Cuando fui invitado a participar en esta edición de El autor y su obra dedicado a Mirta Yáñez, lo acepté de inmediato como un honor y un gusto grandes.
Pensando en qué podría decir sobre la homenajeada recordé que nos conocimos hacia fines de los años sesenta del siglo pasado, cuando me desempeñé como Presidente de la Comisión de Extensión Universitaria de la Universidad de La Habana y Mirta fue ganadora del Premio de Poesía del Concurso Literario 13 de Marzo 1970, auspiciado por la Comisión, con el libro Las Visitas.
Recordaba también mis contactos con Mirta en la Escuela de Letras desde mi posición de secretario del núcleo del Partido allí, y ella como activa militante juvenil, en época en que pudimos enfrentar con éxito poderosas corrientes oportunistas inquisidoras que pretendían desangrar aquel excepcional recinto de cultura y transformación de nuestra sociedad, cuyo claustro incluía figuras de extraordinario relieve intelectual y político.
Felizmente, recibimos el apoyo del entonces Secretario del Comité del Partido en la Universidad, Armando Méndez Vila, y del Rector José M. Miyar Barrueco. Pero tempranamente, en abril de 1973, pasé a trabajar en el Servicio Exterior de la República de Cuba y no me reencontré con Mirta hasta el siglo siguiente, el actual, en París.
Allí desempeñaba mi último trabajo en el servicio exterior como embajador ante la UNESCO, y esto permitió tener a Mirta como huésped en nuestro apartamento. Fue una oportunidad para, en los ratos libres, repasar recuerdos, hablar del presente, darnos una escapada a un pequeño restaurante chino cerca de la casa. Fueron días de estancia en familia que mucho disfrutamos Diana y yo.
Mirta se sorprendió de la cantidad de poemas inéditos que, en medio de los efectos del Período Especial y mi trabajo en el extranjero, guardaba en unas gavetas, entregados —parafraseando a Carlos Marx—, a la crítica roedora de los ratones. Se hizo cargo de ellos y para el 2005 aparecían, bajo el sello de Letras Cubanas, con el título De silencios y lunas, con prólogo de su autoría.
Desde aquel reencuentro en París hemos mantenido una relación constante, ya más telefónica que presencial, debido a circunstancias ajenas a nuestros deseos.
En este tiempo he podido comentar, para medios literarios periódicos cubanos, algunos libros de Mirta publicados en estos años. Siempre me asombra su versatilidad, su moverse de un género a otro con tanta destreza y acierto.
Mirta dejó constancia de su admiración por Camila Henríquez Ureña en un hermoso libro. Pero quién no admiraba a Camila, que era como una encarnación de Palas Atenea, majestuosa y deslumbrante, repartiendo sabiduría con la naturalidad de las grandes maestras. Cuando releo ese libro veo, como Mirta, moverse, por una fuerza invisible, el sillón de la escuela en el que solía mecerse Camila a la espera de su turno de clases. De aquellas clases de Literatura General de Camila deben haber nacido esos cuentos apócrifos, como el que advierte que la pareja de enamorados que Dante somete a castigo eterno en el Infierno de su Divina Comedia, no eran Paolo y Francesca, como se ha venido repitiendo en todas las ediciones de la obra cumbre de Dante, sino Paolo y Francesco. Picardía ingeniosas de Mirta para hacer reír y pensar.
Mirta, hija de padre periodista, ha cultivado, al igual que su talentoso y temprana y lamentablemente fallecido hermano Albertico, el difícil género de la literatura para niños. Y aquí quiero destacar la adaptación escénica que hizo Mirta del clásico cuento Cenicienta.
Esto de adaptar al teatro historias conocidas fue, como se sabe, práctica de escritores tan reconocidos como Shakespeare y Goethe. Recrear es una forma de crear, como hizo Martí en La Edad de Oro.
Sobre esta versión de Cenicienta escribí para La Gaceta de Cuba:
Mirta Yáñez ha conservado todo lo esencial del original de Perrault y lo ha enriquecido con (…) situaciones, personajes e ideas nuevas. Dos elementos introduce la autora tomados de formas escénicas de otras épocas que resultan de gran efectividad y encajan tan naturalmente con el resto que nunca se les siente ajenos, como si hubieran siempre formado parte del relato de Perrault. Uno es el empleo de un coro, a la manera del teatro clásico griego, que comenta, dialoga e interviene como un personaje más y cuyos integrantes se transforman en otros personajes, pues el coro está formado por los ratones que el hada madrina convertirá, temporalmente, en los corceles de la carroza de Cenicienta. El otro personaje es el director del coro, que en este caso es un juglar con mandolina en mano, como aquellos artistas trashumantes medievales que iban de un lugar a otro interpretando canciones, contando historias y recitando versos. Así, el director del coro hará funciones de narrador que contará la historia de Cenicienta, permitiendo que la obra conserve su prístina característica narrativa aun en la versión dramatizada.
