Sería muy bueno que en estos tiempos en los que la máxima dirección del país ha exhortado a terminar de una vez con las trabas burocráticas que tanto daño hacen al desarrollo económico de la isla, se multiplicara la proyección del filme La muerte de un burócrata (1966), del cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea, que a 55 años de su estreno goza de muy buena salud y vigencia.
Titón (1928-1996), era un visionario, eso se ha reiterado, y su aguda mirada está presente en cada uno de sus filmes y en este precisamente se hace muy evidente su interpretación perspicaz de un fenómeno extendido y dañino.
Gutiérrez Alea, en colaboración con Alfredo del Cueto y Ramón F. Suárez, escribió el guion, de esta película que tuvo en la dirección de fotografía a Ramón F. Suárez, en la edición a Mario González, en el sonido a Eugenio Vesa, y cuya música original es del maestro Leo Brouwer.
El extraordinario actor Salvador Wood defendió con pasión su personaje protagónico, el sobrino del occiso; en el reparto figuran además la divina Silvia Planas, Gaspar de Santelices, Alicia Bustamante, Carlos Ruíz de la Tejera, y Carlos Moctezuma, entre otros actores.
La muerte de un burócrata es una comedia de absurdos en la que se aprecia la marca de Luis Buñuel y de filmes de Buster Keaton; con un humor fino y negro, sátira, e hipérboles, hace reír a la vez que nos mueve a reconocer escenas como si fueran de nuestras vidas, porque el mal está tan extendido que es difícil que algún espectador no se reconozca por un momento, tanto es así que el propio Titón en una entrevista que concediera a Gary Crowdus, de la revista Cineaste, en Nueva York en 1979 reveló:
«Decidí hacer la película a partir de una experiencia personal. Puede sucederle a cualquiera. Me vi de pronto atrapado en los laberintos de la burocracia a partir de unos problemas muy simples y elementales que quise resolver. Perdí mucho tiempo en eso y decidí hacer justicia por mis propias manos», y más adelante declaró que « el efecto positivo del filme está en que brinda apoyo moral a las víctimas del burocratismo».
Pero el burocratismo no es solo cubano, sabemos las grandes raíces que tiene en países europeos como Italia y España, por citar dos ejemplos, lo cual ha hecho que a lo largo de los años varios críticos y publicaciones reconozcan los valores de la cinta, como lo demuestran reseñas laudatorias como las de The New York Times, diario L’Unità de Roma, Financial Times de Londres, After Dark de Nueva York, y The New York Post.
La originalidad es uno de los sellos de esta película; los créditos presentados en cuartillas de una máquina de escribir; la maquinaria sacada de Tiempos modernos de Chaplin que fabrica bustos de Martí; el tratamiento a un tema que no había sido visto en hondura por el cine y hasta la batalla, no de pasteles, sino de flores que se arma en el cementerio, también a causa de la burocracia, muy reiterada en el cine silente pero inédita en la filmografía nacional.
Se calza el discurso narrativo, caracterizado por una mirada crítica desde la izquierda no solo hacia el burocratismo sino también hacia otras contradicciones del proceso revolucionario, con carteles, como el que se aprecia en la oficina del Cementerio de Colón, que reza: muerte a la burocracia con un puño aplastando la protagonista palabra.
Al final los nervios del protagonista no resisten los tantos embates de la burocracia y las acusaciones de «usurpación de funciones, violación de tumbas, robo de carne, vampirismo y necrofilia», por lo que en un ataque de locura mata al director del cementerio y se lo llevan con una camisa de fuerza.
La muerte de un burócrata conquistó en el año de su producción el Premio Especial del Jurado en el XV Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary, en Checoslovaquia; si concursara hoy también sería laureada porque fatalmente se mantiene vivo el motivo de su mordaz crítica y sus víctimas seguimos necesitando apoyo moral.
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