Hablemos de un espacio radial que le ha dado muchos reconocimientos, Café Milenio. ¿Cómo se enfrenta todos los días a un programa en vivo, con distintos entrevistados? ¿Dónde está el método?
No, no existe un método. Yo creo que una entrevista entre un entrevistado y el entrevistador es una especie de pequeño duelo, pero no de enemigos, y siempre hay que tratar de llevar al entrevistado a donde uno quiere.
Cuando voy a hacer una entrevista, siempre pienso en cuál es el objetivo de mi entrevista, qué es lo que yo quiero del entrevistado, y ahí voy sorteando hasta que pasan los primeros minutos.
Cuando pasan esos minutos, tú te das cuenta de si ablandaste ya, si te ganaste al entrevistado, y entonces lo puedes manejar con más facilidad, siempre con respeto, no tendiéndole trampas sucias, y siempre con provocaciones que no salgan de un espíritu malsano, con provocaciones tal vez que salgan del espíritu de lograr confesiones determinadas.
Y sí, he hecho entrevistas a disímiles personas, a muchas personas; es un género que me gusta mucho, tanto como la crónica, y me divierto en el programa, en el mejor sentido de la palabra.
Para mí hacer radio es una gran diversión, es un reto diario. Siempre uno llega con ese susto. Y te lo digo —que ya yo pasé por ser incendiaria, no creo que haya llegado a ser bombera nunca— me sigue causando el mismo placer realmente.
Hice también muchas entrevistas en la televisión. Y cuando entendí conveniente que debía retirarme de la pantalla, lo hice sin problema alguno.
¿Pero hubo algún motivo o fue a lo Greta Garbo para que nadie la viera?
No, no, decidí que ya yo debía irme de la pantalla, que debía dedicarme mejor a escribir, a producir, a hacer otras cosas que me interesaban y que llevaban mucho tiempo, y lo dejé de hacer. Y en la radio sigo porque es muy cómoda, no tengo que pasar por un proceso de maquillaje, etcétera. Y entonces ahí estoy.
Algunos todavía creen que la radio algún día desaparecerá, ¿cree en eso?
No, no creo. Por ejemplo, mi hijo es muy joven, y encuentra mucho más entretenida y divertida la radio que la televisión.
¿No será la influencia que tiene?
No, en sus decisiones en ese sentido yo no he influido. Pero indiscutiblemente la radio es una compañera muy buena, muy agradable, no te obliga a estar sentado en ningún lugar, no te da ya facturadas las imágenes, sencillamente te habla, y uno piensa en imágenes, uno no piensa en letricas, y por tanto tú supones en imágenes.
Y entonces es algo que te mantiene el cerebro siempre funcionando, y tal vez eres un oyente más activo que pasivo.
Recuerdo algo que decía Magda Resik: “hay que convertir al televidente en un televidente activo y no pasivo”.
Pero cómo lograr eso si en sentido general, aunque no están todos incluidos, nuestra televisión está estructurada de una manera que uno sea un espectador pasivo, que asuma todo lo que le dan.
¿No cree absoluto ese criterio? ¿No cree absoluto todo eso que dice sobre la televisión?
Mira, para mí en la televisión cubana hay cosas salvables, no te digo que no; hay muchas cosas que son buenas, yo no puedo ser absoluta y decir que todo no sirve; pero la televisión cubana ha dejado de ser entretenida.
Porque, además, lograr un espectador que sea activo y no pasivo, es difícil. Y tú tienes que provocar, desde la televisión, al televidente para que piense; la televisión no es dar, es hacer reflexionar.
Hay una cosa que en guión se llama texto latente, es decir, no es lo que yo digo; es lo que yo quiero decir. Y entonces, cuando la televisión se hace cómplice de esa sociedad del espectador, yo creo que provoca en el espectador esa actividad necesaria que deben provocar nuestros medios de comunicación, en este caso la televisión, sin prejuicios de ningún tipo, ni de géneros, ¡ni de géneros!
¿Por qué mucha gente prefiere ver esos famosos paquetes, esos famosos shows que sacan de no sé dónde, a ver la televisión cubana? Eso deberían preguntárselo a los realizadores de la televisión. ¿Por qué? ¿Qué pasa? Es verdad que hay muchas cosas que dependen de la tecnología, pero hay muchas cosas que dependen esencialmente del hombre.
Yo he visto personas que salen por la televisión —y no soy de un criterio dogmático—, pero yo he visto muchas personas que aparecen en la pantalla y que tal parece que fueron al mercado a comprar y de ahí entraron a un estudio de la televisión.
La televisión, sobre todo porque te da una imagen terminada, te da una imagen ya prefacturada, crea códigos de imitación. Entonces hay que tener cuidado, no solamente en lo que se dice, sino en cómo se dice, quién lo dice, por qué lo dice, dónde lo dice y cómo está vestido el que lo dice.
Hay códigos que funcionan en la comunicación. Por ejemplo, me parece horroroso que en un noticiario alguien se ponga un vestido de flores para dar una noticia, coloridos, festivos, cuando se sabe que los colores pasteles o los colores sobrios dan seriedad, dan credibilidad.
