Queridas amigas, queridos amigos, Dignatarios:
Buenos noches:
Ante todo quiero expresar en mi nombre y en el de los artistas y escritores cubanos las más profundas condolencias a los familiares de las víctimas de Ayotzinapa en la seguridad de que se hará justicia y que las palabras de la escritora y amiga Elena Poniatowska, dichas en el Zócalo de la Ciudad de México, no caerán en el vacío. Muchas gracias.
Quiero centrar mi exposición en un tema que hoy obsesiona a la comunidad internacional: la paz y lo que José Martí llamó “el equilibrio del mundo”. Para aproximarnos a estos objetivos se requiere de un mundo donde prevalezcan valores auténticos históricamente escamoteados a la cultura popular y al patrimonio de los pueblos.
Es necesario tocar el fondo. Sin autonomía espiritual, estaríamos sometidos a la dominación de la fuerza hegemónica de los medios, que como Mefistófeles al doctor Fausto encandila hoy a la humanidad. La patología de la enajenación se convierte en algo familiar y común, imposible de distinguir del estado de normalidad. He ahí la trampa. “Cuando se haya dado forma física”, como dice Phillip Stater, en su obra Paseo por la tierra y cito: “[…] a todos esos impulsos y logros de la cultura de masas, no podremos ver el cielo, los árboles ni ninguna cosa corriente, tan inundados estaremos por la maquinaria que habremos vomitado de nuestras entrañas ulceradas”.
Nos habremos convertido entonces en un producto robotizado. Esto equivale a una guerra psicológica. Los medios masivos se han empleado para promover esa guerra, como la diplomacia se ha empleado para promover otra, hermana de aquella, la política. Nuestro continente debe aspirar a la integración de sus comunidades, no como cuerpos estáticos, regidos por esquemas inflexibles y leyes intransigentes. La integración debe contribuir a luchar contra un pensamiento colonialista y dominador.
No será nunca una integración guiada por los principios de la globalización colonial; sino por la construcción de la unidad dentro de la diversidad, el respeto a la cultura del otro y en especial a las tradiciones y saberes populares, la democracia participativa y los principios de justicia y equidad social.
Tenemos que abrir espacios para la consolidación del pensamiento emancipador y desenajenante. Un cuerpo de ideas que no dañe la cohesión de un mosaico de culturas con raíces ancestrales. Son los factores humanos de esas culturas los que estamos obligados a salvaguardar. Hay que rescatar la memoria histórica, que es la esencia de nuestras expresiones culturales más legítimas. Debemos empeñarnos en una batalla contra la distorsión de esos valores.
No quiero trasmitir a este auditorio una visión catastrofista, aunque sería irresponsable no advertir los peligros que nos acechan, no ya como comunidad de naciones con vínculos históricos, espirituales y lingüísticos, sino como especie humana.
Aun cuando estamos dando los primeros pasos en un proyecto soñado por los próceres Simón Bolívar y José Martí, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), resulta significativo el reciente logro de un acuerdo que debe ser compartido y materializado por todos: la declaración de América Latina y el Caribe como zona de paz. Ese sí fue el anhelo vindicador de Benito Juárez cuando expresó: “El respeto al derecho ajeno es la paz.”
Hemos acumulado a lo largo de más de cinco siglos una cultura de reafirmación y resistencia, que constituye uno de nuestros más preciados valores patrimoniales y de innovación en el orden intelectual y material. Renunciar a esa herencia es suicida. Todo pueblo que se niegue a sí mismo está en trance de disolución. Esta fue una de las lecciones fundamentales que nos dejó el maestro de la antropología cubana y latinoamericana Fernando Ortiz, cuya obra constituye uno de los legados más nobles y fecundos de las ciencias sociales del continente.
Desde este foro reitero la necesidad insoslayable de seguir defendiendo estas premisas.
En una centuria hemos asistido al desarrollo de bombas atómicas, a la creación de campos de exterminio, al desarrollo de armas bacteriológicas y de otras cada vez sofisticadas y mortíferas. El racismo por color de la piel o por género y la exclusión social son predicados en la cotidianidad con la doble intención de obtener ganancias y de imponer la aceptación acrítica de la injusticia. Al mismo tiempo, se ha extendido el culto al consumismo desenfrenado y el despilfarro agresivo de los recursos del planeta. Simultáneamente, ante esta realidad, retroceden de manera evidente los valores humanistas, espirituales y de confraternidad.
Tenemos que refundar el ámbito iberoamericano en pos de una verdadera cultura de paz y justicia, con educación, cultura e innovación y creatividad.
Convoco desde aquí a mis colegas del continente y del otro lado del Atlántico a trabajar porque estos ideales se concreten en programas y acciones comunes.
La historia nos condenará o nos absolverá. He ahí la gran disyuntiva y nuestra principal obligación moral.
Muchas gracias.
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