“…a Hemingway hay que salvarlo a partir de un análisis desde lo literario, lo antropológico, lo cultural y lo sociocultural, eso es vital”.
“…Hemingway fue un escritor, y sobre esa cualidad es que debemos centrar el análisis de su quehacer, no en otras tonterías”.
En el pasado 15 Coloquio Internacional Hemingway y en ocasión del aniversario 80 de la primera edición de Las verdes colinas de África, Jorge Santos Caballero impartió la conferencia “El dulce encanto de las verdes colinas de África”. Sobre este tema versa nuestra entrevista.
¿Cómo usted vincula en Las verdes colinas de África la conexión entre existencia y actitud ante la vida en sus páginas?
La novela, en sí misma, es una muestra de participación en la vida dentro del entorno africano y, consecuentemente con esto, Hemingway —que siempre parte de una realidad para contar algo—, se apropia de lo que ve y lo recrea en las páginas de esa obra de forma pintoresca, aunque no sea de una manera eficaz si se quiere. No obstante, Las verdes colinas de África, es, ante todo, una interconexión, quizás un poco desdibujada eso sí, pero con el ingrediente cultural que el escritor le imprimió.
Pudiera explicar a los lectores la ruptura que encuentra en el paisaje humano dibujado por el autor en esta obra y los habitantes norteamericanos.
Sin lugar a dudas, como dije anteriormente, Hemingway, le otorga a esta obra un rasgo típico de su entramado narratológico; ahí está presente el nivel de realidad según su óptica, y de acuerdo con los presupuestos fijados de antemano traza tipos de personajes. Por supuesto, es una confrontación entre medio ambiente y hombre y, como tal, hay que entenderlo.
¿Qué vínculos refiere usted existen entre Las verdes colinas de África y la crisis económica de 1929?
Hay que decir que la primera edición de la obra es de 1935, por consiguiente, en la psiquis de Hemingway está presente la situación generada a partir de 1929, es decir, por aquella depresión económica y social de la sociedad, emergida por los imperativos de crack que brotó justo ese año, pese a que se podía predecir desde antes, en especial, para los norteamericanos y, como tal, los inconvenientes aparecidos en ese contexto los refirió de una manera extraña en esta obra, a veces un poco subliminalmente, pero están ahí las coordenadas y son palpables si se analiza con cuidado. Y diría más, el texto no fue escrito así de pronto, en 1935, como todo autor fue manteniendo eso en frío, venía caminando desde que la crisis fue brotando, y te diría más, quizás desde un poco antes.
¿A qué se debe la atracción mantenida por esta obra literaria a pesar de los años transcurridos, si tenemos en cuenta que fue publicada en 1935?
Todo Hemingway es atracción, particularmente por su forma de vida, que muchas veces es criticada por los más insólitos analistas o por las más disímiles personas, pero en el fondo todo el mundo envidia a Hemingway, su manera de vivir, de comportarse, de saber disfrutar la vida. En eso puede afirmarse que fue un ser sibarita, no admitía otra cosa que no fuera placer y deleite, y creo que se comportó a tenor de esa tabla rasa establecida por él. En ese sentido, no puede pedírsele más eficacia a sus actos, como no sea que se corresponden con su modo de actuar y pensar. En consecuencia, su obra —toda— está inspirada en los actos llevados a cabo, ya sean cumbres y de muy arriesgado comportamiento, o los más sencillos. Eso hace que su obra se pueda leer reiteradamente pese a los años de estar escrita y no aburrir, sin importar la época. He ahí la grandeza de Hemingway, que esbocé en el texto El dulce encanto de las verdes colinas de África, que leí en el XV Coloquio Internacional, recién concluido en La Habana.
¿Cuáles son, desde su punto de vista, los aportes realizados Hemingway a la novela moderna a partir de este texto?
Creo que Hemingway le insufló a la novela moderna determinados aportes literarios y extraliterarios también, en particular, por el trabajo llevado a cabo por él en cuanto a la búsqueda de emergencias estéticas para narrar desde la sencillez del texto, sin la parafernalia de otros recursos manidos para que se diga que es un autor importante. Esa es una característica única de las obras del escritor estadounidense, vale decir, la trascendencia de la sencillez en el planteamiento de los temas tratados. Y, por otro lado, no temió nunca exhibir sus propias limitaciones como creador. Si uno hurga en la dinámica de su proceder creativo, se aprecia como un sello distintivo el destaque de una provocativa propensión por las posturas pseudo heroicas y, a veces, hasta hipócritas, y ese rasgo está manifestado gracias a su poder de observación en todo lo que le rodeaba. Con esos atributos y defectos —si es preferible señalarlo así— es que narraba sus argumentos, y con esas características es que tenemos que asumirlo.
Pudiera referirse a la validez que usted otorga al discurso narrativo del autor norteamericano.
Para mi esa validez está centrada en la objetividad de su discurso narrativo, que parte de una experiencia directa, en la que los contrastes, la imaginación, la formulación de actitudes, y la recurrencia de una singularidad pasional, denotan el talento literario de este escritor, que, en el caso de su obra Las verdes colinas de África, se me antoja como un proceder binario entre reportaje y literatura; entre el sentido de observación como creador y la veracidad del relato, aunque es cierto que, por momentos, pierde literalidad para trascender entonces como un análisis psicosocial de lo que se narra.
