Todo listo para el último domingo de enero. Día de nuestra convocatoria a regresar al pasado, a ese momento glorioso de la infancia en que éramos elásticos, irrompibles. Tiempo en que el cansancio era una quimera o una frase que escuchábamos de nuestros mayores. Hay un momento en la vida que se llega a pensar que la energía es eterna, que estará ahí por siempre en dosis siempre ascendente. Pobre de nosotros que nunca fuimos advertidos de que la cuenta regresiva comienza tras el primer llanto.
Bien; filosofía aparte; es el último domingo de enero y casi todos llegamos a la hora acordada: “…pasadas las 10 y antes de las doce…”. El lugar elegido no podía ser otro que los jardines de la casa de “El chino” ─es el único miembro de nuestra cofradía que vive en Guanabo, a escasos metros del mar— que por años ha sido nuestro cuartel general. Además, estas citas son la forma de validar su asistencia a los encuentros de los viernes y la forma de justificar su posición de “hospedero familiar en vacaciones”.
Y es que contra viento y marea el chino siempre ha acogido en su casa a nuestras familias, por casi cuarenta años, en los meses estivales; incluso en detrimento de sus propios ingresos personales. Es para nuestros hijos “…el tío chino que vive en la playa y que nuca los regaña, aunque le llene toda la casa de arena…”
En fin; que cerca de las once y media de este último domingo de enero del año de gracia de 2025 estábamos abriendo las puertas de nuestro pasado y listos para jugar al “una mi mula” (no había cuórum para jugar al burrito 21 que exige mínimo 10 jugadores por bando).
No voy a negar que eran muchos los impedimentos de orden personal que nos podían limitar. Pero ahí estábamos, con nuestras esposas en calidad de enfermeras personales o de masajistas de turnos, algunos de nuestros hijos –los que se sumaron, no se olvide que hay una edad en que ellos nos repudian y otra edad en la que nos aceptan nuevamente y así se repite el ciclo de aceptación/marginación/rechazo—, y los nietos de aquellos que se adelantaron en esa tarea.
Doce hombres en apuros; que no en pugna como el excelente filme de los años cincuenta. No importan las horas de gimnasio; las caminatas o las dietas previas. Hay cosas que son irrenunciables y que vienen incluidas en ese paquete que se llama paso del tiempo: la presbicia, la barriga que se ha descontrolado y ahora es todo un trofeo de buen vivir, ciertos dolores articulares, la amenaza de diabetes en algunos y la presión que es la única dolencia generalizada en nuestra cofradía.
Hagamos juego. Hora de elegir quien saltará primero.
En nuestra infancia era tarea fácil, todos de rodillas y a cantar. Ahora lo hacemos de pie, como los guapos que conocieron nuestros mayores a la hora de tomar la sopa. Hincar rodilla en el piso no es problema, el asunto está en ponerse de pie. Listo el primer “burro” y organizada la cola de saltadores llega el primer impedimento: no se puede encorvar lo suficiente. Comienzan las protestas. Ignoramos que ya no tenemos la misma flexibilidad –hay caso en que la barriga impide doblar la columna, es decir poder abrocharse los cordones─; sugerencia que se ponga de rodillas.
Sabia observación. Agiliza el salto, pero crea problemas. Somos doce y tras este acto de consenso solo logran saltar los primeros siete. Hay cinco que deben renunciar, bien sea por las burlas o bien por el temor a sufrir una caída y fracturarse el coxis; ese hueso pequeño e inaccesible que se esconde donde comienza la espalda baja y que esconde el lugar donde alguna vez pudo nacer o estar la cola de homo sapiens antes de la evolución que hoy conocemos. O simplemente porque comprendieron que el reto era otra forma de hacer el ridículo, solo que muy tarde.
Sentadas, felices y condescendientes están nuestras esposas. Siempre en primera fila.
El Chino, conocedor de nuestras debilidades y vicios –los comparte por igual—propuso un dominó y como castigo unos chicharrones; que fueron bendecidos por un sermón de nuestro amigo “El infame”, el médico de “la cofradía”, que resaltaba sus virtudes siempre que se hiciera acompañar de una cerveza fría o un buen trago de añejo.
Amén. Fue la respuesta colectiva.
Hay viajes al pasado que son dolorosos, mas este rindió su fruto: transmitimos a nuestros descendientes una imagen de cuales eran nuestros juegos, esos que se fueron perdiendo con el paso del tiempo.
Olvidad decir que la imagen se hizo viral entre nuestros conocidos que fueron convocados vía redes sociales… lo que abrió otra convocaria… solo que esta vez de carácter intergeneracional… solo que yo, como solía decir mi madre “…la suya y no juego más…”
Me voy con mis escoriaciones y mi barriga a otra parte… dejo el pasado en paz.
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