José Raúl Fraguela Martínez: La infancia es como la tierra virgen


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El Frague (1), como muchos le decimos, es uno de los rostros más sonrientes de nuestra LIJ actual. Este pinareño radicado en Guantánamo encuentra en la literatura un complemento para su vida, un modo de expresar a la infancia el amor por lo cotidiano, de mostrar la belleza que está ante nuestros ojos, a cada paso, agazapada como esas mariposas que se enmascaran con los colores del paisaje. Su poesía, a veces más naif, otras más llena de significados y que en su libro más reciente (El del espejo… ¿soy yo?, publicado por Gente Nueva) ya lo demuestra asumiendo un carácter de fábula, contándonos de un hipopótamo que enamora por Internet o de una mona que sueña viajar el mundo, de una caimana en busca de esposo o de un gallo enamoradizo, personajes tomados de la realidad con una visión satírica y lograda, la mejor evidencia de que este creador, inquieto e insatisfecho como todos los de su generación, en cada nueva obra gana un paso más en la difícil y riesgosa carrera a distancia que significa llegar al corazón de los niños.

¿Existe para ti una literatura infantil? ¿Una LITERATURA? o simplemente ¿Literatura para personas?

Pues pienso que existe todo eso: una LITERATURA, si con las altas quieres significar lo abarcadora que pudiera ser en todos los aspectos, fuente de donde bebemos adultos de cualquier edad o condición y niños, y donde las fronteras se pierden porque cuando alguien necesita de verdad leer, consume cuanto le caiga a mano; lo que en una época fue para adultos devino luego materia de interés casi exclusivo de los niños, y los adultos seguimos consumiendo mucha literatura escrita en especial para niños y jóvenes. Pero desde el momento en que un autor, al sentir el impulso creativo piensa que su destinatario es un niño, que es con él con quien quiere compartir ideas o emociones de manera que le resulte comprensible y ameno, que crea que el niño puede aprender o cambiar su naciente visión del mundo con lo que le ofrece, debe considerarse la existencia de la literatura infantil como un hecho inobjetable.

¿Qué piensas de la infancia?

La infancia es como la tierra virgen, que tiene todo lo necesario para albergar la vida, hacerla crecer y fructificar, pero hay que echar las semillas apropiadas, cultivarlas, abonarlas y regarlas con perseverancia, con dedicación, de otro modo resultará estéril. El niño amado (y no hablo de empalagos, sobreprotección y tolerancia indiscriminada), bien atendido, educado en el respeto al otro, a la naturaleza en toda su diversidad, en la necesidad de comprender cuanto le rodea, tiene las mayores posibilidades de convertirse en un adulto pleno. La mayor parte de las veces, los mayores malogramos esas posibilidades.

En tu concepto ¿los niñ@s leen hoy día más o menos que antes?

Más de una vez me he sorprendido pensando que antes leíamos más, pero luego me digo que estoy comparando a “los niños” de hoy con el niño que fui, y en ese sentido me distanciaba bastante de la media de mi época. Creo que ahora hay niños que leen mucho, otros no tanto y otros no leen nada o casi nada. Eso sí, antes, los niños que no leían o leían poco, aprendían muchas más cosas que los de hoy de su interacción directa con la realidad, de lo que su imaginación y su lógica elaboraban a partir de los receptores sensoriales; ahora aprehenden paquetes pre elaborados de información, juegos y otros materiales audiovisuales sobre todo, donde la imaginación la pusieron otros, por tanto el esfuerzo intelectual es menor, eso los acomoda y, en el mejor de los casos, terminan por apropiarse de la porción del conocimiento humano que les permite ganarse la vida y obvian el resto, se pierde el sentido de que somos parte de un todo y personas que llegan a ser muy destacadas en su campo, desconocen aspectos elementales de la historia, de las artes, de las ciencias, de la cultura de la humanidad en general, por el simple hecho de que consideran innecesario dicho conocimiento.

¿Qué piensas del tono que deben tener las historias para niñ@s?

Creo que hay tantos tonos en las historias para niños como historias se escriban, cada una tendrá el suyo, cada poema o canción. Eso sí, cualesquiera sean los temas que se traten, los más inclementes, dígase adicciones, la guerra u otras formas de violencia, la disfunción familiar, la enfermedad, la muerte, debe evitarse la crudeza, la desnudez total. Los niños son suficientemente inteligentes como para leer entre líneas, intuir, percibir las sutilezas, interpretar, pero nosotros mismos a veces preferiríamos “no ver” ciertas cosas, hay que dejar abierta esa posibilidad. Quizás no logro explicarme lo suficientemente bien, pero en la colección Veintiuno de Gente Nueva hay ejemplos geniales de lo que quiero decir, como Constandina y las telarañas, de Alki Zei, por solo mencionar uno. Ya Saint-Exupèry, nos había dado el ejemplo con su principito.

