta ocasión, de mostrar ideas, proyectos, maquetas, planos, de lo que pudiera mejorar nuestras edificaciones, nuestras ciudades: la opción fue integrarse de lleno en ciertas zonas, ciertos barrios, ciertos edificios, para comprenderlos mejor, para hurgar en sus significados, en el rol que cumplen hoy pese al estado actual de muchos de ellos, y de ahí extraer conocimiento, saberes, para un día diseñar adecuadamente un mejor entorno ciudadano.

En este sentido, fue interesante el hincapié que hizo el grupo Habana (re)generación respecto a la antigua termoeléctrica de Tallapiedra, aledaña al puerto de La Habana, y en estado de abandono. Sabido es que la arquitectura industrial ha sido siempre desconocida y apreciada por el público a pesar, en casos como este, de su importancia edilicia, urbana, en tanto enorme monumento de piedra y vidrio sobre el que gravitaban poblados barrios de la zona sureste y portuaria de la ciudad. Su presencia indiscutible, sin embargo, apenas participaba de la vida diaria de los habaneros porque estaba vedado su acceso a ella: nadie imaginaba que había dentro, cómo eran sus paredes y techos, pasillos, maquinaria. Por eso ese grupo de nueve jóvenes arquitectos (cuya preocupación central es el futuro crecimiento y re-estructuración urbana de la capital), liderado por Orlando Inclán, se interesó en proponerla a la Bienal al saber que esta se interesaba en hacer visible un conjunto de obras en proceso, en ideas incluso, sin que necesariamente culminaran en su formalización plena y funcional. De tal modo, el público conocería la dimensión ambiental y constructiva de un edifico emblemático de la ciudad y de la arquitectura industrial cubana porque en eso, también, se empeña este grupo: apreciar mejor el legado industrial que bordea la bahía de La Habana, su puerto, y dignificarlo de cierta manera, no importa su estado físico pues su importancia cultural sobrepasa toda dimensión temporal.

Durante un mes el público pudo acceder a una parte importante de su interior al abrirse la gran verja de hierro cercana a las líneas de ferrocarril central, y poder apreciar así la estructura imponente de hierro de sus techos, sus ventanas y puertas vidriadas, su sistema interno de alumbrado, sus paredes azulejeadas y los restos de su antigua maquinaria: nada más sobrecogedor que esa visión diurna, espectacular, de la famosa fábrica que suministró durante tantos años electricidad a casi toda La Habana. Esterio Segura, invitado por el grupo, colocó una escultura en yeso de Jesucristo en la nave principal, en lo alto de una columna e iluminada, bendiciendo o rogando por la eternidad de aquel espacio, como un símbolo de la hibridación de manualidades y espiritualidades, de fervor religioso y revolución industrial, de cielos encontrados en medio de tantos hierros retorcidos. Un contraste casi salvador, epifánico, deudor de aquel encuentro soñado de la máquina de coser en el quirófano.

Al otro lado de la bahía habanera, en el humilde barrio de Casablanca, el arquitecto Renán Rodríguez (con la coordinación de la arquitecta María José Pérez) se enfrascó en otro proyecto de rescate; en este caso la terminal del único tren eléctrico del país y su itinerario de viaje hasta el poblado de Hershey en Matanzas, con el fin de crear una red armónica de arte, industria y paisaje que igualmente dignificara y recabara conciencia acerca de las viejas estructuras (formales y naturales) heredadas de la primera mitad del siglo xx en Cuba. Este empeño incluía una remodelación arquitectónica de la terminal de Casablanca y una reactivación de las pequeñas estaciones hasta Hershey, en las que se colocarían información gráfica y símbolos alusivos a la historia de cada lugar y paisaje para motivar y enriquecer dicha travesía de casi tres horas de duración. El resultado final de tan loable empeño se limitó a llamados de atención en la propia terminal y sus alrededores mediante pancartas informativas en las que se explicaba el proyecto general pues no fue posible encontrar financiamiento para todo lo planeado.

Las ideas explicitadas en pancartas no fueron suficiente para concientizar a los habitantes del barrio y otros usuarios del tren acerca del proyecto ideado pero sí ofrecieron información de las nuevas ideas y proyectos vinculados a la arquitectura local, modesta, de naturaleza casi familiar y a la vez global pues el recorrido final del tren conlleva una apreciación del entorno edilicio y natural de dos provincias cubanas, una de ellas notable por la belleza de su valle de Yumurí y la vegetación que le acompaña.

 Mapeando el parque Trillo representó una importante experiencia de la Facultad de Arquitectura del ISPJAE, coordinada por los arquitectos Adrián González y Liset Hernández, quienes realizaron talleres dirigidos a mapear la zona que aglutina dicho parque en el corazón de Centro Habana y cartografiar así itinerarios y espacios básicos de la comunidad: recorrido de estudiantes, movilidad de la economía informal, localización de huertos familiares, ritualidades religiosas y culturales, entre otros. Esta experiencia había comenzado 2 años atrás con los propios estudiantes, solo que ahora se materializaría en la Bienal para ubicarse en una zona “caliente” de la ciudad: el parque es actualmente centro de la cultura rumbera, nacida allí y recreada durante años por músicos notables que le han dado visibilidad al mismo. En el piso del parque los estudiantes mapearon el barrio con pintura de aceite y realizaron maquetas de cartón, tanto de casas como de otras edificaciones, para cobrar conciencia del espacio físico en que vivían a partir de un proyecto esencialmente de carácter sociológico, imbricado con la vida de las personas y la cultura generada a lo largo de años. De ese modo el parque se convirtió en una suerte de laboratorio temporal donde se pusieron a prueba numerosas informaciones recogidas del período investigativo, básicas para el trabajo del arquitecto y el urbanista que en el futuro deben intervenir en la creación del marco ambiental de esta comunidad.

