Iliana Núñez Rodríguez (1) debuta en los libros para niños con una hermosa historia llena de imaginación y fantasía, y que precisamente, al aparecer este año puede tomarse como el mejor tributo de la autora a las celebraciones por el 130 Aniversario de la Abolición de la esclavitud en Cuba. La princesa cimarrona, publicado por la Editorial Oriente, como otras tantas historias referidas a la esclavitud, retrata de nuevo el horror que significó esta práctica infame tan indisolublemente vinculada al surgimiento de nuestra nacionalidad. Con el aire de los cuentos tradicionales, la historia relata el acontecer de una familia de esclavistas que un día es maldecida por un anciano esclavo que ha sufrido vejámenes y torturas por parte de su cruel amo Raimundo y justo antes de morir le lanza un poderoso hechizo que le condena a tener una hija que nacerá muda y que solo conseguirá hablar algún día, pero justamente la lengua de los esclavos. Para identificar las claves creativas de esta autora, hoy conversamos con ella en nuestra columna y veremos que su abordaje de estos temas es un acto de convicción y justicia hacia la historia y hacia el lector cubano.
¿Qué inclinó a una abogada militar dedicarse a escribir y en especial para niños?
Nunca pensé ser militar. Tampoco abogada. Eso sí, siempre me atrajo escribir. Nací en el seno de una humildísima familia radicada en un batey, con un terraplén fangoso que dividía el caserío en dos. A un extremo, una prisión de Alta Seguridad y al otro una cochiquera de puercos canadienses. De ahí que, si escuchaba la frase “el rocío de la mañana”, por muy poética que sonara, solo pensaba en mis zapatos llenos de fango. Les tenía miedo a las ranas, lagartijas, sapos, alacranes, perros, arañas y a cuanto bicho asomara por los horcones que sostenían la casa. ¿Qué vas a ser cuando seas grande?, me preguntaban las maestras una y otra vez, para escucharme decir: “¡Actriz!” Ante tal confesión, a los ocho años escribí mi primer libreto para homenajear al Titán de Bronce y, como en tercer grado no había niñas negras, decidí protagonizar a Mariana Grajales. Me oscurecí el rostro con un trozo de carbón, pañuelo amarrado a la cabeza, una saya de mi madre y hasta un machete de yagua fabricado por mi padre, que batía como toda una mambisa en medio del aula, repitiendo con ímpetu: “¡Fuera, fuera de aquí! ¡No aguanto lágrimas!”. Todavía recuerdo las carcajadas de mis maestras y padres presentes. A partir de la vida que me tocó, comencé a inventarme historias para salir imaginariamente de aquel campo que no tenía nada que ver con mis anhelos de llegar a ser actriz. Los muchachos del batey me seguían (era como la jefa de la “pandilla”) para jugar a los policías y ladrones. Hasta que, en una ocasión, dejé a un niño amarrado a un árbol. Había que tener mano dura con los ladrones (¡por poco se lo comen las santanillas!). Naturalmente, yo era siempre la buena. Con el tiempo, me convertí en “la artista de la escuela”. Dicen que “la felicidad dura poco en casa del pobre”. La mía duró hasta los diecisiete. Quería hallar un derrotero para mi vida. Hasta entonces, la prisión, la cochiquera, el terraplén y yo, seguíamos estando en el mismo lugar. Una vez terminado el preuniversitario en Jagüey Grande, decidí irme para La Habana. Lo único que apareció en oferta fue trabajar en una prisión de mujeres. Tenía que escoger entre el fango y cuanto bicho había en el batey o enfrentarme a la dura labor de lidiar con presidiarias. Preferí jugármelas todas antes que seguir soportando “el rocío de la mañana”. Así las cosas, terminé siendo funcionaria en un centro penitenciario que, por supuesto, nada tenía que ver con el Arte y menos con la realización de mis sueños. Pero, ¡ya vivía en La Habana! Orgullosa de haber logrado mi primer objetivo de desarrollo personal, aunque literalmente cagada de miedo al verme en medio de aquel mundillo carcelario, busqué información sobre Talleres de Actuación. Apoyada por el establecimiento penitenciario, se me permitió dos veces por semana recibir clases de Actuación en la Casa de Cultura de Guanabacoa. Fue así que, con veinte años recién cumplidos, gané mi primer premio como actriz aficionada, otorgado por el excelso Armando Soler, con una obra teatral llamada Un Pelo en Plena Juventud, cuyo autor premiado, era Felipe Oliva Alicea. A partir de ahí comencé a interesarme aún más por fabular, cosa que sigo haciendo hasta ahora para motivar a cuantos lectores me sigan la pista.
¿Qué motivó la escritura de tu primer libro para niños La princesa cimarrona?
