Para quienes hemos tenido el privilegio de entrar a la casa taller de Mario Fabelo existen varias iluminaciones del espíritu. En primer lugar, su bondad como ser humano, ese carácter afable y sencillo que lo lleva a comprender todo el universo posible. En segunda instancia, el talento que se respira en ese recinto: esculturas, proyectos, bocetos, cuadros y un caos creativo que conduce a la inspiración como destino único. No podemos evitar la recurrencia a los ambientes más puros de los grandes maestros del pasado, esos que vivían por y para el arte. Algo un poco extemporáneo en las eras que corren y que se mueven más en una dimensión material. Mayito, como le decimos sus personas más cercanas, posee un oasis en el cual se mezclan su familia, la cultura, los amigos y el resultado de años de sacrificio y de entrega a las artes visuales.
Una vez más hay que hablar de Santa Clara como una ciudad en la cual se dan los ingredientes para que crezca una sensibilidad. En la urbe perviven ese grupo de escritores que frecuentan la casa taller y que, tras largas conversaciones sobre diversos temas, llegan a tesis interesantes. Allí se inicia el proceso de creación de Mayito. Por eso una vez me dijo que el responsable en parte de sus pinturas dedicadas a José Martí es el intelectual Yamil Díaz, uno de los hombres más conocedores de la figura del Apóstol y asiduo a la vivienda. Fabelo ha querido mostrar un héroe que se distancia de lo que se ha entendido, por eso rehúye de la esencia marmórea y se recrea en otro camino que conduce al asombro, lo insólito y las figuraciones. Mayito, con ese gesto sensible de siempre, fue a la ciudad de Matanzas y allí presentó una muestra de todo ese trabajo. El hecho constituye un hito de la Feria del Libro de dicha urbe y ha vuelto a hermanar a las personas en la contemplación de una obra que va más allá de la belleza plástica e intenta repensar atributos de la historia. Hay una reapropiación de Martí, una que no se queda quieta y que como el río de Heráclito es diversa en cada una de las aproximaciones.
Fabelo ha llevado hasta Matanzas una de las tantas muestras que han trascendido en los últimos años. ¿Cómo es su concepción de José Martí? En la iconografía de cada pieza prevalece una tonalidad que predice de alguna forma la propuesta estética y conceptual. Se trata de ese estado de ánimo desde el cual el artista trabaja y que propende hacia el caos creativo. Unas veces Martí surge de una aureola dorada y sobrevuela la atmósfera de la pintura como un santo. Pero aquí hay que detenerse para desmentir cualquier intento de canonización, en realidad Mayito quiere darnos una visión irónica, en la cual el Apóstol asume los ropajes de un sujeto irreal para darnos a entender su nexo inquebrantable con la realidad, con la vida y con las contradicciones. De hecho, pervive un rescate de las validaciones más puras en cada una de las aproximaciones y, mientras en la tradición de los estudios martianos prevalece lo pétreo, en Mayito hay una búsqueda del sujeto móvil, de ese que no está hecho para las tribunas. El Martí de las fabulaciones de Fabelo no es ese que tenemos en un patio de una escuela, sino aquel que se escapa de la historia y permanece irrepresentado.
“El Martí de las fabulaciones de Fabelo no es ese que tenemos en un patio de una escuela, sino aquel que se escapa de la historia y permanece irrepresentado”.
Aún está fresco en la memoria aquel niño que sostenía un busto de Martí en medio de los destrozos creados por un ciclón. La fotografía le dio la vuelta al país y generó no pocos debates. Algo parecido intenta hacer Fabelo, adueñándose de la conciencia fértil de la creación. Para él, lo más importante es redescubrir a Martí en medio del caos, darle una presencia en la realidad de hoy, no dejarlo en el pasado inalcanzable. De manera que el Apóstol es un asidero real, no algo que se halla tan alto que no podamos tocar, conocer, usar a nuestro antojo. Siempre las apropiaciones de lo sagrado han traído oposición de los más puristas y de aquellos que permanecen anclados. Pero el arte posee como función readueñarse de todo y hacer la vida más cercana a lo real. Así parece que sucede cuando el público consume el arte de Mayito.
“Mayito cree en un José Martí que no cabe en las doctrinas, uno que se muestra atormentado, con una dualidad entre el deber y la esencia humana”.
Mayito cree en un José Martí que no cabe en las doctrinas, uno que se muestra atormentado, con una dualidad entre el deber y la esencia humana. Es el ser que debió existir en los intersticios de la toma de decisiones y el que tuvo el valor suficiente para sacrificar lo individual ante la causa mayor. Es en esa tesitura de la historia en la cual se mueve la obra pictórica, tomando así las señas de una manera de hacer que juega con el ucronismo, la reaparición de las figuras y la variación verosímil. Hay una novela oculta en los libros de historia, la de la realidad de los héroes. Estamos hablando aquí del dolor humano, de las cosas dejadas a la vera, de las incomprensiones y de la vitalidad de una existencia que no perece en lo formal y lo simple. La crítica ha elogiado por años el trabajo de Fabelo en este sentido, pero lo que realmente se le agradece es el entendimiento otro de la verdad de un país. Porque es indudable que cuando vemos estas figuraciones pensamos en Cuba y trasladamos los panoramas a una cuestión colectiva y nacional en la cual los dramas se potencian.
