Hace 139 años arribó José Martí a las costas españolas, concretamente al puerto de Santander. Había hecho la travesía a bordo del vapor correo Alfonso XII, y no viajaba por placer: iba deportado a España por segunda vez, debido a sus ideales revolucionarios. Aunque el destino final del joven prisionero era el dominio español de Ceuta, en África, esta disposición fue anulada posteriormente, y ello significó que permaneciera en la entonces Madre Patria y pudiera, finalmente, eludir la pena que pesaba en su contra.
Este período de residencia en la Península, si bien más breve que el primero (1871-1874), pues apenas llega a los dos meses, fue decisivo en su formación y las experiencias de esta etapa marcarán de manera especial su desarrollo ulterior como intelectual y político. Por ello se hace necesario estudiar con mayor detenimiento esta zona de su biografía, en la que aun quedan muchas incógnitas por develar.
En los meses siguientes aflorarán en su escritura muchas de las vivencias de aquellos breves días, tanto en textos redactados para el ámbito privado, entiéndase sus apuntes y cartas, como en los que escribiera para la prensa. Aunque le fuera doloroso separarse otra vez de su Isla querida, de su familia de origen, de su joven esposa y de su hijo, que todavía era un bebé, la remembranza de la España de 1879 en su obra posterior nunca va a ser amarga. Al contrario, casi siempre emerge la simpatía, el recuerdo agradable, incluso hasta festivo y humorístico, en esas páginas, aunque una buena parte de ellas critique la situación sociopolítica, no solo hacia el interior del país, sino en sus relaciones con Cuba y sus otras colonias.
Y es que amén del insalvable abismo político existente entonces entre Cuba y España, José Martí siempre se sintió parte del pueblo español por su origen familiar, como hijo de valenciano y canaria, y se nutrió, sin renegar nunca de ello, de lo mejor de la cultura y la lengua de la tierra de sus progenitores. Por esas razones la gran chilena Gabriela Mistral lo ha considerado como “el leal insurrecto,” porque su rebeldía no excluía esa lealtad mayor, que es la del idioma, al cual engrandeció de manera indudable con su propia escritura.
Se conoce que a mediados de diciembre, sin que haya podido precisarse el día, se marchó furtivamente de España y se trasladó a Francia, donde ya estaba el 18 de diciembre, fecha en que asistió a la Fiesta París-Murcia, donde vio actuar a la famosa actriz Sarah Bernhard, a quien admiraba. Dos días después embarcaría hacia Nueva York en el puerto de Le Havre, ciudad a la que llegó el 3 de enero de 1880 a bordo del trasatlántico-correo Francia.
A poco de llegar a Estados Unidos, comienza a colaborar en dos publicaciones importantes: la revista de arte The Hour, y el periódico The Sun.En los textos de este período son constantes las referencias a lo vivido el año anterior. Si escribe sobre pintura, siempre que le es posible se refiere a los grandes maestros españoles, muy presentes en el mercado de arte neoyorquino. Los admira sin reservas, y conoció de cerca sus obras en sus visitas a la Academia de San Fernando, el Museo del Prado, o incluso por contacto personal, pues es sabido que visitó el taller de Federico Madrazo en su última estancia madrileña, y que a través de él se acercó directamente al quehacer de esa familia de pintores. No por casualidad existen, entre los mejores textos suyos dedicados a la crítica de arte, esas semblanzas memorables dedicadas a Raimundo Madrazo (1) y a Mariano Fortuny (2), hijo y yerno, respectivamente, del gran retratista, entre cuyas modelos femeninas más hermosas y distinguidas estuvo nuestra Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Si nos detenemos en las colaboraciones martianas para The Sun, veremos que en ellas existe una mayor diversidad de asuntos. Junto a los textos relativos al arte, encontraremos otros dedicados a la política española, a la vida en Madrid, a la corte, a representaciones teatrales, a las corridas de toros, a los poetas españoles contemporáneos, entre otros. Incluso, cuando repasamos sus seudónimos de esta etapa veremos cuán ligados están a la experiencia ibérica: en sus “Impresiones de América”, ese digno antecedente de sus magníficas Escenas norteamericanas, firma como A very freshspaniard (Un español recién llegado), y en “El volcán español”, como A Spanish Republican.
