La Catedral de los Campos de Cuba: Monumento Nacional (Parte I)


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De excepcional podría considerarse la Iglesia Parroquial de Santa María del Rosario debido a sus diversos y extraordinarios valores, lo que le propició que también se le calificara como la Catedral de los Campos de Cuba, así “bautizada” por el Obispo de Espada, Don Juan José Díaz de Espada el 12 de febrero de 1812. En realidad es una de las iglesias rulares más amplias y mejor decoradas del país.

Está enclavada en el casco histórico del pueblo del cual toma su nombre, Santa María del Rosario, una de las pocas Ciudades Condales de Cuba. A este poblado también se le conoce como “Ciudad Diminuta”, sobrenombre que le diera José María Chacón y Calvo, erudito cubano, Doctor en Derecho y en Filosofía y Letras.

Según se recoge en la historia del Municipio, en las Actas Capitulares del Ayuntamiento de la Habana consta que en sesión del 23 de febrero de 1731 el Conde D. José Bayona y Chacón solicita autorización para fundar la Ciudad que llevará por nombre Santa María del Rosario Durante esta sesión del Cabildo el Conde José Bayona y Chacón refiere que ha escrito al Rey una carta con la solicitud y capitulaciones en las que argumenta sus fines con esta ciudad de Santa María del Rosario y que tiene fecha 3 de mayo de 1728. Estos elementos permiten entender que el proceso de fundación estuvo sometido a trámites que lo entorpecieron y dilataron hasta que el 4 de abril de 1732 por Real Orden, el Rey Felipe V concede la licencia para la creación de esta ciudad.

Fue definitivamente fundada en 1733 durante el Cabildo de la ciudad que sesionó por primera vez entre el 21 y el  25 de enero de ese año.

De este pueblo impresiona todo: sus calles, su gente, su iglesia y, como es tradicional en los capos cubanos el parque frente a ella, este con una araucaria y su historia de amor, como de novela; también sus casas, su balneario y su naturaleza deleitan el ambiente rosarino. Aquí se siente como si el tiempo se detuviera ante uno, para ofrecerle una tranquilidad en su arquitectura que pareciera hacer tangible el pasado.

Y, embebida en todo ese ambiente surge, no obstante su modestia externa, la iglesia parroquial, la cual mantiene su aura colonial. Construida de cantera y teja, no viste grandes adornos, una puerta al centro de la edificación y una torre a su izquierda que la sobrepasa en altura.

No obstante, el inmueble ejerce un dominio sobre el paisaje urbano que le rodea, se dice que es uno de los ejemplos más interesantes de barroco criollo en la isla.

Al visitarla la iglesia se presenta como alguien muy querido y es entonces cuando ella va descubriendo las anécdotas que le rodean, y sus realidades excepcionales a veces narradas por historiadores y museólogos, o por la propia personalidad de sus paredes y objetos que atesora con celo.

Es como un descubrimiento inédito para los indoctos citadinos que se encuentran en el centro de la Capital a tan solo 14 km, y que asombrados se preguntan cómo era posible desconocer esta belleza histórica para alegrarse de haber tenido la suerte de pisar sus baldosas y entrar en conocimientos de lo que en parte formó la nación. En una ocasión, una abuela admirada por lo que estaba viendo por primera vez exclamó esta frase que le salió del alma: “!pero esto está bellísimo!”.

Sus originales y extraordinarios valores hizo que ya desde 1946 fuese declarada Monumento Nacional, lo que fue ratificado el 27 de enero de 1990 por la Comisión Nacional de Monumentos.

Para la fundación de la ciudad la iglesia era de madera, la que fue sustituida posteriormente por la actual cuya construcción comenzó en 1760, y se terminaría en 1766.

Resulta difícil darle un orden de prioridades a los méritos de este Templo, ya que todos alcanzan una trascendencia singular.

Junto a su oficio religioso y la atención a sus feligreses deben destacarse sus cualidades patrimoniales. Además de su carácter eclesiástico, también resaltan lo patriótico, lo estético, lo artístico, lo histórico y lo económico, entre otros.

La señalada sobriedad de la arquitectura exterior, contrasta con su interior dominado por el estilo barroco, con pinceladas de rococó y con el estallido de oros, azules, flores, aureolas y arabescos del altar. 

Se destacan además ocho retablos de excepcional hermosura, en especial su altar mayor–una de la maravillas de la talla colonial criolla- el cual luce sus columnas salomónicas recubiertas de oro, sus hojas de acanto entretejidas y sus guirnaldas barrocas. Aquí es donde se destaca particularmente el amarillo de las láminas del precioso metal que se complementa con el cian del resto de sus elementos, entrelazando divinidad, pureza y almas.

Verdadero monumento del arte colonial, este altar mayor, considerado como único en Cuba, es de proporciones gigantescas: 10 metros de ancho por 15 de alto, enclavado en un hermoso presbiterio.

Con 55 metros de largo por 25 metros de ancho, la nave crucero atesora once altares, nueve de los cuales son de estilo chirruguiresco, labrados en cedro imitando mármol y con dorados de oro de 22 quilates.

Bajo la comba del púlpito de madera labrada, una paloma de porcelana, imagen del Espíritu Santo, cuelga de un hilo.

Posee pinturas del Taller de Murillo (s. XVIII) y en los paños laterales bajos y los tres altos, así como las pechinas del crucero, pueden admirarse pinturas de santos atribuidas al pintor Nicolás de la Escalera (s. XVIII), y que se consideran  imprescindibles en la historia de la pintura cubana; una de ellas tiene el singular mérito de presentar, por primera vez dentro de una iglesia, la figura de un negro esclavo, en este caso junto a la familia Bayona.

De La Escalera fue un pintor cubano que se destacó en los géneros del arte religioso y el retrato profano. Es considerado por muchos la figura más representativa de la pintura barroca en Cuba.

Según se conoce, el mencionado esclavo fue aquel que transportando baldes con agua sulfurosa o carbonatada de un manantial cercano, y que curó de sus afecciones al mismísimo Conde.

Alzando nuevamente la vista hacia los techos también se puede contemplar extasiado las maderas preciosas entrelazadas que desbordan la ya estimulada imaginación del visitante.

Sus cuadros y figuras de diversos Santos, los muebles de época y maderas finas atrapan la vista y la mente de tal forma que atropellan el intento de integrar y guardar en la memoria tanta información y emoción.

La Iglesia Parroquial de Santa María del Rosario tiene el mérito histórico de haber cobijado bajo la materialidad de su inmueble y la intangibilidad de su espíritu la presencia de numerosas figuras ilustres; personalidades patrióticas, artísticas, de la política y de la realeza, entre otros y cuyas menciones se realizarán en la segunda parte de este artículo.

Esta iglesia bien puede ser considerada una de las maravillas de La Habana y por qué no, de Cuba. Divulgarla es mostrar el patrimonio para orgullo de todas las cubanas y cubanos. ¡Aproveche su vida. No se la pierda!


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