La princesa… no es mi primer libro para niños, aunque sí es el primero que veo publicado. Pocas veces en nuestra Literatura para niñ@s se refleja a los infantes como protagonistas de historias inherentes a la esclavitud. Sin embargo, fueron los “negritos” y las “negritas” los más sufridos, perjudicados y desprotegidos, de esa denigrante y cruenta etapa que durara siglos, aunque no por ello los “blanquitos”, “señoritos”, “amitos” y “amitas”, o como se les llamara, fueran inmunes a las nefastas consecuencias que acarreaba la brutal Trata de Esclavos. Con el auge actual de la tecnología y los videojuegos, se requiere que, además de los programas diseñados para la enseñanza escolar, se aborde en los libros lo que constituyó nuestro pasado no siempre glorioso. Historias que impacten y coadyuven a la formación integral de nuestros estudiantes más pequeños. La esclavitud no solo resultó un genocidio de lesa humanidad, de la cual siempre habrá algo que relatar, sino que dejó muchos grilletes en nuestra conciencia, de los cuales aún no nos hemos liberado del todo. Uno de ellos es el racismo. Escribir e indagar sobre quiénes fuimos y quiénes somos o podemos ser, tiene que ver con la identidad, es una ardua tarea que muchos debieran abordar.
¿Te aporta ser la esposa de otro escritor que se mueve en el mismo género?
Ciertamente, ser la esposa de un escritor consagrado, con toda una carrera dedicada a la Literatura, es una bendición para alguien que como yo, pasó más de veinte años inventando historias, fabulando a ciegas, sin técnicas literarias, leyendo a escritores buenos y malos, en un ambiente laboral ajeno a la creación, al Arte y mucho menos al oficio de narrar. A los veintidós años, luego de terminar mi primera novela policiaca, logré contactar a un reconocido escritor, quien, después de echarle un vistazo al texto, me dijo: “Tienes la influencia de Agatha Christie. Pero esa literatura es de inodoro”. Desde entonces mi incipiente trama policiaca yace en una gaveta. No me he atrevido a destinarla al baño, ya que sigo considerando a Agatha una gran escritora, cuya influencia, lejos de perjudicar, beneficia. Felipe Oliva, al contrario, ha sido un maestro por excelencia. Mi desempeño militar y jurídico, sin dudas, había fijado en mí determinados patrones de redacción, que fueron desapareciendo, según aprendía a diferenciar la Literatura de la composición de informes. Su dominio sobre todos los géneros literarios, su extensa obra, estudiada por mí gracias a la posibilidad de tenerla al alcance de la mano, acoplada a su natural prosa poética, te obliga a evaluarte a ti mismo, amén de sus enseñanzas, de las que tantos y tantas nos hemos servido. Por lo que me place otorgarle, con la lealtad que me caracteriza, mi eterno agradecimiento. Sin embargo, como bien sabemos, además del conocimiento, se requiere talento para escribir, la habilidad de crear y fabular. Eso va implícito en ti, no lo aprendes con nadie.
¿Existe la literatura infantil? ¿Una LITERATURA? ¿Literatura para personas?
Un niño de preescolar no entiende la literatura para jóvenes, y a un joven no le interesa leer literatura de preescolar. Así sucesivamente. Sin embargo, los escritores para niños escriben, a veces, con un lenguaje que se desfasa de a quien realmente va dirigido. Todo se le puede contar a nuestros infantes; solo hay que saberlo hacer, emplear el justo lenguaje y la forma que posibilite sea asimilado por estos. Algunas personas adultas seleccionan libros para sus hijos, simplemente por el atractivo de sus cubiertas o ilustraciones. No obstante, los pequeños no siempre gustan de los mismos e incluso de lo ilustrado en sus páginas. Asimismo, con la mejor intención del mundo, otros padres, les leen a sus pequeños los libros que debieran ser leídos por ellos, lo que no está mal, pero les resta práctica de lectura a estos. Por lo que, Literatura siempre será, la propuesta que interese a cualquier edad.
¿Qué piensas de la infancia?
Es una sucesión de fantasías y sueños que pocas veces logramos retener. Solo algunos creadores y artistas lo logran. Sobre todo, los que se dedican a escribir para los niñ@s.
¿En tu concepto los niñ@s leen hoy día más o menos que antes?
En nuestro país las condiciones están creadas para que nuestros niños (cuya enseñanza primaria es obligatoria) se cultiven ampliamente a través de la lectura. Los precios de los libros propician su adquisición. Comprar y regalar libros es un acto festivo, una especie de fiesta colectiva, las cuales no existían en mi niñez. Sin embargo, la tecnología con sus videojuegos, celulares, computadoras, tables, etc., conspira contra la práctica de leer, por lo que solo encuestas o estudios sobre el tema podrían responder acertadamente esta pregunta.
¿Qué piensas del tono que deben tener las historias para niñ@s?
Deben tener un tono fantástico y dejar alguna enseñanza.
¿Eres tú parecida a alguno de los personajes de tu obra?
Si el personaje es protagónico y hermoso sí; de lo contrario, siempre puedo convertirlo en sapo.
¿Cómo concibes idealmente a un autor para niñ@s?
Literalmente “adorable”.
¿Reconoces en tu estilo alguna influencia de autores clásicos o contemporáneos?
