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Hilda Vidal, un retrato del magma humano


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Hilda Vidal

Lo mejor que se puede decir de la maestría expresiva de Hilda Vidal (La Habana, 1941), una de las principales pintoras de la actualidad es que nos abre la puerta a mundos por los que la imaginación puede viajar. Ante una pintura de la creadora, el receptor es atrapado por un mundo iconográfico que se desliza entre lo representado por la fuerza de un espíritu pictoricista que trasciende los límites de la realidad inmediata. Las representaciones están sujetas a un orden en el que las figuras aparecen indistintamente como formas simbólicas intensas, sintéticas y corpóreas definidas sobre un fondo sobrio, y otras, en las que las composiciones parecen acercamientos que exploran zonas íntimas de lo humano.

Para muchos, el secreto de sus cuadros está en la técnica, el equilibrio de la composición, en los colores, la terminación. De seguro está en todo eso, pero además en su entrega a la pintura. El lenguaje visual figurativo, y por momentos abstracto —siempre ubicado en el expresionismo—, juega con  varias categorías: el arte, el tiempo y el espacio, que están fuertemente representados en la iconografía de sus piezas. Ellos confieren un particular halo poético a sus cuadros, en los que muchos elementos se conjugan: plásticos y conceptuales, tradicionales y contemporáneos, locales y universales. Todo esto es fundamental en el quehacer plástico de Hilda Vidal para quien el interés y su motivo, no es un estudio del natural, de la figura como tal, sino más bien una reflexión sobre un concepto, sobre lo que está detrás de todo, sobre lo interior, lo esencial.

Cada cierto tiempo, una pared de su apartamento del Vedado se renueva, cambia de tonalidades, marca un diseño diferente cobrando vida de manera singular. Allí se estrena cada obra de esta artista ilimitada y original que se mueve lejos de las convenciones —cualesquiera que sean— que ve el latir del tiempo y del ritmo de la vida. Para Hilda Vidal, el expresionismo es fuerza interna, una brújula que le ha marcado el camino por los senderos de la creatividad más audaz.

Hace pocos días, en España acaba de exponer sus trabajos más recientes en una muestra titulada Soy la vida y nada más, integrada por 25 obras óleo/tela que presentó en el Centro Cultural Villa Móstoles de Madrid (España). Mucho dieron de qué hablar las piezas de la creadora cubana que están repletas de enigmas, sensaciones, y un talento que viene desde lo más profundo. Es que pasear la mirada por sus obras es emprender un viaje por extraños parajes en los que podemos tropezar con rostros, instantes, sitios, estaciones, recuerdos y también muchas sorpresas. Es así, ante cada nueva figura o espacio que ella nos hace desembocar en admiraciones. Llegamos a un camino singular que puede parecernos conocido y al mismo tiempo extraño y distinto. Y advertimos entonces: son ¿Siluetas? ¿Apariciones? ¿Realidades? ¿Ficciones? Un ¿Espejismo?... Porque tiene la capacidad e inteligencia para motivarnos. Ella saca a flor de piel lo que llevamos dentro, y es capaz de hacer con formas y colores, un retrato del magma humano…

Dentro del misterio con que matiza sus cuadros emerge una poesía que emociona los sentidos. Una suerte de estrato puro con el que llega a moldear sentimientos/hechos/vivencias. Allí, en lo más profundo de sus creaciones la palabra deviene color y forma para estremecer en cada línea.

No a la manera de Chagall, ni de ciertas creaciones de Klee. A su forma, porque todo evidencia que su manera de asir la expresividad, el enigma, la fuerza interior de algunas figuras o sombras a que nos tiene acostumbrados en el tiempo, resulta marcada o sellada por la idealización y el modo de producir la poesía. Hilda trata de alcanzar la perfección, siempre va en su búsqueda y ahí se entronca con la lírica. Entonces toma ingredientes de aquí y de allá, esparce por el campo blanco de la tela o la cartulina todo aquello que le llega por las distintas dimensiones de su ser, y va echando la suerte en cada trazo que se transforma en una latigazo artístico con el que va ordenando la realidad de la imaginación con la que arma su universo.

Un carácter caleidoscópico…

Se añade a esas calidades el sabio uso del color. Este, naturalmente rico, es siempre justo en su fidelidad a lo real. Si hacemos una radiografía de su quehacer pictórico descubriremos que el color cobra en ella un protagonismo eficaz. Reúne en la tela o cartulina los más variados tonos, mezclándolos de manera inaudita, para, al final, dar a luz una magia especial que atrapa las pupilas. No menos central es su pincelada, su ejecución. Ella reafirma en cada gesto pictórico la pasión por la pintura, por la pintura misma.