Se trata de una representación dramática bien estructurada, con diálogos ágiles y precisos que combinan armoniosamente la prosa y el verso, con una atractiva narración y el uso de la música —canciones y bailes— para producir un espectáculo variado y rico en recursos y todo matizado con un sentido del humor que sanciona, rectifica y divierte para lograr aquel ideal del Renacimiento de enseñar deleitando.
La versión de Cenicienta de Mirta Yáñez, además de afirmar que las personas valen por lo que son, que el linaje verdadero es la conducta de cada cual y que el ser es hijo del hacer, nos precisa que más allá de la suerte, de la casualidad o la intervención externa fortuita, hay que tener bien presente lo que en su parlamento final nos dice el coro de los ratones:
Es cosa buena ser inteligente
y ser bondadoso naturalmente
con algo de belleza
humor y entendimiento
a más de otros parecidos talentos
Porque un buen empeño siempre triunfa
ya sea a la corta o a la larga
pero donde no hubiera estas virtudes
no hay padrino ni madrina que valga
Espero tener la posibilidad de ver esta obra representada. Podría ser un éxito más, por ejemplo, de La Colmenita.
Mencioné la versatilidad del talento de Mirta. En el libro aparecido el pasado año bajo el título de Damas de Social, idea original de Nancy Alonso y arduo trabajo de investigación de Nancy y Mirta, se incluye un epílogo de esta última.
A propósito de ello señalé en la presentación de dicho título:
El libro cuenta además con un epílogo de Mirta Yáñez titulado “Social, sus Damas, mi Álbum de Apuntes…”, que nos da una valoración muy esclarecedora y precisa de la época en la que se publicó la revista y de las características de la misma. Esta valoración se refiere a la situación de la mujer y sus luchas, no solo en Cuba, y a las corrientes artísticas predominantes en el mundo occidental que influían en el aspecto formal de Social, particularmente en sus ilustraciones. En estos “Apuntes…” encontraremos una esencial caracterización de cada una de las damas incluidas en esta selección. Las caracterizaciones se cierran con ingeniosos y ajustados epítetos de las caracterizadas.
Este “Álbum de Apuntes” es un excelente ensayo histórico sobre aquellos años de nuestra incipiente república y la contribución femenina a nuestra nación en el orden cultural.
A saltos por la obra de Mirta desearía dejar aquí mis impresiones sobre su novela Sangra por la herida, ya traducida a varios idiomas y poco comentada en Cuba. Sobre ella escribí una reseña para el periódico digital Cubarte en la que destacaba lo siguiente:
Para escribir una novela como Sangra por la herida se requiere… tener convicciones firmes, sed de justicia, honestidad y valentía; dominar el oficio narrativo y tener eso que llaman talento; pero, en este caso, se requiere también ser cubana, habanera de la segunda mitad del siglo XX inmersa activamente en la sociedad en la que vive.
Las historias de cada uno de los once personajes principales se entretejen en una historia única, la de una ciudad y un tiempo dado.
El lector encontrará, más que un protagonista individual, uno colectivo de personas asociadas de maneras diversas. Este colectivo multicolor une a pequeños burgueses del Vedado con vecinos de cuarterías pobres. Junto al lenguaje culto se encontrará el popular, lleno de cubanismos, en una narración rápida que, al mismo tiempo, es rica en descripciones y momentos de diálogos fundamentales. Es una novela realista, un espejo de aspectos dolorosos de nuestra realidad. Pero la crudeza del contenido no hace concesiones a la vulgaridad.
La autora es maestra en el uso de la ironía y el sentido del humor... Habrá quienes objeten que el contenido de la novela no da una visión “balanceada” de la sociedad habanera (…) Pero la intención de la autora, expresada diáfanamente desde el título mismo de la novela, es precisamente poner el dedo sobre las llagas, hacernos sangrar por las heridas de nuestros errores y deficiencias para reconocerlos y dolernos de ellos. Los griegos clásicos creían en la catarsis como un medio de purificación y mejoramiento humanos.
