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La angustia de las contradicciones


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Juan Nicolás Padrón

Uno de los sorprendentes “agujeros negros” en la bibliografía de la poesía cubana corresponde a Lina de Feria: en 1967 obtuvo el premio del inaugural Concurso David creado para jóvenes con Casa que no existía, compartido con Cabeza de zanahoria de Luis Rogelio Nogueras; el jurado estuvo integrado por Heberto Padilla, Manuel Díaz Martínez y Luis Marré; al año siguiente se publicó y fue el momento en que comenzó el llamado “caso Padilla”. El próximo libro de la autora, quien al ganar el David tenía veintitrés años, apareció en 1990: A mansalva de los años, más de dos décadas después.

La causa es bien conocida: Lina fue incluida en la lista de “parametrados” durante “la mala hora”, “el quinquenio gris”, “el decenio negro”, o el período de malas políticas culturales transcurrido entre finales de los 60, los 70 y hasta en los 80, porque bien se sabe que es fácil cometer errores, pero identificarlos, reconocerlos y enmendarlos resulta difícil y tarda mucho tiempo más.

Casa que no existía ha tenido el raro privilegio de dejar inaugurada una poética que se continuó y enriqueció después. El uso de lo conversacional, que predominó en su promoción y había dominado con su tono coloquial a la generación anterior, amplió en este libro una búsqueda de reelaboración del lenguaje de la conversación, partiendo de meditaciones o soliloquios situados en dimensiones contemplativas distantes de los seguidores de este estilo de moda, adentrándose en temas trascendentes como la soledad y el desamparo del ser humano con su angustia y agonía, el leve erotismo de los sentidos, una poética cognoscitiva de cierta erudición y la insistencia del dolor y la cercanía de la muerte, en una persecución obsesiva de su verdad. Treinta y dos años después de publicado el libro, César López recordaba que el texto recreaba la pérdida de la inocencia y “una proyección de lo femenino oprimido”; además de reparar en reminiscencias de sabor vallejiano de los espacios urbanos habaneros, tal y como lo había hecho Fayad Jamís, entre otros poetas de la generación de los años 50.

A mansalva de los años, libro de libros, o al menos tres en uno, constituyó una abundante recopilación de poemas ya en la plena madurez expresiva, sin que Lina tuviera la oportunidad de un tránsito, como hubiera sido lo “normal”; en este cuaderno de textos acumulados y sin publicar durante más de dos décadas, en una etapa de creciente fertilidad creativa, se libró secretamente una batalla en su desarrollo como creadora, formulada en lo conflictivo y en sus desencuentros; una expresión poética que apuraba la cristalización de su definitivo estilo apoyado en paradojas y contradicciones. La poeta tuvo que labrar en silencio, sin la confrontación de lo público, su conflicto con la historia y bajo su natural humanismo asumió una conciencia estética fecundada en temas interiores. En unos versos dedicados a Lina después de la lectura de A mansalva…, Cintio Vitier destacó su mezcla de “ironía y misericordia”, “la mente y la pescadería” unidas en un mismo ámbito, “un espejo que no refleja”, conceptos que se superponen o contraponen ante la realidad de lo inédito. Por su cercanía a la inevitable, “dice la muerte que ella quiere ser / tu única lectora verdadera”, y por su proximidad al dolor la imagina “tocando el caramillo de sufrir”.

Los equívocos entre la realidad y la ficción encontraron en Lina un espacio mítico o apocalíptico en que la belleza se combinó con el horror, y la identidad se iría construyendo con una suma de destierros contrapuestos en que la vigilia también sueña. Su poesía guiaba un laberinto enigmático de caminos abiertos que se entrecruzaban en su cotidianidad, mezclados de idealidades y en un viaje reflexivo y apasionado, con un punto de observación abierto hacia la multiplicación de conceptos contradictorios. El juego literario participó a veces como para iluminar, pero lo que sí ha sido una constante es la apropiación de un discurso poético que nunca abandonó el análisis dualista: atrás y adelante, pasado y futuro, las pérdidas y lo ganado, fantasmas y ensoñaciones, maldiciones y sueños, lo obtenido como provecho y lo inútil. Esta visión, que también tiene la capacidad de auto-renovarse, orientada hacia la búsqueda de su verdad mediante el contraste de lo paradójico, despliega un abanico de incertidumbres a la llegada de lo nuevo, una proyección que a veces provoca la autodestrucción indetenible con el avance del tiempo.