En sus cuadros encontramos la composición definitiva que, también, muchas veces inaugura posibilidades insólitas. Su dibujo, singular, decantado en la seguridad de las líneas, puede llegar a desdoblarse con carácter caleidoscópico en la precisión final de ciertas formas, siluetas y rasgos, y en la evaporación de un conjunto que, por sus espejismos, dota a sus piezas de la fuerza del enigma.

Los títulos de sus cuadros respiran en la misma dimensión de lo creado. Son alusiones, palabras que atestiguan lo que van a encontrar en el interior de la obra. Pintura de intimidad e intemperie, el trabajo de Hilda Vidal es un testimonio de lo posible y de lo increíble a ras de mundo, como inventario de un universo que es preciso redescubrir con tanta ingenuidad como exactitud.

Sus creaciones pernean aspectos muy personales de su pintura: en primer lugar la utilización del espacio alejada de cualquier convencionalismo. El proceso de organizar la composición es laborioso en la estructura ondulante y vigorosa, además de lograr fuerza en la imagen gracias a la minuciosidad del detalle y su ubicación en el cuadro. La creadora maneja, además, el color a su antojo, sin supeditarlo al dibujo ni hacerle su esclavo, sino que le hace cumplir un papel importante en la conjuración de las atmósferas fantásticas que llenan sus obras .Y esa sabia utilización de un blanco especial —desde sus primeros trabajos— que tiene su secreto personal.

Inconfundible aire de familia

Su obra tiene un inconfundible aire de familia. Cuando una obra, una pintura en este caso, no tiene instantánea identificación con el autor, pudiéndosele adjudicar a cualquier otro, es algo vacío. La pintura de Hilda Vidal le pertenece, es ella misma. Es Hilda Vidal hasta cuando se olvida de serlo o quiere ser otra cosa.

En los mejores momentos de la pintora, la individualidad sicológica del hombre o la mujer —solos o en grupos— se manifiesta con una hondura o elocuencia, que alcanzan a sobrepasar cualquier circunstancia de vestimenta, lugar o época. Esa capacidad de generar imágenes inexistentes —en la realidad— porque su obra viene de adentro, de los caminos del pensamiento, del subconsciente, de esos terrenos mágicos…, le aportan riquezas incalculables a la hora de crear.

A partir de ahí, sus “modelos” originales, únicos, se convierten en un pretexto para ser iluminados mediante una paleta que aparta cualquier convencionalismo, colores de matices inagotables, a veces inimaginables, amortiguados y dispuestos a través de veladuras pacientes y de pinceladas sumarias. Con ambos elementos consigue atrapar, no únicamente la luz, sino también el aire que envuelve a sus personajes o que se encierra en esos espacios subyugantes. Elementos con los que logra instantes de un estatismo sereno, donde el tiempo aparenta haberse detenido, a tal punto que parece no existir. Ella recorre las superficies de la tela o la cartulina con la sabiduría que le da la experiencia, pero también el estudio, la lectura, la música, el conocimiento y la propia vida al respirar día tras día en sus mundos. Porque la creadora trabaja en la dimensión real y en esa otra adonde pocos llegan. Hace viajes interiores, raspa la corteza de lo desconocido, desvela sueños, se inclina en hondos abismos y regresa cargada de energías, temas, tonos, alegrías y tristezas que van marcando, como huellas, esos lienzos infinitos donde no se atisba casi nunca el final (el fondo de la obra). Nos entrega tanta materia prima para soñar y pensar, que con esas formas, desprovistas de todo lo que pudiera sobrar, enseña el camino para andar a nuestro libre albedrío. Por ese terreno vamos recogiendo las piezas del rompecabezas que estamos a punto de develar.

Pero a pesar de todo, la pintura de Hilda Vidal no está separada del mundo circundante, es parte de él. Tampoco necesita fronteras artificiales que la delimiten e impongan su lugar en el espacio. Espacio tiene y muy bien ganado en el horizonte creativo de la plástica contemporánea cubana. No es posiblemente una pintora para una valoración museológica en su tiempo. Porque el tipo de obra que ella produce requiere, muchas veces, una sensibilidad muy especial y una distancia que le hagan justicia y la sitúe en el lugar que se han ganado en el curso de la plástica nuestra, nombres de creadoras de la talla de Amelia Peláez y Antonia Eiriz.


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