Su obra es un resumen de lo humano, interior y externo. Desde muy joven soñó con recorrer el mundo y conocer al hombre dondequiera que estuviera. A los 18 años salió de Cuba para descubrir otros horizontes. Viajó todo lo que pudo casi sin dinero; durmió hasta en la cubierta de los barcos, en estaciones de trenes y en parques. Conoció a Grecia en bicicleta, realizó su anhelo de ver las pirámides de Egipto montado en camello, y participó en la Segunda Guerra Mundial como voluntario. Fue, en resumen, una vida inquieta desandando mundo, y siempre rejuvenecida con y por el trabajo.
Julio Girona (Manzanillo, 29 de diciembre, 1914/ La Habana, 24 de diciembre 2002), pintor, dibujante, caricaturista y también escritor y poeta, fue un creador prolífico que parecía siempre como si quisiera escaparse de los modos y soluciones que él mismo generó. Mirar sus creaciones, es encontrar siempre objetos y anotaciones, personas que conoció o alguna vez encontró, huellas de lo cotidiano empinado en “arte verdadero”, texturas de paredes y tiempo, perspectivas de los espacios transitados por aquí y por allá, que se nos revelan como materia prima de las operaciones poéticas inherentes a su expresión…
Por estos días finales de diciembre, en los que coinciden los aniversarios de natalicio y de su fallecimiento, abramos anchas las ventanas al inmenso creador, para desandar por las memorias…
El artista, Premio Nacional de Artes Plásticas, 1998, comenzó a incursionar en la pintura hacia 1947, en los Estados Unidos donde coincidió con los inicios y plenitud del movimiento informalista desplegado a fines de los 40 y los 50; etapa en que asume la abstracción del gesto y de las masas como peculiar dialecto expresivo. Encauzado en las búsquedas de formas y estructuras, logró abrirse paso en aquella jungla de competencia…
Recuerdos de la guerra
El destacado escritor norteamericano y Premio Nobel de Literatura Ernest Hemingway, veterano testigo y partícipe en tres guerras, afirmó que la experiencia bélica era la más importante que podía tener un escritor. Al manifestar esa certidumbre, el autor de entre otras grandes novelas Adiós a las armas, no hacía más que subrayar el impacto terrible que tiene la contienda en el espíritu del ser humano, la huella indeleble que deja en su alma y, muy especialmente, la visión sobre la realidad que esta genera. Desde el verdadero oficio del escritor, la literatura que se nutre de esa marca de lo bélico y parte de ella, es indudablemente más intensa. Sucede lo mismo con la plástica, es, al fin y al cabo, el espíritu del artista el conmovido. De ahí que con un hálito singular, dentro de la vasta obra de Julio Girona, aparecen a cada rato esos dibujos espontáneos realizados a tinta en los que plasma-recuerda aquellos rostros encontrados durante la Segunda Guerra Mundial, cuando él desandaba el Viejo Continente herido por las garras del fascismo, en las filas de los ejércitos aliados.
Tomadas casi taquigráficamente de gente que “conocí, soldados alemanes prisioneros, de mujeres en un café o en prostíbulos adonde fui a dibujar”, como él mismo sentenció una vez en una de las tantas entrevistas que me concedió. Rostros tristes, que miraban sin futuro, soldados marchando en la nieve, pordioseros, gentes de Londres, Liverpool, Bruselas, París… “retratados” en el trazo personal del artista, despliegan su hechizo como un canto a la paz.
Julio Girona dejó de hacer caricaturas y dibujos para acercarse a la pintura, al finalizar la contienda mundial. En Nueva York llega a pertenecer al grupo de la calle Ten Street, de los pintores abstractos de Estados Unidos, donde conoció y expuso con Kline, De Kooning, Rauschenberg y muchos otros. Desde entonces, se dedicó siempre a la pintura. En la abstracción, hace un balance entre áreas activas y tranquilas, buscando el contraste como en la música. En muchas de ellas escribe palabras que luego se convirtieron en poemas y en libros. Mientras que en las crayolas mezcla arremolinados pensamientos de la niñez, en trabajos motivados por los dibujos infantiles vistos en diversas muestras y en las calles. Son las Caligrafías newyorkinas, serie que antecedió a los gouaches en otra carrera abstracta. Allí agrupa musicales caligrafías y contrapuntos dinámicos entre trazos y superficies, amén de otros objetos del paisaje cotidiano que se convierten en señales de su discurso pictórico llegadas del informalismo, el expresionismo abstracto, y de cierta atmósfera conceptualista.