¿Eres tú parecido a alguno de los personajes de tu obra?

Podría pensarse que esta es una pregunta para narradores, pero buena parte de mi poesía es bastante narrativa. Sea como sea, puedo responder sin miramientos que hay algo y a veces mucho de mi biografía real o imaginada en lo que escribo, en los pocos cuentos publicados, en los inéditos, en los poemas. No puedo escribir a una abuela sin pensar en la mía, en la perspectiva en que siempre me situé respecto de ella, lo mismo sucede con mi hijo, mis sobrinos, mis padres, mi pareja o amigos; mi relación con ellos es mi patrón, para embellecerlo, desarticularlo, entristecerlo… En Tía Ninfa, por ejemplo, hay mucho del niño que fui, y cada vez que dialogo en un poema con un niño, hay mucho, mucho no solo del padre, sino también del hijo que soy.

¿Cómo concibes idealmente a un autor para niñ@s?

No sé si alguna vez pensé en ello, si tuve algún ideal de autor para niño no lo recuerdo, pero ahora, con la cantidad de autores que conozco personalmente, amigos más o menos íntimos… ¡qué difícil! Pienso que el autor ideal para niños es aquel que en mayor medida los respete, que crea en ellos como los seres humanos maravillosos, abiertos y desprejuiciados que son y que al trabajar para ellos crea también, a pie juntillas, en la utopía de que su obra ayudará a que, al crecer, seguirán siéndolo.

¿Reconoces alguna influencia de autores clásicos o contemporáneos?

Algunas críticas han señalado influencias de la poesía del Siglo de Oro español en la mía, aunque refiriéndose a mi obra para adultos. De ser así, funciona lo mismo para la infantil. Siento admiración más que por una época o tendencia, por determinados cultores, y más que por el viejo siglo dorado, por la generación del 27 y otros poetas más recientes, por Martí, por algunos de mis contemporáneos. Ojalá pudiera asimilar, filtrar, recrear parte de la belleza que nos legaron, pero la verdad es que solo intento hablar de mí, de las personas y cosas que quiero o he querido, de cómo me gustaría que fuese el mundo o que no fuese.

¿Cuáles fueron tus lecturas de niño?

Uno de los primeros libros de que tengo memoria es una versión para niños, ilustrada, de El mercader de Venecia, de cuando probablemente me interesaba más colorear sus dibujos que leer. Pero como lector asiduo puedo señalar la colección Aventuras de Gente Nueva: Verne y Salgari, Dickens, Fennimore Cooper, Stevenson, Walter Scott, Alejandro Dumas, Jack London, Mark Twain; otros títulos como Robin Hood, el Pinocho de Collodi, Los conquistadores del fuego, los tomos de El tesoro de la juventud con su variadísima gama temática, versiones de historias de Las mil y una noches; en la biblioteca de mi escuela había una maravillosa colección, cuyo nombre no recuerdo, que en cada tomonarraba la “biografía” de un animal. Nunca he olvidado lo que aprendí con ella. Antes habían sido los cuentos de Andersen y los hermanos Grimm, las compilaciones de Herminio Almendros, La Edad de Oro, los cuentos de Onelio y Las aventuras de Guille, ¡ufff!, a los 13 años leí Don Quijote (la profesora que me prestó el libro nunca me lo creyó). Ojalá leyera hoy como entonces.

¿Quién es tu héroe de ficción?

Nadie ha podido superar a mi Robin Hood. Nunca he llegado al final de una versión fílmica o un serial de televisión, sufro como lo destrozan. Tampoco lo volveré a leer, rompería el encanto.

¿Quién, tu villano?

El pirata John Silver no tiene competencia.

¿Cómo te insertas en la llamada literatura infantil cubana?

Es un grano de arena. No sé si algún día se notará entre tanta riqueza. A la edad en que empecé a escribir, se suele tener una obra ya consolidada, sin embargo ahora mismo la mayoría de mis libros para niños permanecen inéditos.

¿Qué es lo que te enciende emocionalmente-creativamente?

Mira, creo que soy esencialmente poeta. Escribo sobre todo cuando algo me afecta negativamente. Bajo determinados estados de ánimo que ahora mismo no sé si sería capaz de describir, cualquier cosa puede dar pie a un poema, la catarsis que busca el equilibrio. Si se extiende y aparecen varios textos que andan más o menos por la misma cuerda quizás empiece a pensar en un libro, a partir de ahí es una especie de autoencargo, pero que no puede forzarse, solo estar pendiente para que cuanto vaya “llegando” cuaje de modo que permita algún tipo de relación formal o expresiva. Me debo al menos un libro de cuentos. Pero eso es ya otra cosa.

¿Qué es lo que te desanima?

