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José Martí: descolonización y poesía


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Hay dos grandes gestos descolonizadores en la poesía cubana. El 15 de junio de 1824, José María Heredia, el primer gran poeta romántico cubano, en el exilio al que lo han condenado sus ideales independentistas, visita las cataratas del Niágara, y sentado al borde de las aguas del torrente, escribe versos de admiración a la maravilla natural que contempla, pero evoca con una poderosa afirmación la belleza de su tierra como si su visión se superpusiera al tremendo espectáculo que lo sobrecoge y escribe:

Mas, ¿qué en ti busca mi anhelante vista

Con inútil afán?¿Por qué no miro

Al derredor de tu caverna inmensa

Las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,

Que en las llanuras de mi ardiente patria

Nacen del sol a la sonrisa y crecen,

Y al soplo de las brisas del Océano,

Bajo un cielo purísimo se mecen? (1)

Esta afirmación de la patria por la poesía continúa escrita allí en una lápida, al pie de las cataratas, doscientos años después de que fueron escritas a su vera. Se trataba de un príncipe americano de la poesía del que Martí escribió: “El primer poeta de América es Heredia. Solo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza. Él es volcánico como sus entrañas, y sereno como sus alturas”. (2)

En el verano de 1890, después de los tormentosos días en que José Martí llevó a cabo sus trabajos de conspirador y sus tareas oficiales de representante del Uruguay en la conferencia panamericana de 1889-1890, para frustrar el oneroso tratado comercial que Estados Unidos proponía a los países hispanoamericanos, y en cuyos pasillos se negociaba una posible compra de Cuba a España, el poeta, enfermo, fue a las montañas de Catskill en Nueva York, y allí en medio de un paisaje muy hermoso escribió sus Versos sencillos. Mientras contemplaba crepúsculos, lluvias y bosques espectaculares, en la arrancada de sus versos confirma su lugar de enunciación, que es un espacio que está en la lejanía, pero que se impone a lo mirado y escribe:

Yo soy un hombre sincero

De donde nace la palma,

Y antes de morirme quiero,

Echar mis versos del alma.

Son dos postulaciones afirmativas de una identidad orgullosas de sí. Martí conocía el poder de la poesía, y de toda forma de cultura artística para diseminar resistencias. Las guerras ganan el poder de gobernarse, la soberanía en sentido administrativo,  pero ese poder solo se puede mantener si hay una soberanía mental que la sostiene, es decir, una cultura liberadora que la respalda, una poesía que la canta y la proclama de mil maneras diferentes. De lo contrario, como anuncia Martí en Nuestra América, la colonia sigue viviendo en la República.

En 1887, José Martí escribe en su hermosa crónica dedicada al poeta Walt Whitman: “¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indispensable a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental, que creen que toda la fruta se acaba en la cáscara. La poesía, que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba a las almas, que da o quita a los hombre la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues esta proporciona el modo de subsistir; mientras que aquella les da el deseo y la fuerza de la vida. ¿Adónde irá un pueblo de hombres que hayan perdido el hábito de pensar con fe en la significación y alcance de sus actos? (3)

Es inútil ir a los textos martianos en busca de tratamientos teóricos sistemáticos de un tema. No tuvo tiempo para esos ejercicios metódicos  del pensamiento, aunque se pasó la vida proyectando libros, algunos de los cuales suponían ese tipo de pensamiento. La verdad es que tampoco tenía vocación. Era un poeta total, un sintetizador y un integrador, y como tal se comportaba en todos los actos de su vida.

 La sorprendente y sólida dialéctica de su pensamiento hace que cuando investiguemos el sentido de algún concepto en sus textos hallemos que se trata de nociones que se mueven en más de un plano de significación y que se ajustan puntualmente al nivel en que están siendo tratados. Así sucede con el concepto de cultura. La tesis cultural central de su programa transformador para las repúblicas de América Latina se encuentra resumida, según sabemos, en el ensayo Nuestra América: “...el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza.”

Ese “hombre natural”, como llamó José Martí al hombre auténtico, en armonía con su tiempo y con sus condiciones de vida, sería entonces el verdadero sujeto de la cultura en Latinoamérica, el único capaz de construir una relación armónica con la naturaleza, lo cual es igual a decir que produciría con su accionar una historia y una cultura verdaderamente humanas.

De ese concepto general de cultura, como civilización, que era la palabra de uso frecuente en el pasado siglo, se desprenden en Martí de manera coherente sus concepciones sobre el arte, o sobre lo que hoy llamamos cultura artística, como resultado de todo un pensamiento teórico sobre la categoría de cultura como forma de relación del hombre con la naturaleza, en el que se deslindan las diversas producciones culturales.

Entre esas ideas martianas sobre el arte resaltaría cuatro que me parecen centrales y activas:

l. Carácter inseparable e interactuante entre cultura artística y vida;

2. Necesidad de la cultura artística como fuerza equilibradora y de afirmación de la subjetividad del individuo;

3. Necesidad de la cultura artística como fuerza de integración y conservación de la nación;

4. Mandato de propagación de la cultura.

En 1882, a raíz de la publicación de Ismaelillo, José Martí expresó reiteradamente su temor de que lo creyeran "poeta en versos" antes que "poeta en actos", otorgando categoría artística a la construcción de la propia trayectoria vital. De lo cual se infiere que para Martí el hombre debía producir o crear los actos de su vida con la belleza y coherencia con que se escribe un poema o se pinta un cuadro. Y ese era el punto más alto de la condición de creador, donde ética y estética se enlazaban inseparablemente.

Más allá de esta articulación, Martí confiere condición artística a la producción misma de la vida orgánica, viendo en los propios protocolos de la herencia, actos creadores que corresponderían a la naturaleza misma. Al reseñar el libro Las leyes de la herencia, de W. K. Brooks, en 1884, expresa: “La vida es una agrupación lenta y un encadenamiento maravilloso. La vida es un extraordinario producto artístico.”

A partir de estos presupuestos de profunda interrelación entre vida y arte, Martí puede fundamentar la radical  necesidad de la poesía —entendida como arte o cultura artística en general—, cuando, a propósito de un discurso de Thomas Huxley, escribe en 1882: “La belleza alivia: un canto hermoso es una buena acción: quien da huéspedes al corazón le da compañeros para la amarga vida: un buen canto es un buen huésped. Y   ¡cómo duran los versos! Duran más que los imperios en que se cantaron, y que las fortalezas que defendieron los imperios. Troya está en ruinas, no la Ilíada.”

Y de esta proposición que afirma la necesidad del arte para el individuo, podemos pasar a la categórica afirmación martiana que reza: “¡Oh, divino arte! ¡El arte, como la sal a los alimentos, preserva a las naciones!”, en un análisis que hace en 1880 nada menos que sobre “El arte en los Estados Unidos”, donde escribe también que “la fantasía vigila para que no se corrompan las naciones”,  con una clara concepción de la función social de la cultura artística como modeladora de la cultura nacional y fuerza preservadora de las tradiciones que le dan confirmación identitaria a un pueblo.

 

 

Notas

(1) José María Heredia: Poesías, discursos y cartas de José Martí Heredia. La Habana, Cultural, S.A., 1939. p.70.

(2) Martí, José. Obras completas. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975. t. 5, p. 136, (en lo adelante se cita como O.C.).

(3) “El poeta Walt Whitman”. O.C., t. 13, p. 135.


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