Radiografía del pintor…
Rescatando el tiempo y su vida, dejemos, pues, que el pintor cuente anécdotas de su producción, de su obra, respondiendo a interrogantes claves que encienden el camino … ¿Cómo definiría su pintura? “No sé… Trato de crear un mundo mío, imaginario, y hacerlo visible para los demás”. ¿Los mayores logros como pintor? “En la creación artística –dijo- hay un horizonte al que nunca se llega por mucho que uno camine. A veces logro dibujos y pinturas que me satisfacen, pero la próxima obra es la que más me interesa”. ¿Cómo pinta usted? Explique los procedimientos para concebir un cuadro… “Generalmente trabajo con una idea. Desarrollo esa idea docenas de veces. Es casi como si repitiera el cuadro uno tras otro, aunque al final, al compararlos, resultan distintos. Si se trata de dibujos o acuarelas trabajo simultáneamente en diez o doce a la vez. Los coloco en el suelo para que se sequen y trabajo en ellos al mismo tiempo, añadiendo y quitando hasta que los considere terminados. Al día siguiente, con la mente fresca, elimino los que no me satisfacen. Trato de pintar todos los días aunque sea un rato. Es mejor pintar una hora que un día entero cada dos o tres semanas. A veces no siento ningún deseo de pintar, preferiría leer, trabajar en el jardín o hacer cualquier otra cosa, pero a las tres de la tarde, después de concluir todas mis tareas de la casa y haber leído el periódico y dormido una ligera siesta, me digo: “Tengo que pintar. Si he trabajado para empresas detestables –cuarenta años haciendo muñequitos para los periódicos- ¿cómo no voy a trabajar para mí? Barro el estudio, coloco los colores y los pinceles en orden, raspo la paleta, ordeno la mesa de trabajo hasta que me doy cuenta que estoy alargando mi enfrentamiento con la pintura para aplacar mi conciencia, y, reaccionando digo: “Tengo que pintar”. Tomo un cuadro, lo recuesto contra la pared y veo algo que no me satisface. Entonces empiezo a transformarlo hasta que oscurece o me entra hambre. Han pasado tres o cuatro horas… Si empleo el óleo pinto directamente en la tela, sin ningún plan preconcebido. Me gusta la aventura, no saber lo que va a salir, quiero ser el primer sorprendido. Nunca copio un dibujo, los ignoro. A veces un cuadro que empieza lleno de amarillo termina envuelto en gris o en azul. Creo que si supiera de antemano el resultado perdería mi entusiasmo”.
¿A qué atribuye sus continuos cambios abstracción/figuración? “Hasta hace poco –señaló– mis abstracciones estaban relacionadas con la figuración. Utilizaba formas orgánicas en que se reconocía la figura femenina: trabajaba con esos elementos. Últimamente he usado otras formas tratando de ampliar mis posibilidades. Creo que un buen dibujo o una buena pintura son siempre una abstracción, un resumen, una síntesis pictórica de la realidad. En los últimos años he experimentado con el dibujo y la pintura figurativa, impulsado por deseos de indagar, pues pinto para mí, sin rendirle cuentas a nadie, aunque me complace que otros gocen mi trabajo”.
¿Ha alcanzado usted un estilo definitivo? “Espero que no. Me interesa experimentar. Ante la tela o el papel las posibilidades no tienen límites. Con el lápiz o el pincel uno es el jefe”.
Siluetas de elementos, signos
En otro período incursionaría en elementos de la realidad cotidiana, las naturalezas muertas para llegar a la abstracción en los años 50 y 60. En la década de los 70 saldrían otra vez los recuerdos de la guerra. Dibujos figurativos, de gran rigor técnico y líneas bien definidas quedan como estelas de sus experiencias acumuladas. A ese tiempo pertenecen los rostros tristes y de horror que regresan siempre y nunca lo abandonarán. Rompiendo con los grises que inundaron por un tiempo su paleta, el artista retoma el color. Tonos alegres: verdes, naranjas, azules llegaron sin pedir permiso a sus lienzos, en una caravana de espontaneidad en el dibujo. Círculos y cuadrados, nada perfectos se apoderaron de sus últimas piezas. Estaban realizadas así intencionalmente para darles interés y restarles rigidez. De cuerpo completo, de frente, de lado, vestidas o no, deambulan las mujeres por las superficies. Allí agrupa esporádicos retornos a la figura femenina, que sacan a la luz la rememoración autobiográfica de quien parece rejuvenecerse siempre. El color ocupa ahora el espacio y hace formas, ideas de formas, siluetas de elementos que son signos. El artista deja al color y a la gestualidad del pincel, la amplitud del trazo, las medidas irregulares de la cuadrícula, el rol protagónico. En cambio, el espacio está cargado de signos, señales que a su vez sólo son pintura, como resolviendo gráficamente el dilema plástico. Pura pintura con lugares de luminosidad total, con colores que no se ensucian. El formato es envolvente y establece un vínculo con el espectador.