Los contextos se infiltran en los textos y se difuminan en el espacio poético. Lo individual y lo social se confunden en un mundo en que realizaciones y cuestionamientos participan del inestable equilibrio. La penetración de la intimidad en la exposición pública mantiene una reiterada visitación, y a veces establece un eje transversal en que converge su discurso. El eterno drama de la muerte se asoma en casi todos sus libros, la angustia existencial domina no pocas veces la orientación de cualquier derrotero por donde se encamina su poética, una nutrición vallejiana que extrañamente sobrevive en el trópico. El manejo de la memoria conduce la visibilidad de un dolor transformado en agonía desesperada. La reflexión intercambia con sus visiones surreales, como para recordarnos que lo irracional es inseparable de lo racional, y viceversa. Unas veces, la lógica emerge, otras, la locura irrumpe, desordenando todo y proponiendo un caos que poco a poco comienza a ordenarse.

La cotidianidad más simple se asocia a propuestas trascendentes que recuerdan la imagen de la serpiente emplumada, legada por las culturas de los pueblos originarios de México: andar bien pegados al suelo y volar al cielo. Este contraste entre la vida exterior y su complejo mundo interior, se mueve como cámara cinematográfica, capaz de filmar adentro. Su obra es un puente entre la roca y las nubes, entre el paisaje cenagoso por el cual transita y el jardín interior de su sensibilidad culta, debatida entre las penas y un mundo de maravillas. La guerra y la paz se acompañan en un accionar de violento sosiego; la belleza no está separada de lo horroroso y se va purificando ante tanta impureza. Después de cada espanto se refuerzan sus audacias y a cada golpe hay una sanación. Demonios y dioses discuten y quedan tablas. La luz ilumina la oscuridad, y las tinieblas se esfuerzan para apagar la claridad. La lucha por la vida se decide entre el desencanto y la esperanza, y un poco de lo uno y de lo otro conforman su poética.

En plena crisis llamada eufemísticamente “Período Especial”, en 1995, la Editorial Sed de Belleza de Santa Clara publicó en una precaria plaquette, El ojo milenario ?retomado en 2000 por Ediciones L’Hartmattan, de París, en edición bilingüe. En una época en que en Sed de Belleza trabajaban René Coyra, Julio Mitjans ?desde entonces confeso fan de Lina?, Berta Caluff y Noel Castillo, aquel humilde cuaderno proponía una notable contribución a la cultura literaria cubana en medio del páramo editorial; con ilustración de cubierta de Zaida del Río y prólogo de Beatriz Maggi, la doctora comentaba: “La espiritualización y desmaterialización son totales: las esquinas no tienen lados; la memoria recuerda siglos; la patria está ahí, pero no es obvia; la vida no es un fuego que se apagó. La emoción está pensada, el pensamiento no aparenta serlo”. De esta manera, la poética de Lina, considerada por los críticos como intelectiva, resultó al final un gran compendio emocional enmascarado en lo cerebral, como parte de su continuada estrategia comunicativa para argumentar lo uno y su contrario, bajo la intensa experiencia razonada y espiritualizada a la vez, en medio de aquellos tormentosos años.

En Los rituales del inocente, que la colección La Rueda Dentada de Ediciones Unión publicó en 1996, siguió utilizando su sólida cultura para sintetizar emociones, con impresionante capacidad, como ha expresado Luis Marré, para revelar “las turbulencias de la vida, el sol de la infancia, la memoria de lo mejor”, pues la desnudez y la transparencia de la sinceridad dejan un sabor de dramatismo amargo, y denotan un estilo coherente con su escritura en distanciamiento y acercamiento a las cosas odiadas y queridas. El ritual desata la visibilidad manifiesta o el soterramiento consciente, para que el lector participe de emociones y pensamientos en versos iluminados y oscuros, rescatados de la memoria callada o fruto de un evidente quehacer, en que miedos y seguridades forman parte de su poética de esencias. A la llegada del delfín, de 1999, penetra en la condición humana, con el propósito de indagar en la ética como requisito para la amistad. El libro de los equívocos ?ganador del Premio Raúl Hernández Novás en 1999 y publicado por la Colección Vagabundo del Alba de Ediciones Unión, en 2001? vuelve sobre el tormento de la evocación, al amparo de una frase escuchada a Eliseo Diego, quien le había asegurado a la autora que su casa se estaba llenando de los fantasmas de la memoria.