Una vez comenzada la lectura de la novela es difícil interrumpirla (…) Narrada en tercera persona, irrumpe a veces un cambio hacia la primera en medio de la narración, que la autora dirige a sus lectores, especialmente sus contemporáneos, a quienes les pregunta si recuerdan lo que pasó y se cuenta (…) para que la memoria histórica no se pierda.
Pero la novela rebasa el marco puramente local o nacional por la profundidad de sus temas. En cualquier lugar del mundo hay personas y situaciones como las que se relatan (...) La complejidad de las relaciones entre los seres humanos está compuesta por grandezas y miserias y los cambios sociales profundos no escapan a esa realidad. Era José Martí quien recordaba que estos se hacen con los hombres como son y no como debían ser.
La enfermedad y la muerte, no son los únicos males a los que se enfrenta el ser humano. La incomprensión, el abuso de poder, la discriminación, la indiferencia… son elementos antiguos que perviven. Vencerlos es el gran desafío.
Sangra por la herida… es una invitación a la reflexión, especialmente para aquellos que no han renunciado a la posibilidad de hacer, del nuestro, un mundo mejor.
Permítanme terminar esta intervención con la lectura de un texto inédito que le escribí a Mirta y que se explica por sí solo, y ahora se me ofrece una oportunidad especial.
Una amiga muy querida me ha puesto, públicamente, en un compromiso que no sé si podré cumplir. Hay dos razones que me hacen dudar.
Sí, no he dicho que la petición consiste en que cuando ella cumpla los ochenta años de edad yo sea parte de un panel que hable de su obra literaria. En realidad, esto no implicaría, en mi caso, un esfuerzo de investigación complicado porque estoy al tanto de su quehacer como poetisa, ensayista, investigadora, narradora, autora de textos para niños y jóvenes, amén de su labor profesoral, editorial, miembro de jurados y otras actividades de animación cultural.
Añádase que parte de su obra ha sido traducida al inglés, el francés, el portugués y el italiano y que ha sido acreedora del Premio de la Crítica Literaria en más de una ocasión. Y como si esto fuera poco, ha sido electa miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua.
Pero si hubiera que caracterizarla como persona sería necesario mencionar dos rasgos esenciales de la susodicha. El primero es que tiene un apego tal a la justicia que es capaz de enfrentarse a cualquier poder establecido o por establecer frente a lo injusto, provenga de donde provenga. Esto, como se sabe, es atributo de los verdaderos revolucionarios.
Mi amiga es, además, a juzgar por las normas evangélicas, una verdadera cristiana, pues además de no matar, ni robar, ni levantar falsos testimonios, cumple con el difícil precepto de amar al prójimo como a sí misma. En realidad, y creo que se debe a sus nupcias con la justicia —que para ser verdadera debe andar de aliada de la misericordia— mi amiga es capaz de amar al prójimo más que a sí misma, virtud misionera y apostólica.
En resumen: para dar un retrato fiel de la homenajeada se necesitan más dotes de las que dispongo y ella no merece ser objeto de mis limitaciones.
La segunda razón tiene que ver con el paso del tiempo.
Como soy diez años mayor que mi amiga, al llegar ella a los ochenta de edad, andaría yo por los noventa, y eso no es tarea fácil. No pertenezco al club de los 120 ni he recibido la preparación necesaria en una escuela de alto rendimiento etario. Sé que en el mundo de las artes y las letras contamos con ilustres personas longevas, pero todas las que recuerdo son mujeres: Alicia Alonso, Rosita Fornés, Carilda Oliver, Fina García Marruz. Entre los hombres, es cierto, la hazaña de ser nonagenario la realizaron Ángel Augier y Fernando Alonso, que yo recuerde, y pido perdón por los olvidos, como excepciones confirmatorias de la regla.
Confieso que me gustaría estar presente el 4 de abril del año 2027, celebrando el onomástico de mi amiga quien, para entonces, habrá aumentado su producción literaria y alcanzado nuevos reconocimientos, incluyendo el Premio Nacional de Literatura.
A partir de las consideraciones antes expuestas, deseo, y hablo en segunda persona, querida amiga Mirta Yáñez Quiñoa, dejarte el testimonio de mi más alta consideración, como se dice en los protocolos de la diplomacia.
Si todavía ando por el planeta azul dentro de doce años —y no se me ha dañado el disco duro—, trataré de honrar tu petición. Caso contrario podrás acudir a esta nota y repetir aquel verso de Rubén Martínez Villena: “Todo lo presintió”.
Un beso para tu frente limpia.
Tu amigo viejo,
Rolando López del Amo.
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