Horacio Quiroga: obsesiones y caminos


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Horacio Quiroga, considerado el creador del cuento en Hispanoamérica, nace en Salto, Uruguay el 31 de diciembre de 1878 y se quita la vida en BuenosAires un día como hoy de 1937.

La crítica especializada  también coincide en que  fue pionero en demostrar las posibilidades que tenía el cuento como medio de expresión.

Su vida estuvo exageradamente marcada por la tragedia: su padre muere en un accidente con un arma de fuego; su padrastro se suicida; su primera esposa se envenena; su hija Eglé también se quitó la vida, al igual que su hijo Darío, y Quiroga mata involuntariamente a su mejor amigo.

Además, padeció miserias económicas, conflictos conyugales y le obsesionó la idea del suicidio a la que sucumbió finalmente; la muerte es omnipresente en su vida y en su producción literaria

Otra de sus grandes obsesiones fue Edgar Allan Poe (Boston, Estados Unidos, 19 de enero de 1809-Baltimore, Estados Unidos, 7 de octubre de 1849). Fue un confeso admirador del escritor estadounidense, una de sus más grandes influencias en la atmósfera de alucinación, crimen, locura y estados delirantes que pueblan sus narraciones. Sentía por Poe más que admiración, devoción.

En su célebre Decálogo del perfecto cuentista, (1925), en el primer punto aconseja: «Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo».

Reveló reiteradamente que en su etapa inicial este era el único escritor que leía, y sus detractores le sentenciaron severamente por las marcas de Poe en su escritura, sobre todo, en su etapa inicial. Estas críticas las asumió toda su vida, ya que nunca negó que el norteamericano fuera su primer y principal maestro.

En el Decálogo…. dice en la tercera recomendación: «Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte».

Ambos elementos, su vida difícil y Poe, nutren su cuentística, una de las más valiosas de América, que trascendió los marcos geográficos y alcanzó significación internacional por el tratamiento humano de personajes, y circunstancias y por la maestría narrativa que desplegó en sus cuentos, en los que la naturaleza es un personaje más.

Es innegable su dominio del cuento. Su entrañable amigo, el escritor Julio Cortázar, afirmaba que Quiroga «conocía a fondo el oficio de escritor».

Precisó Quiroga que el cuento es «el más difícil de los géneros literarios» y afirma: «Un cuento comienza por el fin»; ve como valores primeros del cuentista: el poder detrasmitir vivamente y sin demoras sus impresiones, y en la obra: soltura, energía, brevedad, concisión, y huida de lo ampuloso.

Consideraba a la par, que el cuento debía ser eficaz, hacer blanco en el lector y clavarse en su memoria. Otro consejo del Decálogo es: «No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas».

En su experiencia, el cuento debía tener «una sola línea, trazada con una mano sin temblor desde principio a fin. Ningún obstáculo, ningún adorno o digresión debía acudir a aflojar la tensión de su hilo»

Quiroga escribió una cifra impresionante de cuentos; unos llenos de terror, y otros cargados de bondad y ternura para los niños, poblados de animales que hablan y sienten.

La mayor parte de su carrera transcurre en Argentina, país del que obtiene su ciudadanía; allí llega a ser muy popular por sus cuentos publicados en revistas y recogidos en libros.

Habita en El Chaco, Misiones, región de la frontera argentino-paraguayo-brasileña a la que llega seducido por la naturaleza virgen que inspiró sus narraciones y fue escenario de la mayoría de sus cuentos. Misiones beneficia su salud física y mental

La obra de Quiroga suele dividirse en tres etapas; una primera de 1901 a 1917, con Los arrecifes de coral (1901); El crimen de otro (1904); Los perseguidos (1905); Historia de un amor turbio (1908); Cuentos del monte (1912).

Por esta época publica sus cuentos en folletines y revistas literarias bajo el pseudónimode S. Fragoso Lima. La selva no solo será escenario, si no personaje en algunos de sus relatos.

La siguiente etapa, de 1917 a 1924, reúne Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte (1917); Cuentos de la selva (1918); El salvaje (1920); Anaconda (1921).

Por último el período comprendido de 1924 a 1934 que incluye El desierto (1924); La gallina degollada y otros cuentos (1925); Los desterrados (1926); El hijo; El hombre muerto; Las sacrificadas (1929); Pasado amor (1929); Suelo natal (1931); Más allá (1934):

La popularidad de su obra se debe, fundamentalmente, a los cuentos de su primera etapa, los de «efecto», como el autor los llamara, entre estos: «El almohadón de plumas», «La gallina degollada», «Lamiel silvestre, y entre los relatos de «concentrada emoción», se distingue extraordinariamente «El hijo».

Mucho se ha dicho que Quiroga escribía cuando ya el cuento estaba terminado en su mente, lo cierto es que logró un virtuosismo escritural poco común; construyó un universo literario propio y obsesionante, y sin dudas, sus obras Los perseguidos, Los precursores, El desierto, Anaconda o El regreso de Anaconda, son contribuciones excepcionales a las letras hispanoamericanas.

A principios de 1937, y luego de un padecimiento de prostatitis, es sometido a una operación quirúrgica que comprueba que padece un cáncer avanzado intratable e inoperable; le dan esta noticia el 18 de febrero.

Con esta perspectiva decide quitarse la vida y en la madrugada del 19 de febrero bebió un vaso de cianuro y murió pocos minutos después.

Cuentan que cuando en Misiones se supo la noticia de su suicidio , es que se conoce allí que era un gran escritor, pues lo  identificaban solo como un juez de paz, aficionado a la química, productor de yerba mate, de dulce de maní y maíz quebrado, mosaicos y arena, e inventor de un raro aparato para exterminar hormigas.

Lo consideraban un ser singular y propio del lugar, al que él inmortalizó con sus relatos y ubicó en el mapa de las letras universales, pues supo completar con creces el camino de la escritura, superando el noveno de los mandamientos de su Decálogo del perfecto cuentista:

«No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino».


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