Usted hace alusión a valores tales como la sencillez y los valores utilizados en el texto, ¿qué importancia tienen ambos tanto en esta obra como en el resto de la creación literaria de Hemingway?
Vamos por parte, yo no hablo de valores como se entiende en estos tiempos y se trata de enseñar en la educación cubana, es decir, una suerte de memorización de lo que se supone es un valor ético. En primer lugar, los valores no son para repetirlos como un papagayo; en todo caso, son el resultado de una actividad social, y su importancia radica en la actividad que los produce. En el caso que nos ocupa, yo me referí a que Hemingway se aparta de cualquier síntoma de debilidad para darnos una muestra de cuán importante es la actitud (el comportamiento) como elemento que condensa todo desenvolvimiento. Ahí considero el quid de la enseñanza de Hemingway en la obra de la que venimos hablando en esta entrevista —y en otras también, por qué no—. Quizás esa pasión suya por el riesgo es lo que lo coloca ante mis ojos en un sitial ético preponderante y, en particular, también por la sencillez de sus planteamientos en cuanto a lo explícito del asunto; así como por los afectos, el amor y las obligaciones reveladas según su código de valores en cuanto a comportamientos. En suma, el valor suyo está en lo intrínseco de sus propósitos como escritor y como ser humano, expresado mediante actitudes, lenguajes y la confrontación entre individuos.
¿Y qué pasa con los personajes, hacia dónde llevan estos al lector a partir de la intencionalidad de su autor?
Los personajes van y vienen de acuerdo con lo que él quiere que ocurra en cada obra. Les inserta pasión, autoridad, proceder inadecuado, amor, ternura, odio, y todo sin temor que a que rechacen su narración u odien o quieran a esos personajes. Esa descripción descarnada de su realidad es la que lleva de la mano al lector, y está signada por la intención del escritor en todo momento. Por lo menos, así entiendo a Hemingway.
¿Considera usted como una obra menor Las verdes colinas de África?
Si bien me atrajo la lectura de la misma hace mucho tiempo, y vuelta a leer dos veces este año para opinar de ella en el Coloquio, donde incluso la elogié en el texto que leí referente a esa obra, no creo que peque de ingenuo ni contradictorio con lo que he venido expresando, si afirmo que no es de lo mejor que él escribió, aunque trató de señalar en esa obra puntos de vistas sujetos a su idiosincrasia. Yo me quedo con otras obras suyas como por ejemplo, Adiós a las armas o El Viejo y el mar, para citar dos. En relación con Hemingway, he expresado mi criterio muchas veces. Ahí están las dos ediciones de mi libro En la otra esquina del ring (del 2004, editorial Sanlope, y 2013, editorial Ácana, respectivamente), en donde expongo mis puntos de vista acerca de Hemingway y toda su obra; o en el texto editado por Larry Grimes y Bickford Sylvester, titulado Hemingway, Cuba, and the Cuban Works, de la Universidad de Kent, en Estados Unidos, en el 2014, en el que aparece mi ensayo Hemingway: parodia o pastiche. Y ni hablar de aquel trabajo, titulado Sentimiento y nostalgia. Al otro lado del río y entre los árboles es un preámbulo de un gran periodo de creación”, que publiqué en España en 1999, en el suplemento Cuadernos de Sur, del Diario de Córdoba.
¿Supone un reencuentro con la vida?
Quizás. En Hemingway siempre las cosas parecen como si no hubiera un más allá después de su narración. Puede que sea un reencuentro con la vida, pero esta obra es una aventura máxima para el lector, de eso no le quepa dudas a nadie.
Usted califica la obra como un examen de conciencia, ¿por qué?
Dije, en el texto aludido para el Coloquio, que era un examen de conciencia, de variantes socioculturales, porque Hemingway quiso decirnos que sus presupuestos estéticos y psicosociales eran como una elegía bucólica, sin velos mitológicos, y que su propósito era narrar hechos apreciados y centrados en retrospectivas, significando el énfasis de los estereotipos que fijan identidades paradigmáticas en lo concerniente a la actividad conductual, de ahí que constantemente estén confrontados o contrapuestos con otros y, también, por las visiones del extranjero en el escenario de África.
Algo más que usted desee añadir a esta entrevista.
Creo, Gladys, que a Hemingway hay que salvarlo a partir de un análisis desde lo literario, lo antropológico, lo cultural y lo sociocultural, eso es vital. En nuestro país, y también en Estados Unidos, se le muestra mucho como un producto turístico, apuntando nimiedades como aquí vivió; aquí hizo esto; aquí se bañó, o estuvo con fulano o fulana; en fin, hurgando en muchas cosas que lo han convertido en eso, un producto turístico, que desgraciadamente nos pintan por doquier para venderlo en un negocio que da dinero seguro, sin tomar conciencia de lo irreverente que resulta este síndrome, y al que ya es hora que pongamos fin. Ante todo, Hemingway fue un escritor, y sobre esa cualidad es que debemos centrar el análisis de su quehacer, no en otras tonterías.
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