Porque a veces alguien puede decir una verdad contundente, pero dicha de esa manera no se la puede creer nadie. Entonces a veces nosotros fallamos en esas cosas que en ocasiones dependen del hombre, no dependen de la tecnología, independientemente de que la tecnología en estos tiempos, sobre todo para las generaciones más modernas, más nuevas, que nacen ya genéticamente con la tecnología en sangre, pues es necesario otro lenguaje, otros códigos, otros códigos incluso fotográficos; lo que ayer a lo mejor era un problema de eje de la cámara, que era un defecto, hoy puede ser un efecto.
Pero, además, si tú miras los informativos, vale más la información muchas veces que la calidad de la imagen de la información.
Ahora que hablamos de noticiarios y periodismo, ¿qué opinión tiene sobre el periodismo cultural que se hace en esta Isla?
Adolece mucho de la crítica, del trabajo crítico, salvo excepciones como Pedro de la Hoz, Joel del Río y otros periodistas más, no te digo que no.
Incluso, hay críticas, sí, pero podrían ser más. Tal vez porque no me quiero buscar problemas, tal vez porque tengo demasiados problemas para buscarme uno más, o tal vez porque carezco del instrumental teórico para hacer una crítica.
Una crítica no se puede hacer a partir de “yo creo” o “yo lo hubiera hecho de tal manera”. Eso denota en el crítico, digamos, una minusvalía desde el punto de vista teórico para ejercer el criterio, que es en definitiva la crítica.
Cuando tú tienes las herramientas teóricas para ejercer el criterio sobre una puesta en escena, que puede ser de danza, de teatro, o un libro recién publicado, o una exposición de artes plásticas, puedes hacerlo. También están los críticos que quieren hablar de todas las manifestaciones, pocos pueden hacer eso. Hay quien se especializa en cine, hay quien se especializa en danza, en fin. Yo creo que sí, pero me parece que la crítica también está un poco ausente.
Dicen que la crítica no tiene apellidos. Ni es constructiva ni destructiva, es crítica, nada más. Usted decía que la crítica no debe herir, pero cuando lo hace tampoco debe atemorizar a nadie.
Por supuesto. El crítico no puede tener temor, siempre se va a buscar problemas. Tú lo que no puedes es ejercer la crítica a partir del odio, de la envidia, de las miserias humanas.
¿Usted cree en Dios?
Creo en Dios como lo describe Alice Walker en El Color Púrpura. No es idolatrar una imagen o esto o lo otro. Si tuviera que ir a una iglesia, fuera a la católica, porque me bautizaron en la iglesia católica. Creo en Dios porque Dios puede estar en cualquier lugar: en el aire, en el viento, en las flores, en las ramas, en todo lo que creó la naturaleza: por eso la naturaleza tiene ese equilibrio tan sabio. Pero si me dicen que rece, me va a ser muy difícil, por no decir que imposible.
No sabe.
No sé rezar, y no sé pedir las cosas de esa manera. Creo que la religión no tiene que ser un fanatismo tampoco. A la religión yo siempre la he mirado como parte del enriquecimiento espiritual del ser humano, no porque vayas o no vayas a una iglesia, no porque seas devoto de un santo o no. Sí traigo siempre conmigo, en primer lugar —porque me la regaló mi madre y en segundo lugar porque es la patrona de Cuba—, la Virgen de la Caridad del Cobre, a quien le rindo pleitesía porque si hay dos cosas que unen a los cubanos son la Virgen de la Caridad del Cobre y José Martí, dondequiera que estén.
Cualquiera puede confundirse con la personalidad de Isabel García Granados, cualquiera puede decir que es una mujer frágil, pero no es así.
No, no, ni me gusta que me digan que soy una mujer frágil tampoco.
Dicen que personas con ese carácter son seres volcánicos…
Uno puede ser suave, pero no tiene que ser dúctil como el cobre que se vira, que se tuerce. Creo que por lo general sé contener mis emociones, lo que no quiere decir que no las exprese en el momento oportuno, pero no soy una persona sanguínea ciertamente. Tiendo más bien a ser una persona flemática, a pesar de vivir en el trópico con estos calores y estas colas y esta cotidianidad agobiante.
¿Le agobia la cotidianidad?
Trato de que no me agobie. Yo puedo tener cuatro equipos electrodomésticos rotos y los miro y sí es una preocupación de la que tengo que ocuparme, pero no preocuparme demasiado, porque a fin de cuentas cuando los miro digo: bueno, pero si eso lo que tiene es cable, chatarra, hierro; no tiene alma, no tiene espíritu. Sí, hay que arreglarlos, pero no me pueden quitar el sueño.
¿Qué música escucha?
A mí me gusta casi toda la música. Me gusta tanto la ópera como escuchar al Trío Matamoros. Me gusta Buena Fe, Silvio Rodríguez. Disfruto lo mismo de una sinfonía, que de Benny Moré, que de Celia Cruz. Me gusta mucho la música brasileña, lo mejor de la música norteamericana también. Escucho mucha música. Eso sí, no me gusta el reguetón, pero ni siquiera no me gusta el reguetón por el ritmo, que me han dicho los bailadores que es muy sabroso de bailar; no me gusta el reguetón porque se popularizó su parte más sórdida, fea, vulgar y grosera.