Lina de Feria llega al nuevo milenio con la publicación de El rostro equidistante, por la Editorial Oriente, Santiago de Cuba, en 2001. El texto se plantea como un regreso a la inexistente casa imaginada de su juventud, aquella de la tienda de antigüedades en que se habló de buscar “…una rara decoración / para una casa que no existía”. La solidaridad, o mejor, la hermandad, se presenta aquí con alabanza, en su revelación de plena sencillez para la construcción de la confianza, fundada en afinidades que se comparten con una espiritualidad selectiva. El desarrollo de la intimidad consolida esa confianza y aniquila las máscaras; es la manera de encontrarse verdaderamente con sus allegados en tiempos de incertidumbres y desplomes, de desengaños y traiciones. La resistencia victoriosa acompaña a este libro, clave de la sobrevivencia, un texto que precedió a uno de los mejores libros de la poeta: País sin abedules, publicado en su Colección Contemporáneos por Ediciones Unión, en 2003.

Caridad Atencio, refiriéndose a País sin abedules, señala un recurso ya establecido en su poética: “enumeraciones caóticas” y “fluir desgarrado”; versos en que “se pierden de momento las ilaciones sintácticas” y  “asociaciones con salto en el vacío”, como formas para enlazar las metáforas. Pero nada es gratuito, contrario a lo visto en no pocos libros recientes en que este procedimiento no conduce a ningún lugar; se trata de un tributo al dolor con “oscura lucidez”. Aquí no hay mucha paz y sí fuerte rigor conceptual; los versos exigen no solo ir más allá de una declamación, por muy espectacular que pueda ser, sino más de una lectura en silencio. En sus mensajes se destaca la intensa transgresión de algo que no sabemos precisar qué es, un grito de desesperación en la intemperie que reclama protección y auxilio. Efraín Rodríguez Santana, en el prólogo a esta edición, reconoce a la poeta como fundadora del resguardo porque necesita de su amuleto para expresar verdades incómodas. También hace notar la aparente “caricia fantástica” que encubre sus reales meditaciones. Lina reafirma que hay un renacer detrás de cada caída y que se le puede dar una nueva significación a cada novedad; es su manera eficaz mantenida para lograr un simbolismo trascendente.

Después de publicar Omisión de la noche, 2003, y Absolución del amor, 2005, la Editorial Letras Cubanas en su Colección Poesía preparó un importante corte que resume su obra, y dio a conocer en 2007 Antología boreal, con un breve e intenso prólogo de Enrique Saínz, quien también repara en los contrastes de su poética al advertir “una singular coherencia en el caos”, en que “la intimidad y la intemperie se entrecruzan”; además, señala la aparente contradicción en que tocando una “dimensión real”, “en otros momentos se torna inasible”. Esta extraña “coherencia íntima” y lucidez expresada en “una solidez conceptual”, posiblemente sea lo que mejor ha distinguido esta obra poética, junto a la violencia o ímpetu relacionado con el dolor. Otros textos vinieron después, tanto publicados en la capital o en otras ciudades cubanas: La rebelión de los indemnes, 2008; De los fuegos concéntricos, 2009; Ante la pérdida del safari a la jungla, 2009; Caminando en el ocre, 2011; Los poemas del alquimia, 2013…; algunos han sido dados a conocer en el extranjero, como El libro de los espejismos, 2010, aparecido en Bogotá, Colombia; otros se han dirigido a los niños, como Y digo pájara pinta, 2009, y Musiquito, 2012. El agujero negro ha desaparecido porque ya su obra es una constelación de otro universo.  

                                                                                              


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