HOMENAJE A PEDRO DE LA HOZ: PUSO SU PROFESIÓN EN FAVOR DE LA VERDAD, DE SU VERDAD Y NO DEJÓ QUE NADIE SE LA MANCILLARA


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Ante todo me niego a admitir la certeza de la muerte. El ser humano vive en lo que deja como legado. Y, por tanto, la muerte no es otra cosa que una prolongación misteriosa de la vida. Y cuando una vida se vive en función del otro, es decir, en la utilidad de la virtud como expresó el más grande de los cubanos, la eternidad está garantizada en su dimensión mayor.

Desde que lo conocí en la década del 70, recién llegado de Cienfuegos, Pedro de la Hoz traía una centella de luz radiante en sus ojos, y un oficio que le ganó a su tiempo porque él fue artífice en Cuba de un periodismo crítico y comprometido.

Leí sus poemas de juventud en casa de Mercedes García Ferrer en 21 y N. Y allí coincidimos con Silvio y con Pablo, y con cuanta gente amaba la bohemia que destilaba aquella casa mágica de cristales opacos y de noches sin mañana. Porque la literatura allí no se hacía con palabras sino con jirones de la vida. Para Pedro la literatura y la música eran sus más acariciadas preferencias. Ya era, sin embargo, un periodista entrenado, un crítico sagaz, profundo y sin cortapisas. Con valentía, impuso sus criterios por encima de toda academia, de toda escuela; fue él, el más culto, el músico de vocación, el que no colocaba su batuta de espaldas a la orquesta de turno. El que no se rindió a las convenciones ni a los caprichos circunstanciales. Dueño de una prosa viva y testimonial abrazó su tiempo con asombrosa pasión y colocó su utopía donde nadie se atrevió a cuestionarla. Fue un revolucionario sin máscaras, puso su profesión en favor de la verdad, de su verdad y no dejó que nadie se la mancillara. Se alzó como un tigre frente a los encapuchados sin ánima que se escudaban en los sordos poderes de la mediocridad y el oportunismo. Fue polémico y los que se mostraban ambiguos a sus ideales o a sus principios estéticos le temían.

Amigo leal, no conoció el prejuicio, ese veneno que reduce a una mísera porción la conducta humana. Siempre estuvo consciente que el racismo, ese otro veneno, era una barbarie a erradicar. Presidió hasta sus últimos momentos con ahínco y eficiencia la Comisión Aponte de la Uneac. No se calló nunca cuando la palabra era un látigo necesario que había que blandir. Él se llevó su tiempo y nos deja huérfanos de su azarosa vida que ha sido también la nuestra. Ascendió antes de ser llamado; hasta en eso se adelantó a nosotros, quizás porque tenía confianza en que nos dejaba abrigados a su sabiduría, a su fervor y a su fruición que va más allá del amor, a la amistad, la que José Martí llamó el remedio más seguro. Lo mejor del mundo es tener un buen amigo. Y él lo fue; aunque ahora su voz reposa en las cenizas. Su voz certera. Su encandilada voz.

Pedro, la semilla que sembraste dará sus frutos y ese será tu mayor orgullo. Porque te entregaste entero a tu pueblo. Cuando muchos de tus contemporáneos sean ya pasado tú estarás presente en la primera fila. Y créanme que no exagero. Contigo sufrimos tus últimos estertores. Tus dolores fueron los nuestros. Vivimos juntos la ventura de estar asidos a la adversidad de tus padecimientos. Te vimos erguirte ante el cumplimiento de tus deberes públicos. Como un coloso venciste las pruebas que te puso la vida con la energía que te acompañó siempre.

Ahora asciende tranquilo a ese territorio inefable que es la eternidad. Allí donde vas a vencer la incomprensión y el olvido. Allí donde tarde o temprano nos encontraremos contigo para alcanzar la utopía que soñamos juntos y que fue tu más pura aspiración. Allí donde el tiempo no existe. Y donde vas a sentir a tu libre albedrío, el gozo de haber vivido para los demás.

Querido Pedro, morir es seguir viaje.

Hasta siempre, amigo.


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