Por eso, en sentido general, ya lo englobo como que no me gusta el reguetón, y porque además desde el punto de vista de sonido, oírlo me aburre porque es muy repetitivo.
Pero la música en sentido general me gusta. Lo mismo puedo oír a Concha Buika, a María Dolores Pradera, a María Bethania, a Gal Costa, a Mercedes Sosa, a los grandes del tango, a cualquiera, que lo disfruto enormemente.
¿No es una mujer que se quedó en su época juvenil, verdad?
No. Oigo con nostalgia En el claro de la Luna, de Silvio Rodríguez, claro, uno siempre tiene nostalgias por su juventud, por un pasado que fue y que vivió de otra manera. Pero me gusta muchísimo X Alfonso, me gusta Raúl Torres, disfruto con otros grupos; soy de las “vanvaneras”, aunque no soy una bailadora.
Entonces la música es de un espectro muy amplio, y creo que la expresión de mayor fuerza que tiene este país en su cultura es precisamente la música.
También fue deportista.
En mi juventud jugaba baloncesto. No tengo una estatura muy alta, pero tenía el sentido de la organización del juego. Después ya lo fui dejando, porque le empecé a dedicar mucho más tiempo a la lectura y al estudio, que al deporte.
¿Isabel es una mujer metódica? ¿Puede ser ese un calificativo?
No, soy sistemática. Si lo tomas como sinónimo de metódica, sí. Soy sistemática en las cosas que quiero, y en mis responsabilidades. No soy ordenada en el sentido de que, si me tengo que quedar un día sin almorzar o si no tengo que dormir una noche porque me interesa hacer otra cosa no lo hago. En ese sentido no llevo una vida metódica.
Literatura preferida, mejor, la que no prefiere.
¿La que no prefiero? Yo no soy muy amante digamos de la novela negra o de la novela policíaca, a menos que la escriba Leonardo Padura.
¿Ni aun los clásicos?
No, los clásicos sí. Yo pensé que te referías a la literatura cubana. Hay clásicos de la literatura negra que sí me gustan. Allan Poe… Es que me has cogido de sorpresa en estos momentos así con la literatura… Y te iba a decir, bueno, que mi novelista favorito en este momento es Leonardo Padura, que he hecho fijación; pero disfruto mucho la literatura de Carpentier, para mí es uno de los escritores emblemáticos del siglo de oro español, creo que es un referente extraordinario. Leí El Quijote cuando estaba en la Universidad, confieso que lo leí tardíamente pero después de eso lo he vuelto a leer nuevamente. No sé, he leído otras cosas.
¿Y de los contemporáneos solamente bendice a Leonardo Padura?
No, no. Hay otros escritores contemporáneos que me atraen, que me gustan. Aída Balta por ejemplo, en Santiago de Cuba; me gusta mucho leer ensayos; he leído toda la novelística de Marta Rojas, todo lo que ha publicado.
Me gusta mucho la literatura de Lisandro Otero, creo que he leído todo lo que se ha publicado en Cuba; me gusta mucho la ensayística de CintioVitier, es un hombre tan lúcido, tan lúcido. Lo que menos leo es poesía. Siempre trato de bandearme entre el ensayo, la narrativa y la poesía.
Por último, ¿cómo enfrenta la censura?
Bueno, día a día, peleando, discutiendo, buscándome problemas y esas cosas, día a día.
Está demostrado que se va a quedar en Holguín, aun cuando ha tenido propuestas de establecerse en otro lugar. ¿Por qué? ¿No le resulta una idea muy empecinada?
Yo no sé ni por qué me voy a quedar en Holguín, ni por qué siempre me quedé en Holguín. Tal vez porque cuando empecé a trabajar —que regresé después de graduada en los años 80— empezó a surgir en Holguín un movimiento artístico-literario que realmente empezó a tomar fuerza y empezó a socializarse la cultura; es decir, a que se les quitara esa etiqueta de demonios a los escritores y artistas, y hubo un proceso progresivo, bueno, de socialización de la cultura cubana que se hacía en Holguín, un reconocimiento a sus escritores, a sus artistas, que se fue extendiendo después también a los artistas en sentido general, a los artistas de las artes plásticas, a los artistas escénicos, a los realizadores de audiovisuales.
Y entonces me tomó ese contexto y ese proceso, que creo que modestamente contribuí también a trabajar en ello, y fueron pasando los años y me enganché de un evento cultural en otro, y me fui quedando aquí y le he tomado cariño, afecto, amor, a esta ciudad que en otros años fue mucho más limpia, fue mucho más elegante —por decirlo de alguna manera—, más cuidadosa, pero qué, bueno, creo que nosotros no somos un fenómeno aparte de lo que sucede en la sociedad cubana en estos tiempos y en el mundo en sentido general.
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