La caja de Pandora de la sociedad cubana de hoy


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El 22 de agosto inició sus transmisiones la telenovela Los hijos de Pandora. A punto de culminar su presencia en nuestras noches parece ya posible ir sumando voces para un balance que debería ser coral.

Su tema, historias, asuntos se inscriben en una parcela que apenas hace unos pocos años ha comenzado a visibilizarse entre nosotros: me refiero a las masculinidades, su historia y sus variaciones en el tiempo.

En el caso que nos ocupa el núcleo de la trama lo sostienen los hombres de la familia Paredes, en especial los cuatro hermanos de edades próximas que componen Raidel, Augusto, Saúl y Reynaldo. A partir de ellos, sus relaciones entre sí y con los familiares ascendentes —el padre Máximo y la abuela materna Petra, en un primer plano— y, luego, de las relaciones que cada uno de ellos ha ido creando en sus propias vidas se irán desarrollando las tramas y subtemas que nos han mantenido dialogando con la novela durante estos meses.

Agradezco el trazado inteligente, original y honesto de sus personajes, encabezados por el muy singular Raidel, a cargo de Rodrigo Gil, y la colocación de las relaciones filiales en el centro de la trama, con una asunción desprejuiciada y contemporánea de las mismas.

Los productos artísticos no tienen la didáctica entre sus principales funciones, pero sin dudas colaboran en promover y validar valores y modelos de conductas, sobre todo cuando sus personajes logran la empatía con sus audiencias. 

Esta entrega insiste en presentarnos vínculos de responsabilidad, amor y respeto entre padres e hijos sin escamotear la humana conflictividad que ellos contienen. Los adultos, no siempre ejemplares ni infalibles, terminan, no obstante, por colocar —sin ambages— en primer lugar, su responsabilidad hacia los menores a los que tratan con el debido respeto, pero sin perder los límites que una relación semejante supone. También nos muestra individuos “en el buen sentido de la palabra buenos”, al decir del poeta, lo cual no resulta poco inspirador para realizadores y audiencias, a la par que no deja de proporcionar material dramático con el cual mantener el interés y la atención de los públicos.

Las subtramas concebidas respetan la coherencia de sus propósitos y avanzan con la audacia necesaria, sin concesiones a la mojigatería ni el oído presto a la torpe complacencia, como nos lo muestran los casos de Irene, su novio y la familia de este, el de Saúl y su amiga Letty, el de Adis y Alberto, y el de Augusto y Carmen con respecto a la relación de Augusto con su joven colega por solo citar algunos ejemplos. 

Es esta una obra coral por su estructura dramática. Quiere esto decir que, aunque sea posible establecer un personaje protagónico, el conjunto actoral tiene una enorme responsabilidad en su éxito. En un inicio no concordé con el casting y todavía no me reconcilio con su totalidad, pero no dejo fuera de la ecuación el hecho de que, aún la TV, confronta en la actualidad dificultades para encontrar los recursos humanos adecuados. A estas alturas creo posible afirmar que el elenco ha cumplido cabalmente su tarea, lo que, en primer lugar, habla a favor de los menos experimentados. Y, con respecto a los niños que lo integran, es sentir popular que no han dejado de sorprendernos en cada entrega, lo cual se vincula no solo con sus interpretaciones sino, en primer lugar, con el diseño de sus personajes desde el guion dramático.

De este elenco me gustaría resaltar la labor de Roque Moreno en el personaje de Heriberto, un hermoso carácter a cuya discreta belleza tributa, sin dudas, la sensibilidad y mesura del intérprete a cargo para recordarnos que en el universo dramático no existen personajes menores.

Como va siendo común en este tipo de producciones las canciones ocupan una zona de privilegio en la banda sonora. Los temas musicales se destacan por su calidad, pertinencia y el adecuado tratamiento en su inserción dentro del discurso audiovisual general.

Los hijos de Pandora se comenzó a grabar apenas el pasado año, momento en que aún estaban presentes con similar crudeza las restricciones que tan severamente han afectado nuestras vidas en este último trienio. La entereza y la decisión de su colectivo, respaldados por la correspondiente entidad productora, hizo posible que en tan breve tiempo llegara a las pantallas de nuestros receptores.

El proceso de trabajo tiene que haber estado afectado por inimaginables carencias, la mayor parte de las cuales no ha resultado evidente para sus espectadores. Quizás estas difíciles condiciones de producción sean las responsables de que algunos sets no hayan sido los adecuados, como la habitación matrimonial de Augusto y Carmen, la sala de la casa de Augusto donde tiene lugar el enjuiciamiento que este le hace a su padre, Máximo; o el espacio en la casa de Petra donde la familia Paredes se reunió para revelar las circunstancias de la muerte de Margarita. Posiblemente por razones semejantes en algunos momentos la fotografía no ha sido hecha desde los ángulos más favorables, como una de las últimas escenas de sexo entre Yamila y Raidel, la que tuvo lugar momentos antes de que Amaya llamara a la puerta de la habitación.

Percibo entre mis semejantes que la novela es seguida con interés por la calidad de varios de sus intérpretes y por la resonancia que sus asuntos e historias obtienen en la particular caja de Pandora de la actual sociedad cubana y me regocija que así sea. Todo esfuerzo —y el de producir un dramatizado seriado es considerable— será poco en el arduo empeño de obtener un ciudadano y un conglomerado social de valores cada vez más altos. 


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