Posiblemente el más ambicioso proyecto vinculado a la arquitectura y la ciudad en la Bienal lo fue el Taller interdisciplinario (arte, arquitectura y diseño) en el barrio Colón, en este otro segmento del conocido municipio Centro Habana, conducido por los arquitectos Universo García, Gisela Ravelo y Gina Rey y con la participación de más de 20 estudiantes de arquitectura, diseño (del ISDI) y artes plásticas (del ISA). Las sesiones del Taller comenzaron en enero de 2015, cada sábado, con el fin de intercambiar ideas acerca de las propuestas de los estudiantes, las cuales iban desde remodelación de balcones y fachadas hasta la elaboración de nuevos jabones con desechos de otros donados por los vecinos, pasando por ideas de los propios vecinos sobre su vivienda, recuperación de funciones culturales en edificios abandonados, mejoramiento ambiental de vías o callejones, etcétera.

En sucesivos talleres (integrados por grupos heterogéneos de estudiantes) se perfilaron las ideas centrales para llevar a cabo durante los días de la Bienal (del 22 de mayo al 22 de junio), aprobadas de consenso y por los arquitectos directivos. Varias manzanas ocupan el otrora famoso barrio Colón, y en varias de ellas se realizaron dichos proyectos con la participación de vecinos de cada zona específica y sus organizaciones sociales. Con ello se lograron reactivar algunos mecanismos psicológicos y sociológicos vinculados a la historia de lugares y edificaciones, y dotar al ciudadano de una conciencia de su historia barrial, de sus lazos con la cultura nacional pues parte de estos había permanecido dormida, paralizada, en las últimas décadas. Un extenso mapa del barrio permitía observar la continuidad de los proyectos desde el mes de enero hasta junio y sobre tal planimetría se ajustaba cada uno según las conveniencias o problemas surgidos en el camino. Los estudiantes adquirieron conciencia del peso de la opinión ciudadana, como en el caso del parque Trillo, para la definición de futuros proyectos sin importar la escala de los mismos. Los de arte y diseño confrontaron esta nueva escala urbana de trabajo con sus respectivas problemáticas académicas, y los de arquitectura definieron mejor su capacidad de integración con otros ámbitos del saber.

Resultaba difícil para el público general de la Bienal saber dónde se estaban realizando estas experiencias sociológicas y de diseño pues la dispersión era notable (al contrario del parque Trillo donde todo se llevó a cabo en ese espacio urbano abierto), pero era un riesgo tomado en cuenta por sus organizadores que no les impidió continuar hasta el final y registrar tanta valiosa información local en cuanto a necesidades, aspiraciones, sueños, de los habitantes del barrio.

La otra experiencia en términos concretos de diseño industrial, gráfico y arquitectónico, lo fue LAB 26, galería de arquitectura, diseño y arte, conducido por la arquitecta Vilma Barotolmé y 20 de sus colaboradores de su Proyecto Espacios. Una vieja casa de El Vedado, y su espacio verde adyacente, fue remodelada totalmente para convertirla en un nuevo escenario donde este equipo de trabajo (fundado en 1998) mostraría los resultados de años atrás y de ahora con el fin de poner en marcha, por primera vez en el país, una “tienda” que permita al público adquirir productos de alta calidad, ya sean muebles, objetos domésticos, elementos gráficos, ideas. Y, al mismo tiempo, como parte de la edificación, inaugurar una hemeroteca con un pequeño centro de información para todos aquellos interesados en el campo del diseño a escala industrial, gráfica y arquitectónica, y una galería para mostrar obras y proyectos del equipo y de otros dispuestos a participar en esta etapa recién iniciada. En fatigosa carrera contra el tiempo se logró el ansiado objetivo de abrirla y proponer “diversas opciones para estimular la transformación de los espacios interiores en una escala mucho más accesible para nuestro entorno”, como manifiesta el equipo en sus declaraciones.

Esta experiencia, sin dudas, requiere de ahora en adelante de una máxima promoción para concretar esa verdadera y profunda relación con el público pues no existe nada igual en el país (salvo algunas en menor escala y ligadas también el campo de las artesanías): la Bienal fue el detonante para que se hiciera realidad más allá de la idea inicial y los propósitos de un equipo con más de 15 años de trabajo sostenido.

Como se observa, la arquitectura y el diseño participaron a nivel de ideas y procesos complejos, distantes de aquello que los identifica, tradicionalmente, a nivel social, cultural. Fiel a los postulados curatoriales del evento, los arquitectos y diseñadores involucrados, así como los estudiantes, preservaron el espíritu de taller, de obras en progreso (o en proceso) por los que fueron convocados a participar, a sabiendas de que el público no encontraría las lujosas maquetas, los fascinantes planos, las extraordinarias fotografías a que estamos acostumbrados cuando se habla de estas disciplinas estéticas.

Se trató de incorporar al ciudadano en cada uno de estos proyectos sin importar clase ni condición social, y de hacer valedera la intención de privilegiar nuevas ideas en el campo de la arquitectura que pujan por transformar ese status de estrellato y espectáculo que experimenta la profesión desde hace varios años a escala planetaria. Una arquitectura y un diseño en que muchos, o esa mayoría silenciosa que puebla nuestras ciudades, participen del rediseño de su entorno.


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