El Periódico Cubarte, hace ya casi un año, cada semana publica a modo de homenaje, una entrevista a propósito del aniversario 50 de la fundación del Movimiento de la Nueva Trova cubana.
Estas entrevistas se agradecen mucho, pues han permitido abusar de la memoria de los entrevistados y hacerles evocar y, a la par, reflexionar sobre este fenómeno estético cubano que aún marca los pasos de muchos, aquí y en el mundo.
Como hemos divulgado, esta serie ha contado con la participación de notables trovadores cubanos de diferentes generaciones, entre ellos, Augusto Blanca, Gerardo Alfonso, Frank Delgado, Karel García, Angelito Quintero, Marta Campos, Heydi Igualada, Inti Santana, Adrián Berazaín, Erick Sánchez, Roberto Novo, Lázara Ribadavia, Liuba María Hevia, Enid Rosales, Rochy Ameneiro, Rita del Prado, Alejandro García (Virulo), Mauricio Figueiral, Silvio Alejandro, Tony Avila, Fidel Díaz Castro, también promotor de larga data del movimiento, o líderes e integrantes de formaciones pertenecientes al movimiento como Luis Llaguno, del Grupo Nuestra América, Adolfo Costales, de Mayohuacán, y Tomás Rivero de Moncada.
Igualmente han accedido a participar en este proyecto, periodistas, críticos y escritores como Norberto Codina, Pedro de la Hoz, Frank Padrón, Arturo Arango, Emir García Meralla; la reconocida artista de la plástica Diana Balboa, el destacado productor musical Enrique Carballea, la musicóloga y también productora Élsida González, su reconocido colega José Manuel García, el guionista y director de televisión Tony Lechuga, y los admirados doctores Mildred de la Torre Molina y Julio César González Pagés.
Recientemente apareció la entrevista a Marianela Dufflar incansable promotora cultural, con una vida muy ligada a la Nueva Trova cubana.
Hoy nuestro periódico ha tenido una oportunidad inapreciable: conversar con Jerónimo Labrada (Auras, Holguín, 1946), Premio Nacional de Cine del año 2019, poseedor de una extensa y acreditada obra en la grabación de sonido para el cine cubano.
Labrada es la persona que registró el grueso de la obra musical del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, desde su creación en 1969 hasta 1979, aunque después continuó conservando el sonido de las piezas de notables músicos cubanos como Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Leo Brouwer, Sergio Vitier, Frank Fernández, Sara González, entre otros.
Jerónimo Labrada desde 1986 ha dedicado su vida a la enseñanza como profesor fundador de la Cátedra de Sonido de la EICTV, prestigiosa institución en la que es director académico y jefe de dicha cátedra.
Este reconocido profesional del sonido y las grabaciones es un maestro en toda la extensión de la palabra, esto lo comprobarán los lectores, pues durante toda la entrevista hace gala de sus herramientas para trasmitir conocimientos; brinda explicaciones claras y detalladas de sus experiencias, de manera que su narración fluye interesante y amena; en la misma, se aprecia de forma evidente una sencillez que lo enaltece.
Auras, radios y referentes
Los inicios de mi presencia en el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC tienen que ver con los orígenes de mi vida. Yo nací en un pueblito ubicado entre Holguín y Gibara que se llama Auras, el nombre viene por la existencia allí de minas de oro que en su momento fueron explotadas y que ahora son solo huecos. También de manera jocosa muchos hacían chistes sobre las auras tiñosas, de manera que al pueblo le cambiaron el nombre para Floro Pérez, aunque yo como nací y me crie en Auras, le sigo diciendo así a mi pueblito natal.
En este pueblo hay muchos elementos que van a influir en lo que más tarde fueron mis vocaciones, mis intereses; primero, haber tenido un padre que aun cuando no pudo hacer estudios especializados o desarrollar las aptitudes que tenía, poseía una gran inclinación por la electrónica y la radiofonía y hacía radios y me enseñó a hacerlos; eran unos radios de Galena, se llamaban así, unos aparatos capaces de detectar las emisoras de radio y se podían escuchar a través de unos auriculares.
