La BBC: Disparates en ráfaga


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Hace poco, este humilde emborronacuartillas se estaba acordando de su difunta abuelita.

Esa muy sabia señora, comenzaba a rezongar cuando en su entorno algún zocotroco se ponía a proferir desatinos, insensateces, desaciertos, inexactitudes, necedades. En fin, burradas.

Al final, con la bien reconocida irritabilidad de todos mis ascendientes —varones o hembras—, se le encimaba al mostrenco sujeto y le soltaba, como un disparo a boca de jarro: “¡Qué atrevida es la ignorancia!”.    

Y enseguida me explico. Sí, explico por qué vino a mi memoria la frase contundente de la antecesora.

Frecuentemente tropiezo, en la red, con materiales de BBC Mundo que me proveen de placer y provecho. Suelen entregar copiosísima información y buen desempeño —según sus reglas del juego— en el oficio.

Infortunadamente, no sucedió así con el artículo “Cuba: la poco recordada historia de los 11 meses en que La Habana fue británica” (19 de agosto de 2018, sin firma).

Da la impresión de que el redactor coleccionó disparates, para finalmente volcarlos en el teclado.

Carezco de tiempo y de paciencia para efectuar el inventario total de los dislates ahí contenidos. Me basta con seleccionar una muestra de escogidas “joyitas”:

OBSERVACIÓN PRIMERA

El autor la emprende con Pepe Antonio Bullones, un símbolo primigenio de la rebeldía entre los aquí nacidos. (Personaje estrictamente real, no como el legendario inglés Robin Hood).

No sabe de la misa ni la media, según suele decirse. Afirma que Pepe Antonio era “un negro liberto”. Imagínense ustedes. En la super-recontra-archi-racista sociedad de la época, que alguien de tan menesteroso origen fuese regidor alcalde mayor de Guanabacoa, esa villa aledaña a la capital.

El héroe homérico causó cientos de muertos y de prisioneros a los invasores. Él inventó la carga al machete. Dice el articulista que propinando “planazos”. Habría que matricular al colega, aquí, en un cursillo de verano, para instruirlo en cuanto a la diferencia que existe entre un “planazo” y un “machetazo”.

OBSERVACIÓN SEGUNDA

El articulista recoge una declaración según la cual “no es hasta inicios de 1762 cuando los ingleses se aprestaron a atacar Cuba".

Garrafal inexactitud.

En 1741, durante la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins, bajo el mando del almirante Edward Vernon arribó a la bahía de Guantánamo una expedición que contaba con 9 navíos de guerra, otras tantas fragatas, 40 naves de transporte y tres mil 400 efectivos, incluido un regimiento capitaneado por Lawrence Washington, medio hermano de George. Pretendían tomar, por tierra, a Santiago, segunda ciudad de la Isla.

Los británicos permanecieron aquí durante cuatro meses, y hasta llegaron a fundar un poblado, Cumberland.

Todo culminó con un desastre para los invasores. El hostigamiento de las milicias criollas y el abrasador clima del suroriente cubano —impropio para británicos— acabaron con ellos. Murió más de la mitad de los “casaquirrojos”.

En conclusión: es un escandaloso dislate afirmar que en 1762 se produjo el  primer enfrentamiento a gran escala, en Cuba, entre España y Gran Bretaña.

OBSERVACIÓN TERCERA

La anécdota sobre el monarca español que desde la Península pretende ver con un anteojo una fortaleza en Cuba, no sucedió con Felipe II y el Castillo de los Tres Reyes del Morro, sino con Carlos III y el Fuerte San Carlos de la Cabaña.

OBSERVACIÓN CUARTA

El autor del artículo, tan solo de paso, identifica como fuentes de información para la toma de la plaza habanera, a ciertos mapas que vinieron de algún comerciante español.

A los que nuestros tatara-tatarabuelos llamaban “la pérfida Albión”, todo les sobraba para el ataque. En primer lugar, información.

Durante un breve período pacífico entre españoles e ingleses, pocos años antes del desembarco de 1762, pasó por aquí el almirante inglés Charles Knowles, entonces gobernador de Jamaica, en viaje hacia las Islas Británicas. Fue, al parecer, una inocente escala, de algunos días.

Era Knowles no solo veterano de varias guerras, sino también un privilegiado cerebro de espía.

Las autoridades españolas —siempre brillantísimas— le permitieron moverse libremente por la ciudad y sus alrededores. Examinó las fortificaciones y los mares circundantes, a los cuales hasta les midió la profundidad. En los momentos que le dejaba libre su fisgoneo, acudía a las invitaciones del gobernador colonial, quien lo trataba con amabilidad extrema.

En Gran Bretaña elaboró un concienzudo informe. Allí, entre otras cosas, aconsejaba el desembarco por Cojímar y la toma de las entonces desguarnecidas alturas de La Cabaña, para hostigar a El Morro.

Qué casualidad: lo mismísimo que después hicieron los invasores. Pero, para nuestro muy informado articulista, lo que conocían las tropas de George III eran tres o cuatro miserables mapas.

OBSERVACIÓN QUINTA

Juan de Prado Malleza Portocarrero y Luna, Marqués del Real Transporte, tenía un nombre tan altisonante como escandalosas fueron su inepcia y su pusilanimidad.

Cuando lo nombraron para ejercer el mando en la Isla, le dio largas al asunto durante nueve meses, pues bien sabía que pronto aquí, en el ambiente circundante, iba a haber más bombas de artillería que aire.

Cuando no le quedó más remedio, vino a Cuba. A pesar de su pomposo grado militar como mariscal de campo, desatendió la preparación de la plaza para la defensa. Y no dio oídos a las informaciones que, sobre los preparativos británicos para el                                                                                        ataque, le llegaban lo mismo desde la inteligencia de la Corte                                 que proporcionadas por muy bien enterados contrabandistas.

De regreso a la Península, fue sometido a un tribunal militar, que lo condenó a muerte. La pena máxima fue conmutada, pero Prado estuvo hasta el último día de su vida —en 1770— hundido en el fondo de una celda.

El periodista concede al gobernador de Cuba una mirada benigna, por decir lo menos.

Pasa su mano compasiva sobre la cabezota de Prado, tan incapaz como cobarde.

EN CONCLUSIÓN

Nihil novum sub sole, o sea, “No hay nada nuevo bajo el sol”, nos dice El Eclesiatés.

Desde los días coloniales se da el caso de quien se pasa tres días en La Habana y después escribe —hasta libros— sobre una sociedad de la cual desconoce lo mismo su historia que el llamado “color local”.

Infortunadamente, no son una especie extinta, como acabo de probar, según creo, mientras comentaba las más de mil 600 palabras de este artículo, buena porción de ellas descaminadas.

Ayer y hoy, ha existido la mirada despectiva del colonialista que  se dice: “¿Para qué voy a calentarme las entendederas estudiando con rigor a esta gentuza, si solo son infrapersonas?”.


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