Hace poco más de tres meses que el Dr. Rogelio Rodríguez Coronel (Banes, Holguín. 1946) resultó electo director de la Academia Cubana de la Lengua, de la cual es miembro de número desde hace trece años.
La distinción hecha por sus colegas es resultado del extenso currículo científico-docente de este profesor, ensayista y crítico literario; quien por algunos años fuera decano de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, además de colaborar con centros de altos estudios de Europa, América Latina y los Estados Unidos.
A la responsabilidad de dar continuidad a la obra de sus predecesores, figuras todas tan notables de nuestra cultura como Enrique José Varona, José María Chacón y Calvo o Dulce María Loynaz; al Dr. Rodríguez Coronel se le suma la de encabezar en lo que resta de año las celebraciones por al aniversario 90 de la fundación de la ACuL.
La importancia de la efeméride motivó a Cubarte a sostener un encuentro con el también autor, entre otros trascendentales libros, de La novela de la revolución cubana, Premio de la Crítica en 1986.
¿A su entender, qué beneficios le ha reportado a la cultura nacional la existencia de la Academia Cubana de la Lengua a lo largo de estos 90 años?
“En primer lugar, creo que surge en una coyuntura muy especial. Surge en 1926, justamente cuando llevábamos ya veintitantos años de la Enmienda Platt y en los discursos de la época se nota una preocupación por la influencia del inglés en el habla del cubano.
Pienso que la idea de Enrique José Varona, de Fernando Ortiz; en fin, de todos los fundadores, fue precisamente crear un organismo que velara, no por la limpieza de la lengua; pero sí por mantener su identidad.
Es decir, la lengua como parte de una identidad nacional frente a esas acechanzas de una lengua extranjera poderosa como es el inglés, con poderes económicos, con poderes políticos en la Cuba de entonces.
De alguna manera, fundar la Academia Cubana de la Lengua era poder contar con una institución, con una corporación que velara por la identidad nacional”.
¿Piensa Ud. que la incidencia cultural de la Academia se ha incrementado en estas nueve décadas?
“Creo que hasta el año 50 la Academia tuvo una situación muy precaria, por la misma situación precaria del país. Por los mismos altos y bajos de la situación política que hizo que muchos miembros de la Academia, incluso, se radicaran en el extranjero.
A partir del año 51, con José María Chacón y Calvo de director, entonces; y la fundación en 1950 de la Asociación de Academias de la Lengua Española, en México; pues ya comenzó una nueva etapa y una mayor cohesión.
La dirección de José María Chacón y Calvo logró aglutinar la Academia. Fue cuando más trabajos lingüísticos se hicieron, más estudios sobre la lengua. Se activó el Boletín de la Academia y, aun cuando no tenía una residencia fija, algo que siempre ha conspirado en contra de la Academia; tenía mucha alianza con otras instituciones con las que compartía espacio como el Ateneo y la Academia de Historia de Cuba, por ejemplo.
El triunfo de la Revolución fue, por supuesto, una conmoción. Las actas de las distintas sesiones de la época son interesantísimas, pues comienzan a anotar los vocablos que surgen con el proceso revolucionario, por supuesto. El habla comienza a modificarse a partir del cambio social.
Hasta tal punto se identificaron, que en muchas ocasiones la Academia hizo donativos para las diferentes campañas, a partir de los salarios de sus miembros.
Luego cayó una especie de inercia. Chacón murió en 1969 y ya en el 70 comienza una etapa que se caracteriza por una especie de resistencia. De conservarse contra viento y marea.
En ese sentido, creo que la figura fundamental fue Dulce María Loynaz que presidió la Academia desde 1983 hasta el año 95, radicando ésta en su casa. Ella fue directora en ese período, pero antes era vicedirectora. O sea, que también participó de todo.
Ya por la edad y los achaques de Dulce María, a principios de los 90 fue nombrado como director adjunto Lisandro Otero, y creo que ahí comenzó un resurgir y una restructuración. Sobre todo, cuando comienza a contarse con el apoyo del Ministerio de Cultura.
Después de la firma del Convenio de Bogotá, por parte de Fidel en 1994, comienza a estructurarse, comienza a ampliarse la Academia.
Un miembro importantísimo lo fue José Antonio Portuondo. El ingreso de Portuondo en la Academia, a finales de los 80, trajo como consecuencia la relación de esta con el Instituto de Literatura y Lingüística; lo cual era algo bien importante en ese momento.
Más tarde, Salvador Bueno fue director y la asociación de él, Lisandro Otero y Roberto Fernández Retamar marcó en despegue. Sobre todo, a partir de 2010, en que la Oficina del Historiador, en la persona de Eusebio Leal, se empeña y nos brinda un local en la Universidad de San Gerónimo.
Ya la Academia comenzó a contar con un espacio. Antes, radicamos durante un breve tiempo en el Centro Dulce María Loynaz, pero era compartido y había estrecheces”.
¿Realiza la Academia alguna labor para contrarrestar la creciente vulgarización que se aprecia hoy día en el manejo de nuestro idioma?
“Nosotros en lo que podemos influir es en la formación de profesores. Pensamos que es un problema de educación y de competencia del hablante.
Lo que podemos y queremos hacer es influir en la formación del profesor de español porque no es solamente que conozca la lengua, sino que influya en crear hablantes competentes que sepan en qué momento utilizar cada registro, de acuerdo con la situación contextual. Ese es nuestro principal empeño”.
¿Cree que ese fenómeno se manifiesta solo en nuestro país?
“No. Eso se está manifestando en todas partes. Lo que nosotros tenemos una situación privilegiada en tanto que tenemos instituciones de poder que pueden frenar la expansión y crear un hablante más competente.
En otros países, lamentablemente, no existen esas posibilidades de influencia directa en el ciudadano. En Cuba sí tenemos las herramientas para eso”.
¿Se refiere Ud. al Ministerio de Educación?
“Al Ministerio de Educación, al Ministerio de Cultura, al Instituto Cubano de Radio y Televisión, a la prensa. Es decir, tenemos a nuestra disposición todas las herramientas para hacerlo”.
¿Cómo es el vínculo de la Academia con esas instituciones?
“Es interinstitucional. A veces nos vemos, a veces no. A veces no funciona en la medida en que quisiéramos que funcionara”.
¿Cómo es la relación de la Academia Cubana de la Lengua con la Real Academia y con el resto de las Academias latinoamericanas?
“Tenemos excelentes vínculos. Con el resto de las Academias de la Lengua mantenemos vínculos de hermandad. Cada dos años tenemos un Congreso en el que compartimos proyectos, participamos en proyectos comunes. Nos apoyamos mutuamente. Tenemos excelentes relaciones”.
¿Cree Ud. que a causa de la globalización pueda, en un futuro lejano, desaparecer la norma cubana del idioma español?
“No. Para nada. La variedad cubana no desaparece. Podemos adquirir nuevos vocablos que pasan a la lengua normalmente; pero se mantendrá la variedad cubana, pues ella no se da solamente en los términos; sino en la manera de comunicarnos en general.
Esto incluye la manera de estructurar la lengua, la curva de entonación, nuestras frases específicas.
Por ejemplo, ahora vamos a acometer como proyecto panhispánico un diccionario fraseológico. Es decir, de ciertas frases de distintas regiones. Ese va a ser un diccionario riquísimo. Ahí tenemos mucho que aportar nosotros”.
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