Increíblemente este aparatico funcionaba con la energía de la onda de radio que captaba, o sea, no necesitaba de baterías ni de ninguna alimentación, pero como te dije había que oírlo a través de auriculares por tanto de pronto en una casa había varias personas cada uno con unos auriculares oyendo una novela, o música… aquello era de lo más interesante.
Curiosamente aprendí a hacer estos radiecitos, aun y cuando yo no sabía qué cosa eran aquellas piezas que se ponían, las bobinas, los condensadores variables… después lo supe de grande, pero despertaron en mí un interés especial por ese mundo de los alambritos y otras cosas.
Tres, bongós y armónica
Mi padre, que ha sido el gran ejemplo de mi vida, había sido tresero, tocaba en un conjunto campesino, y cuando yo era niño todavía en la casa estaba colgado su tres, por lo que poco a poco, con paciencia, me enseñó a tocar algunos tumbaos y uno de ellos era la armonía de La Guantanamera; sí, siendo muy pequeñito tocaba el tres, o me acostaba en el patio, en la yerba, y ponía el oído en su caja de resonancia y ahí tocaba las cuerdas y me embelesaba oyendo esas sonoridades tan lindas.
Otras de las cosas a las que me indujo mi papá, con relación a la música, es que me fabricó unos bongós; como no tenía recursos ni instrumentos para hacerlos redondos, como son originalmente, los hizo cuadrados. Con cuatro tablas hizo la cavidad del bongó agudo y el grave, y solo había que darle candela a los cueros, como se hace con los tambores, para que se tensaran y adquieran el sonido adecuado; como tercer instrumento apareció un día una armónica que tenía un sonido precioso, era bastante grandecita, no como las que se conocen hoy en día, aprendí a tocarla y de ella sacaba yo cualquier música que estuviera de moda.
Recuerdo que mi mamá me llevaba por el barrio en las tardes, después del baño, y me subía en un asiento y la gente me pedía canciones; yo tocaba lo que podía y me ganaba el aplauso de mis vecinos y así transcurrieron mis años de niño, con esos referentes, el tres, el bongo la armónica y la construcción de los radios.
En la casa teníamos un radio antiguo de baterías porque no había corriente eléctrica en esa época, o sea el apagón era todo el tiempo y luz era la del quinqué; yo disfrutaba oyendo en ese radio la música, los sonidos de las novelas; recuerdo que pasaban una serie al mediodía que se llamaba «John Nelson, explorador de la selva».
La radio era más creativa en otros tiempos, andaban los personajes por una cueva y ponían unas reverberaciones que inventaban y después yo supe como lo hacían, aquello casi que metía miedo, aquellos sonidos tétricos que inventaban para acompañar las novelas y esas series radiales.
Más adelante, nos mudamos a otra casa en el mismo pueblo que tenía electricidad y entonces apareció un radio más grande que sonaba más potente y en el que se percibían mejor los diferentes timbres de la música y yo me extasiaba oyendo aquellos sonidos; ese radio todavía lo conservo y funciona.
Victrolas, tocadiscos y vocaciones
Otra referencia importante, es de cuando yo tenía once años, en Auras: las victrolas, que como se sabe son una máquinas tragamonedas en las que uno depositaba veinte centavos o un medio, no recuerdo bien, apretaba dos teclas y automáticamente la máquina ponía la pieza musical que tú habías elegido con una clave que era una letra y un número.
Entonces en esas victrolas que sonaban en el poblado, aprendí yo a conocer a Benny Moré, Panchito Riset, Olga Guillot, Rolando Laserie, todos los cantantes populares de aquellos tiempos; sus canciones enseguida aparecían en las victrolas y este era un negocio que recaudaba mucho dinero de la gente que iba al bar o a la cantina, pedían una cerveza y ponían un bolero, un chachachá o lo que fuera.
Estas victrolas me persiguieron también en Holguín porque allí vivía yo entre dos lugares donde las había; uno de ellos estaba al lado del patio de mi casa, El Nuevo Club, se llamaba, y todas las noches ponían esos boleros; al paso del tiempo la gente se asombraba de que yo me supiera esas canciones tan antiguas y es que me pasaba las noches y las madrugadas oyéndolas salir de esos aparatos tan lindos que fueron las victrolas.