Sí. Entre ellos, Dora Alonso, por su sencillez grandiosa. Samuel Feijóo, por la habilidad de reflejar en sus cuentos la vida rural. Mark Twain, por la genialidad de sus historias basadas en las aventuras con niños protagónicos. Julio Verne, por su increíble fabulación. Onelio Jorge Cardoso, por la excelencia y la cubanía de sus cuentos.
¿Cuáles fueron tus lecturas de niña?
Tom Sawyer, Huckleberry Finn, Alicia en el País de las Maravillas, La Isla del Tesoro, los clásicos de Charles Perrault, Las mil y una noche, La Edad de Oro, los cuentos de Dora Alonso, principalmente su fabuloso Cochero Azul, y otra pila que no recuerdo. Realmente desde muy joven ya me gustaba leer literatura para adultos. En el campo donde vivía no había muchas opciones y, en cuanto mi mamá se terminaba alguno de los que compraba en las librerías del pueblo, aprovechaba para leer por ejemplo a Emily Brontë con Cumbres borrascosas, Víctor Hugo con Los Miserables, Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski, y, más adelante, Isabel Allende y su literatura tan parecida a la de García Márquez, aunque tal vez por solidaridad femenina la prefiera a ella y guarde a Eva Luna como un amuleto para la buena suerte. Otros, como Onelio Jorge Cardoso, Enrique Núñez Rodríguez, Samuel Feijóo, los disfruté más allá de lo literario, como si compartiera con los tíos que no tuve, dado lo agradable e instructivos que me resultaban sus cuentos.
¿Quién es tu héroe de ficción?
Tom Sawyer.
¿Quién, tu villano?
El loro del pirata de la pata de palo de La Isla del Tesoro (le tenía más terror al pajarraco que al Capitán John Silver).
¿Qué es lo que te enciende emocionalmente-creativamente?
La añoranza de mi infancia. La gracia natural de la creación. El inmenso placer de verme publicada. La posibilidad de ser un poquito diferente cuando fabulo historias que van más allá de la realidad.
¿Qué es lo que te desanima?
Escuchar en boca de un intelectual, que fue seleccionado para ser jurado de un concurso, que no recuerda la obra que presentaste, o saber que no pasó de las primeras páginas. Asimismo, y de efecto peor, los misteriosos Comités de Evaluación, que te devuelven un libro sin un basamento objetivo. También los directores de editoriales, aparentemente obligados a publicar libros por compromisos institucionales, y te rechazan o aplazan año tras año obras aprobadas. Y, por último, ver reimpreso o reeditado un libro malo.
¿Qué atributos morales piensas que debe portar consigo un buen libro infantil?
Incentivar la sensibilidad, que tenga fluidez, significados, que aporte valores de todo tipo a los niños por su contenido y creatividad.
Aparte de tu profesión actual, ¿qué otra cosa te hubiera gustado ejercer?
Si se pudiera vivir de la Literatura solamente, escribiría todo el tiempo para recuperar los veinticinco años que estuve desvinculada, aunque, agradezco contar hoy con un caudal de vivencias que, sin dudas, transformaré en historias que, como Sarabanda no perdona, cautivarán a lectores ávidos de recrear la realidad de un mundo no perfecto.
¿Qué profesión nunca ejercerías?
Inspectora estatal.
¿Podrías opinar de la relación autor-editor?
La armonía entre ambas partes generalmente fluye, amén de las características personales de ambos, pero, en ocasiones, la labor del editor suple elementos que superan su trabajo de correctores y pasan a ser prácticamente coautores de obras que, gracias a su genialidad, oficio e inteligencia, logran que algunos autores publiquen impecables libros que por el trabajo de limpieza del editor prestigian las obras sin que estos den crédito al llamado “apoyo creativo”. También surgen contradicciones entre autores que no aceptan sugerencias o editores que necesitan modificar una obra sin que esta lo requiera. Contratiempos que, casi siempre, terminan necesitando un árbitro contemporizador: el director de la editorial. Al final, lo importante es lograr que, con la fusión conceptual de ambos, el producto literario llegue con calidad óptima a los lectores y cumpla el objetivo para el que fue creado.
Si tuvieras que salvar solamente diez libros de un naufragio, ¿cuáles escogerías? ¿Alguno de los que has escrito?
No sé nadar. Por lo tanto, buscaría a qué aferrarme para no hundirme. Ningún libro me serviría como un buen madero, así que esa sería mi salvación, si no aparece alguien que me dé una mano o me alcance una balsa. Luego, trataría de recuperar de nuevo algunos de esos libros fantásticos que el mar se tragara y que quisiera siempre tener cerca de mí, incluyendo los de mi autoría. Lo importante es sobrevivir para hacer el cuento. En este tipo de preguntas, la lógica y el miedo superan la fantasía.
Nota:
(1) (Matanzas, 1964). Licenciada en Derecho. Máster en Comunicación Social. Ha publicado: Sarabanda no perdona (en coautoría con Felipe Oliva), Ed. Política, 2014; “La gallinita mecánica” Antología Mi juguete preferido, Ed. Gente Nueva, 2014 y La princesa cimarrona, Ed. Oriente, 2015.
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