Supongo que te refieras al acto de escribir, pues… si empiezan a acumularse inéditos puede perderse el impulso, y creo que ocurre de manera inconsciente, aunque por fortuna los estímulos siempre reaparecen, en definitiva, uno no piensa en publicar cuando está pariendo el poema o el cuento, solo cuando el libro está terminado, o casi, empiezo a preguntarme ¿y ahora? Pero si lo que hicimos vale, es cuestión de tiempo.

¿Qué atributos morales debe portar consigo un buen libro infantil?

Bajo el presupuesto de que porta los valores estéticos que lo validan como obra de arte, si el hecho escriturario se asume con honestidad, con respeto a la verdad ficcional que en definitiva es reflejo más o menos disfrazado del mundo real, el apego a los valores esenciales del ser humano, por contraste o directamente, se inducirá en el lector a través de lo leído, las más de las veces por las consecuencias que las acciones de los personajes les acarrean. Esto, siempre que no se caiga en el didactismo o el panfleto.

Aparte de tu profesión actual, ¿qué otra cosa te hubiera gustado ejercer?

Me gustan varios oficios, pero hubiera disfrutado mucho ser un buen carpintero ebanista. Otra manera de crear, ¡y de vivir!

¿Qué profesión nunca ejercerías?

La medicina.

¿Podrías opinar de la relación autor-editor?

¡Imagínate!, la he vivido desde ambos roles. Requiere de un equilibrio que solo se mantiene si ambos actúan sin prepotencia, sin creerse dueños absolutos de la verdad. El fin último de la edición es mejorar el libro. He visto trabajos donde ha ocurrido lo contrario, y parto de la comparación original-publicación, única prueba posible de ello, lo cual muchos no tienen en cuenta a la hora de criticar el trabajo editorial. El editor, por muy seguro que esté de lo que se necesita hacer, debe sugerir, no ordenar, debe persuadir y, de ser posible, hacer que el autor llegue por sí mismo (o lo crea) al cambio que él sabe necesario. En ningún caso hacer transformaciones al texto sin consultarlo con el autor (me sucedió recientemente), pues este, como artífice de la obra, puede encontrar soluciones incluso más apropiadas que las pensadas por el editor ante una dificultad, y en última instancia, es el dueño del texto y tiene la palabra final.

Si tuvieras que salvar solamente diez libros de un naufragio ¿cuáles escogerías? ¿Alguno de los que has escrito?

La verdad es que no creo que en una situación tal alguien tenga pensamientos para un libro, pero puedo mencionarte algunos títulos que en distintas etapas de mi vida me han hecho soñar más que otros, como Los náufragos del Liguria, La isla misteriosa, Los conquistadores del fuego, Un yanqui de Connecticut en la corte del rey Arturo, Colmillo Blanco o El país de las sombras largas en la niñez; o que me impresionaron como El idiota, El rojo y el negro, Papá Goriot, Un hombre de verdad, Nuestra señora de París, La barraca o Fiesta, en la adolescencia; o más adelante la poesía de Rimbaud, Martí y Elliot o las novelas de Vargas Llosa y Carpentier o los cuentos de Onelio. ¿Ves? No puedo escoger, ¡Ah! Y nunca sería uno mío. Las nostalgias que recogen siguen conmigo, aunque ya no consiga recrearlas del mismo modo.

 

Nota:

 

(1) José Raúl Fraguela Martínez (Pinar del Río, 1961). Editor. Escritor. Ha publicado: De mi patio al monte (Ediciones Loynaz, 2003; Editorial Oriente, 2010), Primera Mención en el concurso “Hermanos Loynaz” (2001) y Mención en “La Edad de Oro” (2002); Ronda la ronda (Ediciones Loynaz 2005; 2009) y El del espejo… ¿soy yo?, recientemente publicado por la Editorial Gente Nueva. Poemas y cuentos aparecen en seis antologías: Cuánto cuestan los abuelos (Cauce, 2012); 1, 2, 3 ¡Fantasmas, a correr! (Gente Nueva, 2012); Un tibio rumor (Cauce, 2011); Vuelve a cantar la cigarra (Gente Nueva, 2011); Navegas, isla de oro (Gente Nueva, 2009) y Otro elefante en otra cuerda floja. (Unión, 2008); así como en las revistas Chinchila y Meñique. Otros premios por la obra para niños fueron el “José A. Baragaño”, 1994; primer y segundo premios “Planeta Azul” de canciones infantiles (ambas veces al mejor texto) en las ediciones de 2001 y 2003 y Mención en “La Edad de Oro”, 2012. Acercamiento a la obra de Nersys Felipe (Selección de textos críticos realizada junto a Eldys Baratute), Ediciones Loynaz, Pinar del Río, 2011 es uno de sus libros más recientes.


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