Con el tiempo llegó a la casa un tocadiscos, aquella máquina reproductora de discos de vinilo, y yo construí un bafle para colocar una bocina y poder oír la música con mayor calidad. Así conocí orquestas jazz band norteamericanas de la época, algo de música sinfónica, de danzones, que se oían muy bonito en esa caja que yo le agregué al tocadiscos que era de mi hermano y casi no me lo dejaba poner…
Estas son mis referencias musicales y mi interés por este mundo del sonido y las grabaciones, porque no solo me deleitaba oyendo la música, sino que también me rompía el cerebro tratando de descifrar cómo era posible que de esa placa giratoria salieran esos sonidos y qué había detrás de eso, no solo música sino un ambiente acústico, unos sonidos y demás.
Con todos estos antecedentes y otros, ya había despertado en mí una gran vocación por estos temas que tienen que ver con el sonido, la música y las películas incluso; recuerdo que tenía un pequeño proyector que proyectaba imágenes en las paredes de la casa; había una película que gustaba mucho a los muchachos del barrio que era Robinson Crusoe en la Isla misteriosa; incluso en Auras estaba la semilla del interés por el cine.
En Holguín seguí enriqueciendo mis vocaciones; me iba a las emisoras de radio, en particular una que luego fue Radio Angulo, y lograba colarme en las cabinas de sonido para ver las consolas, los metros moviéndose al ritmo de las voces… ese era un mundo apasionante para mí.
Luego de alfabetizar…
Nos mudamos en los años de la dictadura para Holguín, era terrible aquello, y llegó la Revolución, con ella la Alfabetización y me fui a alfabetizar; al terminar, se abrió una convocatoria para los brigadistas que quisieran estudiar en una gran cantidad de institutos tecnológicos de diversas especialidades; uno que me llamaba mucho la atención: el Osvaldo Herrera, donde se daba la carrera de Electrónica y comunicaciones la que rápidamente pedí y en el 63 ingresé allí.
Esa no era exactamente la carrera que yo quería, pero se acercaba mucho porque en el plan de estudios había varias materias cercanas al mundo de la grabación sonora.
Y llegó el ICAIC a su vida
La carrera duraba cinco años y seis meses y antes de que terminara, se aparecieron allí unas personas buscando jóvenes para armar un curso y formar sonidistas de cine en el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC); esto me alegró mucho, mucho, mucho. Nos hicieron una prueba y entrevistas, y resulté seleccionado en el grupo que éramos cinco o seis alumnos.
Tuvimos grandes maestros en ese curso, que duró más o menos un año y medio, como Mario Rodríguez Alemán, que nos daba Historia y Apreciación cinematográfica; estudiamos francés, música, algunos temas asociados a la producción cinematográfica, y uno de los puntos fuertes del curso era lo que tenía que ver con el estudio profundo y científico de la electroacústica, la acústica, todos los sistemas de grabación existentes en la época: magnética, óptica, mecánica, temas que impartían unos profesores checoslovacos con un alto nivel científico, de tal modo que me duran esos conocimientos hasta hoy, y dentro de este grupo de profesores vino un destacado sonidista francés Jean Claude Lareau , que fue después sonidista de Federico Fellini, y de una gran cantidad de películas francesas que tuvieron una repercusión significativa.
El curso tuvo una solidez muy grande y como los que estábamos allí por diferentes vías y razones teníamos una gran vocación por el cine y por los temas de la grabación y el sonido, el curso fue bastante exitoso; todavía andamos por el mundo las personas que estuvimos allí, la mayoría haciendo sonido para cine, aun.
Al terminar este curso inmediatamente pasamos a trabajar al Departamento de sonido del ICAIC, a poner en práctica los conocimientos que habíamos adquirido esto fue una cosa muy bonita pero muy práctica, como todas las cosas de la gente del cine.