Ya finalizando 1881, cuando ha transcurrido más de un año de su llegada a Cantabria, y de su breve paso por Santander, emerge el recuerdo de la urbe, bellamente expresado en una de sus crónicas para La Opinión Nacional, de Caracas, fechada en Nueva York el 24 de diciembre. Veamos:
Hay al norte de España un pueblo de gente recia, como norteña y laboriosa […] es Santander. […] En Santander salió de manos del pulcro hablista y batallador católico Pereda […] el brioso justador y celebrado hombre de letras Menéndez y Pelayo. De Santander son las bandadas de mujeres trabajadoras que con el agua a la rodilla, cargan o descargan de los buques haces de bacalao que manejan diestramente; las hermosas aguadoras, que, sin más sostén que su linda cabeza, mantienen en alto el grueso cántaro, caminito de la fuente; la Alameda melancólica, cuyos árboles pujantes se alzan y juntan con majestuosa bóveda, cual si con ellos hubiese querido hacer naturaleza excelso templo, y el bullicioso Sardinero, lindo pueblo de baños, con sus alegres damas veraniegas, que parecen sueños o magas marinas, vestidas no de trajes ligeros, sino de las espumas de la mar. (3)
En esa crónica de actualidad —centrada en las noticias que le llegan, ya asentado en Nueva York, a través del cable interoceánico—, en la que comienza hablando de la excomunión de tres periodistas liberales, es muy significativo que arranque con esa nota afectiva, grata. Ella alude a que su paso por la hermosa ciudad no fue efímero, a pesar de que estuvo en el lugar apenas doce días. En ellos pudo aprehender los rasgos esenciales de sus pobladores, a los que trató y admiró, y entre los que no se sintió jamás como un extraño. Encontró, en su residencia temporal en Arcos de Botín, no. 21, en casa de su madrina, Doña Marcelina Aguirre, calor y afecto de familia, y respaldo en sus gestiones en pro de su permanencia en la Península. También se infiere, a partir del epistolario intercambiado con amigos cubanos, que fue bien acogido en algunos círculos santanderinos y que incluso llegó a hacer amistades allí. (4)
Por todas esas razones, se está trabajando en aras de realizar el año próximo diversas actividades de homenaje al prócer cubano, con motivo del 140 aniversario de su estancia en Santander. Para garantizar la preparación y desarrollo exitoso de las acciones propuestas, se ha constituido un grupo de trabajo, en el que intervienen instituciones y personalidades de Cuba y España.
También se ha constituido un equipo integrado por estudiosos cubanos y españoles, para llevar adelante un proyecto de investigación en torno a este período de la vida y la obra de José Martí, puesto que no ha sido aun estudiado con el detenimiento y la profundidad que merece.
Sirvan estas modestas acciones como homenaje a la efeméride, y como el inicio de un intercambio futuro en el ámbito académico y cultural de mayores alcances y objetivos.
NOTAS:
- Véase “Raimundo Madrazo”, en inglés y en español, publicado en The Hour, Nueva York, 21 de febrero de 1880, en Obras completas, Edición crítica, (en lo adelante OCEC), Centro de Estudios Martianos, La Habana,2003, t. 7, pp. 19-25.
- Véase “Fortuny”, en inglés y en español, publicado en The Hour, Nueva York, 20 de marzo de 1880, OCEC, t. 7, p. 48-52. Véase también el artículo «Mariano Fortuny», notable estudio publicado por Martí en The Sun, Nueva York, el 27 de marzo de 1881, en Ibídem, pp. 380-406.
- José Martí. OCEC, t. 11, p. 28-29.
- Véanse Cartas a Miguel F. Viondi, fechada el 13 de octubre de 1879, en OCEC, t. 6, p. 117-120.
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