Pintando… Poemas
En las áreas vacías de sus cuadros abstractos, Julio Girona incluía palabras: la noche, primavera, la tarde. Luego, se le ocurrió acompañarlos con frases. Un día, un amigo poeta que las vio le dijo a Girona que eran poemas. Eso lo animó y se puso a escribir impresiones que tuvo en Florencia... Recopilando letras armó su primer cuaderno, sumándolas apareció La corbata roja.
Cuando se leen los poemas que integran ese libro, se pone de manifiesto un mundo interior individual que no es común. Si se dejan de lado los artificios de una justa utilización del lenguaje, se vislumbra un universo poético que redimensiona la realidad al lograr crear una atmósfera lírica sobre las secretas relaciones del hombre y su entorno cotidiano. Esta visión de lo cotidiano se puebla de símbolos que remiten a un profundo legado cultural.
Cambiando nuevamente el pincel por el lápiz y el color por la lírica, Julio Girona regresó de la mano de la poesía con La corbata… –pues ya en 1992 había publicado Música barroca-, para "dibujar" sobre el blanco papel las impresiones convertidas en letras, esas que también "escribe" en lienzos y cartulinas.
Espontánea como su pintura es la poesía. Sencilla, anecdótica, provista de recuerdos, y de ese humor innato, al que suma tintes de ironía y sátira, (Dicen que para ser un hombre completo / hay que sembrar un árbol y tener una mujer. / También acompañarla a una tienda de zapatos).
Los poemas pasan como historias del pasado que regresan para volver a vivir en La corbata roja que está dividido en cuatro secciones: Mujeres (tema recurrente en toda su obra, pictórica o escrita), La muerte, La hora de la verdad, y Están dando cebollas en mi barrio. La memoria que combate "el culto al olvido del artista" retrotrae imágenes de distintas etapas y del paisaje lejano (aventuras y anécdotas), para superponerlas a relaciones insertas en el paisaje urbano.
Un día le pregunté: Julio Girona, ¿Pinta en los poemas? "Utilizo los poemas en mi pintura y encuentro conexión entre ambos. Mi pintura ha sido siempre poética, de imágenes". El poeta Luis Suardíaz, en el prólogo del libro lo deja en claro: "La imaginación, en el caso de un artista, sobre todo, es como un corcel que corre y aún vuela según nuestra voluntad. Y el deseo saciado o no, nos llena de alfileres los cómodos sitios de la vida apacible. De todo eso hay en esas mujeres dibujadas, pintadas o poetizadas de Girona". Ellas llegan a nosotros ahora desde las palabras…
Un espíritu renovador
Son muchas las características que sobresalen de su pincel y sus creyones. Sin embargo, hay una que destaca: la frescura de soluciones expresivas coincidentes con el espíritu renovador de compatriotas suyos, cronológicamente jóvenes, que hoy protagonizan cambios de enfoques y lenguaje en el arte plástico cubano. De un solo golpe, con la acción incuestionable de su propio quehacer, Girona prueba lo equívoco de esos criterios generacionales que no conciben la posibilidad de lo nuevo y progresivo del arte en personas que ya han arribado a la edad madura. Mirar sus obras es encontrar siempre objetos y anotaciones, huellas de lo cotidiano empinado en “arte verdadero”, texturas de paredes y tiempo, y perspectivas de los espacios transitados por aquí y por allá, que se nos revelan como materia prima de las operaciones poéticas inherentes a su expresión. En el caso de este artista, es obvio que su obra se inclina hacia un control que admite simultáneamente la relación sorpresiva existente entre el trazo de la línea y el uso del color. De ahí que su obra participe dentro de una corriente definida como una poética de la indeterminación.
El diálogo con el quehacer artístico de Julio Girona posee una riqueza especial en cuanto nos sitúa en un terreno privilegiado para la exploración. Como todo cuadro que tiene una raíz poética y humana es ventana abierta, nada más estimulante que penetrar por una de esas ventanas que el creador pinta, con la expectativa de encontrarnos con lo maravilloso. La poesía define, en última instancia, una obra que comienza siendo concebida no con palabras sino con grafismo, manchas, juegos de colores y con técnicas que han hecho a Girona un maestro. Es con esa apertura que su trabajo inicia su camino, lanzándonos el reto de interpretarla con el juego de nuestra imaginación.
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