Yo mientras estudiaba me las había agenciado para entrar a las sesiones de mezcla final del Noticiero ICAIC Latinoamericano; fui aceptado por el grupo de creación: Santiago Álvarez, Norma Torrado, que era la editora de imagen, e Idalberto Gálvez que era el editor de sonido, cosa que no se acostumbraba mucho en aquella época pero él se ocupaba de armar, junto con Santiago, la banda sonora de las películas que, como sabemos, incluye la música con un
uso muy especial en estos audiovisuales, y toda una serie de ambientes de sonido que convertían a los noticieros semanales en una obra de arte también en cuanto al sonido.
Entonces en ese ambiente estuve yo durante mi época de estudiante de manera que cuando empecé a trabajar en el departamento de sonido ya estaba familiarizado con varios asuntos importantes que tienen que ver con la mezcla, lo cual me facilitó incorporarme rápidamente a realizar ese trabajo.
En un momento dado Idalberto Gálvez, dejó de asumir la edición de sonido y me tocó sustituirlo durante un tiempo regular, así que hice no solo el sonido y la mezcla, sino también todo el proceso de sonorización, y musicalización, lo cual al lado de Santiago siempre era un gran reto porque él tenía una sensibilidad especial por esta área de la creación cinematográfica.
Simultáneamente también me familiaricé con otros procesos, hice varios documentales, tuve alguna participación en filmes de ficción de manera que pude rápidamente asumir todos los procesos de sonorización.
La grabación musical
Había algo que me inquietaba siempre mucho que era el tema de la grabación musical, así que, ya como trabajador, a cada rato me iba al estudio de San Miguel, el emblemático estudio que ya en esta época pertenecía a la EGREM, y allí en esa sala de unas magníficas condiciones acústicas me tocó ver a Los Van Van, grabando «La compota de palo», a Mirtha y Raúl, grabando sus canciones, a Maggie Carlés haciendo prueba de voces, alguien que luego sería una cantante muy reconocida en Cuba, y así a varias personalidades del mundo de la música, y me fui adaptando también al ambiente de las grabaciones, de cómo se movían los instrumentos, las posiciones de los micrófonos; visitar este estudio reafirmó más en mí la vocación por este universo de la grabación musical.
Con el paso del tiempo y ya consolidándome como sonidista, pude convencer e impulsar a un ingeniero, que era el jefe de mantenimiento del Departamento de sonido del ICAIC, Angel Díaz, que todavía anda por ahí, de hacer una restructuración tecnológica del estudio de Prado número 210 entre Colón y Trocadero, una sala inmensa que se decía que había sido tabaquería, cine, teatro y finalmente los estudios de televisión de Gaspar Pumarejo, que al surgir el ICAIC pasó a este.
Allí estaban todas las capacidades tecnológicas para hacer las mezclas de sonido de las películas y también procesos de doblajes, efectos, y aunque tenía el volumen adecuado para ser un estudio de grabación musical, el inmueble no estaba apto desde el punto de vista de las capacidades de línea, micrófonos , canales de entrada a la consola, en cuanto al tema de monitoreo, y en unión de Ángel Díaz, contando con su entusiasmo, y sobre todo con su altísima calificación, pudimos, en cuestión de pocos meses, adaptar aquellos viejos equipos, sin ninguna inversión de equipamiento nuevo porque todos los que se utilizaron eran usados, pero en buenas condiciones.
A finales del 68 e inicios del 69, el estudio de Prado se había ya acondicionado para poder grabar la música de las películas, que en esa época era interpretada por la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la batuta del maestro Manuel Duchesne Cuzán quien era a su vez director de esta y jefe del departamento de música del ICAIC, y pronto me vi en la cabina de Prado grabando música para las películas.
La primera grabación que hice fue la de un coro que se llamaba Coro rojo, y utilizaba prácticamente toda la orquesta, los metales, percusiones, cuerdas, y pasé un rato muy emocionante, a veces con cierto susto, porque bueno, fue una experiencia tremenda enfrentarme a esa mole de sonidos y poder más o menos dominar la situación. La grabación quedó bastante bien y por ahí ha de andar la película.
Continuará…
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