Remigio Héctor Quintero Viera (La Habana, 1 de octubre de 1942-6 de abril de 2011), sencillamente conocido como Héctor Quintero, pasó a la posteridad como uno de los más grandes dramaturgos cubanos de todos los tiempos y el más popular entre todos. Este año el prolífico creador, Premio Nacional de Teatro 2004, hubiese arribado a los 80 años de edad.
Auténtico continuador del vernáculo insular, con un estilo muy propio en el que sobresalen sus dotes de comediante a través de la excepcional conjunción de la música y el teatro, a través de obras que hurgan en la vida insular contemporánea, Quintero es de los pocos creadores de las artes escénicas que logró mantener llenos totales de las salas durante más de seis meses consecutivos, como se registró en la escenificación de Algo muy serio, que alcanzó la cifra récord de cincuenta y dos mil espectadores en ciento doce representaciones.
Tal éxito se debe, en gran medida, a ese interés como dramaturgo de recrear personajes extraídos de entre la sociedad, sobre todo de las capas más humildes, que se enfrentan a disimiles adversidades para de tal modo erigirse en héroes del batallar cotidiano que trascienden con arrojo sin perder el sentido alegre y jovial que nos caracteriza.
A los diez años de edad, cuando se presentó con sorprendente éxito en la Corte Suprema del Arte Infantil en la emisora Radio Mambí, comenzó su extraordinaria carrera artística igualmente representativa de la idiosincrasia, el espíritu y la cultura nacional, y que ha pasado a ser patrimonio popular.
También escritor de libretos de radio y televisión —en los que también trabajó como locutor—, director artístico y general de teatro, actor, narrador, poeta, productor, declamador, cantante, compositor musical, dirigente sindical y de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, fue durante algunos años Presidente del Centro Cubano del Instituto Internacional del Teatro, de la UNESCO, y posteriormente director general del Complejo Cultural Dos gardenias.
Las piezas de Héctor se encuentran entre las más escenificadas en diferentes latitudes del mundo.
Recordado por los espectadores cubanos por otros imperecederos títulos de su autoría como El premio flaco, con la que obtuvo el Gran Prix del Instituto Internacional de Teatro en 1968 y ha sido traducida a más de una docena de idiomas y representada en unas 30 ciudades de varios continentes, seguida en su trascendencia por Contigo pan y cebolla, incontables veces escenificada en numerosos países de Latinoamérica.
Asimismo se destacan otras inolvidables puestas que algunos recordamos con nostalgia y deseos de volver a disfrutar, entre ellas La última carta de la baraja, Sábado corto, Te sigo esperando, Los siete pecados capitales y Esto no tiene nombre —por solo citar algunas de las que ganaron resonantes palmas del público-—; Héctor Quintero aseguraba que, a pesar de algunas agresivas y desalentadoras críticas hechas públicas por noveles especialistas de los últimos tiempos contra su obra creadora en la escena cubana, “no puedo guardar recuerdos amargos de mi larga vida teatral.
“Todo lo contrario —subrayó—, me tocó conocer y trabajar con decenas de creadores muy valiosos, y siempre mantendré como mi mayor premio el reconocimiento y el amor del gran público”.
Integrante de reconocidas compañías teatrales como la Milanés, el Conjunto Dramático Nacional, Teatro Estudio y el Teatro Musical de La Habana, en esta última como director general durante doce años, el autor y director de una de las telenovelas cubanas de mayor teleaudiciencia, El año que viene —la única que escribió y dirigió—, aseguraba, además, que durante su trayectoria artística “han sido muchas mis satisfacciones; primero, por el hecho mágico del teatro y lo que él te da en cada representación, fenómeno que no se da en ningún otro medio. Lograr a través del teatro acontecimientos de gran convocatoria es realmente algo que me tiene que mantener eternamente feliz.
Sábado corto
El premio flaco
“Esa repercusión —dijo— es lógico que suceda a través de la televisión que es un medio masivo, pero con el teatro es algo maravilloso y extraordinario que he podido disfrutar desde el estreno de mi primera obra en 1962, Contigo pan y cebolla —también llevada al cine junto con el Premio flaco—, hasta El lugar ideal, con la que se reabrieron, en 1998, las cortinas del Teatro Fausto, obra que igualmente ganó palmas en el Teatro Hispano Gala, de Washington, DC, bajo la dirección de Hugo Medrano, quien también dirigió la primera en un espectáculo collage con varias de mis obras bajo el título de Raíces cubanas”.
Durante uno de mis encuentros con este gran amigo, me expresó su mayor insatisfacción artística: “que no haya existido una continuidad en el Teatro Musical de La Habana después de que yo decidí abandonar la dirección general de esa compañía”.
Sin embargo, Héctor Quintero no se mantuvo totalmente aislado del teatro cubano. Por suerte, volvió a las tablas con algunas de sus antológicas puestas en escena, como los Cuentos del Decamerón, llevada al Teatro Mella por una compañía ocasional que llevó su nombre.
Una de sus últimas realizaciones escénicas fue el espectáculo en homenaje a Ignacio Villa, Bola de Nieve, titulado Monseñor Bola, cuyo éxito absoluto, evidenció el talento y el inagotable imaginario de este maestro, quien igualmente dirigió el Centro de Teatro y Danza de La Habana, y se declaró siempre defensor de lo popular y criollo en el arte.
Con la gracia natural que caracterizaba el diálogo fraterno con este maestro del Teatro Latinoamericano, me expresó: “Por las calles algunas personas me descubren como a un fantasma, por el tiempo que hace que no me ven a través de ese medio, y quiero que sepan que no me ha pasado nada, que estoy y siempre estaré en Cuba, aunque ahora no salga por TV”.
Y, ciertamente, el talento creador de Quintero, nunca permaneció estático, además de su admirable desempeño como director artístico y general de Dos gardenias, cuyo espacio dedicado a la promoción del bolero resumió, entre sus cualidades, un elevado nivel en la concepción general del espectáculo, realizó numerosas grabaciones como narrador con la Orquesta Sinfónica Nacional, con maestros de la talla de Leo Brower, Iván del Prado, Enrique Pérez Mesa y Guido López Gavilán, en obras sinfónicas de varios de los grandes de todos los tiempos como Vivaldi y Stravinski, presentadas con notables éxitos en el Teatro Amadeo Roldán.
Asimismo, se recuerdan sus habituales labores, con su voz en off, en cine y vídeo, desempeño que comenzó a ejercer en 1970 y sobrepasó los 200 títulos.
Innumerables e indescriptibles, son las anécdotas, experiencias, criterios y vivencias que pueden contarse sobre una de nuestras más grandes glorias artísticas que entregó lo mejor de sí a la Cultura cubana. Personalidad de una sencillez admirable, de un incalculable amor y respeto por este pueblo suyo al que hizo reir, meditar y llorar a través de una entrega profundamente arraigada en los más profundos valores nacionales.
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