Mayito huye de la iconografía y lo consabido, reconstruye una memoria imposible del héroe, hace de las ruinas del pasado su palacio para habitar. Y pareciera que la obra del artista es una premonición de su propia experiencia humana. Hay en Fabelo la pericia suficiente para anticiparse a las crisis y darles la evaluación de un genio. Su paleta inconfundible se funde con la irrealidad de la existencia en una nación siempre entre el nomadismo y la insularidad, entre la toma de decisiones y las derivas que de ahí se sufren. Ese es el gesto sabio de los cuadros, ahí reside la raíz que nos conduce a un pensamiento profundo y distanciado.
Pero no solo hay que hablar sobre Martí, sino del impacto que la obra tiene en una ciudad como Matanzas a cuya feria acuden estos cuadros. Mayito fue hasta allí con su estética y su familia, en un gesto que evidencia la filosofía de vida que lo mueve. Nada está separado de nada, sino que el artista prefiere ese mundo que lo acompaña y que le permite pintar. Entonces no hay que ver la traslación solo en lo físico, sino en lo espiritual. El creador tiene derecho a que sus iluminaciones no se queden en el sitio de origen, sino que estén presentes en otros tantos salones del país. Y Cuba ha sabido darle a Mayito el reconocimiento merecido. La carrera del artista ha alcanzado niveles en los cuales hay que hablar ya de maestría y de consagración. Y en ese punto, como mismo me dijera él de manera informal en una conversación, ya ha dicho todo lo referente a Martí, ahora está en un plano de la representación en el cual pesan mucho sus esculturas, las figuraciones deshumanizadas que buscan una humanización y que son como crónicas de vida en un panorama oscuro. El poeta que lleva dentro Mayito sabe que tiene que moverse al compás de un sujeto lírico que posee sus propias apropiaciones de la realidad y que no se rinde ante los obstáculos.
“Mayito cree en un José Martí que no cabe en las doctrinas, uno que se muestra atormentado, con una dualidad entre el deber y la esencia humana”.
Ese es el signo que crece sobre la obra de Fabelo, el del humanismo, la marca que nos habla sobre sus inquietudes intelectuales y el magna creacional en el cual se mueve el entorno del artista. Desde Martí hasta Cuba, pasando por las figuraciones de hombres sin rostro que están hechos con metales desechables. Ese es el concepto de belleza circular, en el cual lo hermoso nace del caos, pero vuelve al caos. Traspaso cíclico de la experiencia que no se detiene en lo meramente representativo y que de esa manera salta los ribetes de las propias artes visuales para situarse en lo conceptual. El humanismo es el entendimiento de la otredad similar, del diverso que se nos asemeja y de los derechos y dolores de esa otra persona. Se trata de un reconocimiento de uno mismo en los demás, lo cual conlleva a un ejercicio de traslación hacia lo interno y por ende a una reconformación de la imagen de la humanidad.
Así hay que entender la obra que se refiere a Martí, mucho más la de Mayito. Si en Mañach tuvimos por décadas un adelanto de lo que sería el debate sobre este tema, las vanguardias pictóricas con un Arche a la cabeza precedieron estas inquietudes. El Apóstol es ese silencio que nos acompaña y que nos lleva a un sentimiento de país más asertivo, en la medida en que consideramos que la realidad concreta y chata no llena las expectativas de una república social soñada. El Martí de Mayito es el de los grandes proyectos, pero a la vez el que andaría nuestras calles lleno de preocupaciones y haciendo por el bienestar de los humanos reales de esta isla. Ahí es donde cae todo el proceso de reacomodación de los símbolos y su uso de manera ética en función de causas que nos interesan y que nos definen.
No es pintura detenida, no está hecha para las galerías ni para estar quieta y no decir nada. De hecho, ahí reside la verdad expresada por Mayito de que, por lo menos en torno a sus representaciones de Martí, ahí está todo contenido. Se trata de un legado que cambia el entendimiento de una figura a partir de la honestidad de los acercamientos y de las iluminaciones de la sensibilidad. Cuando vamos a la casa taller de Mayito tenemos casi la certeza o la amenaza de que veremos a Martí en algún rincón. Es una sensación rara, casi de otro mundo, pero sana y agradable. Salvando las distancias con cualquier tipo de hechicería, eso solo se logra cuando las conexiones entre el creador y el objeto representado poseen el poder de la autenticidad.
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