Patria es humanidad, dijo el apóstol de la independencia cubana José Martí Pérez. Con ello muestra el sentido internacionalista de su pensamiento y nos moviliza a defender los derechos de todos los pueblos.
Lo hicieron con Cuba durante los treinta años y tres guerras por su independencia en el siglo XIX, los esclavizados chinos y africanos que engrosaron las filas del Ejército Libertador Cubano, y los miles de hombres honestos llegados de la geografía estadounidense, canadiense, latinoamericana, caribeña y europea, y en el siglo XX, el pueblo cubano respondió a esa deuda con la participación de más de mil cubanos en defensa de la república española durante la guerra civil en ese país y más de 300 mil en misiones internacionalistas en Argelia, Siria, el Congo, Angola, Etiopía, Nicaragua… en apoyo a la liberación e independencia de esos pueblos y de colaboradores civiles en unos 140 países de todos los continentes.
Los nacidos al sur del río Bravo, según el criterio martiano, tenemos una patria grande, a la cual llamó Nuestra América, un conglomerado de pueblos que tenemos más comunidad histórica y cultural que diferencias: “injértese en nuestras repúblicas el mundo pero que el tronco sea de nuestras repúblicas… y nuestro vino, de plátano, y si sale amargo, es nuestro vino”.
En su temprana pieza teatral Abdala, nos deja un principio moral: el amor (…) a la patria no es el amor ridículo a la tierra que pisan nuestras plantas”, lección que marca la diferencia entre el patriotismo y el patrioterismo, entre el nacionalismo chovinista y la defensa de la identidad nacional.
También el Héroe Nacional de la mayor de las Antillas consideraba que en la esencia del ser humano y sus relaciones sociales estaba una especie de patria chica: “la sal de la nación es el municipio” sentenció.
Patria chica, patria nacional, patria grande o la humanidad como patria, van en Martí, en el mismo derrotero: soberanía, libertad, justicia.
¿Pero cómo se ha manifestado el patriotismo cubano en la evolución histórica de la Patria?
En el sacrificio de hombres y mujeres de todas las clases, grupos y capas sociales que lo dieron todo por la causa independentista; patricios aristócratas que murieron exiliados en la mayor pobreza como Aguilera o Aldama; damas de la alta sociedad criolla que abandonaron lujos y alhajas por una choza campesina; tabaqueros y obreros de otros sectores que, aún con salarios mínimos, donaban un “día de haber” para contribuir con la causa, “el día de la Patria”, le llamaban; esclavos liberados que no aprovecharon la libertad ganada para intentar proyectos de vida personales y en cambio, verter su sangre en los campos de Cuba Libre y la manigua redentora; madres como Mariana entregando hijos a la lucha, sin soportar lágrimas; padres como Carlos Manuel no cediendo ante el chantaje del enemigo de perdonar la vida del hijo a cambio de su renuncia; Calixto con un disparo en la cabeza en vez de entregarse y su madre Lucía orgullosa de esa conducta; Ignacio combatiendo sin armas pero “con la vergüenza”; Antonio, protestando en Baraguá, agrupando a unos pocos jefes ante la claudicación del Zanjón; un Bayamo incendiado tempranamente por sus vecinos y Las Tunas, igual, tres veces bajo las llamas la prefirieron quemada antes que esclava.
La resistencia ante la “Creciente de Balmaseda” en la Guerra de los Diez años y la “Reconcentración” de Valeriano Weyler en la contienda del 95, con hambruna, miseria y muerte costó en las dos ocasiones, la pérdida de una tercera parte de la población cubana, dos veces en menos de treinta años, un verdadero genocidio que llegaría a su clímax con el bloqueo naval estadounidense de 1898.
La resistencia fue el signo de la vida cotidiana en “el Machadato” cuando una pobreza generalizada obligaba al pan con timba o la harina con boniato casi siempre con una sola comida al día.
Fue el sacrificio de los mejores hijos de la Patria quien derrocó a Machado en el 33 y a Batista en el 59 y ha sido la resistencia al bloqueo criminal de seis décadas y a las agresiones de todo tipo, quien nos trajo hasta aquí. A la pregunta ¿hasta cuándo? La respuesta: Hasta la victoria, siempre.
Continuando con Martí. Aquel que no tiene el valor de sacrificarse, ha de tener el pudor de callarse ante el sacrificio de los demás. El patriotismo se concibe en el bando de los que aman y fundan.
No ha habido del 68 acá una tercera opción para los verdaderos patriotas: o era entonces la independencia o la muerte y es ahora, la Patria –sin amo- o también la muerte porque en cadenas vivir, es vivir en afrenta y oprobio sumidos.
No es moral pensar de qué lado se vive mejor, es moral luchar por vivir mejor sin claudicar los principios.
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