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La cultura africana en Cuba desde su interior


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La contemporaneidad hace incesantes reclamos. Constituye una alerta para quienes viven intensamente sus retos. El ejercicio artístico y científico medievalista, encerrado en las burbujas o las urnas de cristal para predecir el futuro mejorando el presente, ha quedado en la memoria sin su posible restablecimiento actual. Los movimientos del mundo reinante imposibilitan los aislamientos intelectuales. La propia sociabilidad muestra sus requerimientos para el enfrentamiento inteligente de los graves problemas de la convivencia en el planeta o en un país determinado.

El racismo o la discriminación racial como conducta individual o colectiva es tan antigua como la conformación de las sociedades clasistas. Aunque para algunos no está “de moda” la utilización de semejante concepto, resulta innegable su existencia, así como sus culturas y derivaciones ideológicas. El prejuicio racista es, sin lugar a dudas, uno de sus más relevantes flagelos.

Para comprenderlo hay que recurrir a la historia como ciencia crítica del pasado, con su conocimiento abarcador y polisémico. Desde ella se pueden alcanzar otros universos inherentes a las ciencias sociales cuyas identidades carecen de cuestionamientos en tanto posibilitan la comprensión de la espiritualidad. Sin esta no hay ideología sustentable en el futuro porque carece de veracidad.

Progresivamente las deudas con el conocimiento sobre la historia van quedando atrás. Lo interesante del asunto es que, en general, se expresa en sentido progresivo, tal y como debe ser si de ética se trata. El reto no puede expresarse en términos solamente de criticar “los errores” o “las ausencias”, sino del necesario develamiento de nuevas realidades capaces de contribuir al fortalecimiento de la historia como formadora de valores en su función de fragua de conocimientos portadores de visiones justas y convincentes sobre el pasado y el presente. Se ama y defiende lo que se conoce y comprende en su justa medida.

A la altura del vigente movimiento historiográfico, los estudios africanistas ocupan un lugar preferente. La complejidad de la sociedad cubana actual así lo exige. Sin embargo, aún el camino sigue siendo largo y difícil debido a insuficiencias en la formación docente, la dispersión de las fuentes documentales y bibliográficas, y el escaso vínculo académico con el exterior. A lo que debe agregarse la asistematicidad del debate científico multidisciplinario.

La sustentación de cualquier empresa investigativa sobre el africanismo cubano está en la esclavitud y en el devenir del capitalismo. Siempre hay que visualizar la sociedad generadora de su cultura o de lo contrario resultan incomprensibles sus aportes a la identidad nacional. Semejante observación puede parecer elemental o recurrente si no se asume su trasfondo. Cuando se desconoce o soslaya el sustrato formacional de la cultura se corre el riesgo de asumirla solamente en su expresión banal y recreativa. Cuestiones, lamentablemente, visibles en no pocos sectores del país debido a numerosas causas dignas de continuas reflexiones y debates colectivos. Pero el llamado sobre este particular no constituye el objeto de la presente exposición.

Aunque históricamente los estudios sobre la esclavitud siempre han gozado de la preferencia de numerosos especialistas en las diferentes ramas de las ciencias sociales, las complejidades —entre ellas las crisis económicas y culturales— de la contemporaneidad facilitan su incremento en los predios científicos y docentes. El fenómeno se identifica plenamente con el recrudecimiento de las fobias clasistas, sexuales, de género y raciales.

Dicho régimen social constituye un apasionante objeto investigativo, no solo por su lamentable presencia en el tiempo histórico y en algunas áreas geográficas de la actualidad, sino también por sus incidencias en la aún poco estudiada historia cultural. Las condenables conductas excluyentes, la supervivencia de mentalidades, imaginarios, hábitos y costumbres, y la multiplicidad de legados teóricos filosóficos, literarios y artísticos obligan a retornar hacia la develación de semejante universo. Sus complejos y contradictorios laberintos, generadores de enigmas, asombros y perplejidades, presentan continuos retos al discernimiento.

Las investigaciones historiográficas, mayoritariamente publicadas y con múltiples reconocimientos, desde los tiempos de la república burguesa neocolonial hasta los inicios de la década del noventa del pasado siglo, centraron su atención, en general, en la naturaleza económica plantacionista, entiéndase el tráfico negrero, la explotación de la fuerza de trabajo, la industria azucarera y demás sectores productivos. Sus autores son referentes obligatorios de las empresas epistemológicas actuales: Julio Le Riverend, Manuel Moreno Fraginals, Raúl Cepero Bonilla, Ramiro Guerra Sánchez, Eduardo Torres Cuevas, Jorge Ibarra Cuesta, Edelberto Leyva, María del Carmen Barcia, Gloria García, Arturo Sorhegui y Olga Portuondo, entre otros. Lo concerniente a los movimientos políticos sociales de la población negra, esclava y libre, con un marcado énfasis en sus valores emancipatorios, tienen sus exponentes en Juan Pérez de la Riva, Pedro Deschamps y José Luciano Franco.

La presencia de la obra del gran sabio Fernando Ortiz, cuya trascendencia en la historia cultural cubana aún requiere de nuevas disquisiciones y reconocimientos, así como la de Lydia Cabrera, se hacen tangibles en cuanto empeño científico se realice a favor de la emancipación social. Recuérdese que ambos destruyeron mitos y falsas sacralizaciones durante los tiempos del reinado político gubernamental de los sectarismos religiosos y racistas, y que sus fundamentos humanistas conforman un legado imperecedero.

Como parte del desarrollo progresivo de la historia social, comienza el movimiento historiográfico a expresarse, de forma acelerada, sobre los problemas cardinales de la sociedad esclavista desde su interior espiritual. Por supuesto, no hay desdeños sobre los logros científicos precedentes, por el contrario, se fortalecieron a través de nuevas amplificaciones inteligibles.

Las mencionadas Gloria García y María del Carmen Barcia irrumpieron en la historiografía social sobre la esclavitud mediante nuevas miradas. La primera ofertando las visiones de los esclavos sobre su sistema de vida, y las múltiples formas de andar mejorándola y transformándola mediante la violencia, la protesta pacífica y los reclamos jurídicos. La segunda, construyendo los transitares domésticos, las relaciones familiares y la sociabilidad interna.

Paralelamente, aparecieron nuevas iluminarias capaces de compartir los mismos intereses investigativos creando similares expectativas para el devenir del conocimiento histórico. La visión humanista sobre el pasado se fortaleció en la misma medida en que los hacedores de la sociedad fueron ubicados en su justo lugar y contexto. El conocimiento de la realidad incluye a todos los protagonistas de las distintas épocas y no solo al deslumbrante líder de sus grandes epopeyas. Hacia la realización de ese reto se dirigen todos los esfuerzos posibles.

Exponentes de lo anteriormente expresado son Elda Cento Gómez, Oilda Hevia Lenier, Ovidio Díaz Benítez, Yolanda Díaz Martínez, Manuel Barcia Paz, Aisnara Perera Díaz y María de los Ángeles Meriño Fuentes, entre otros.

Las dos últimas autoras mencionadas poseen una obra prolífera ampliamente reconocida dentro y fuera del ámbito nacional. Bien puede afirmarse que son referentes obligatorios para el bregar científico actual. Entre sus libros publicados, casi todos premiados, se encuentran Esclavitud, familia y parroquia en Cuba. Otra mirada desde la microhistoria (2006); Matrimonio y familia en el ingenio: una utopía posible (2007); Familias, agregados y esclavos. Los padrones de vecinos de Santiago de Cuba (2011); y El cabildo carabalí viví de Santiago de Cuba: familia, cultura y sociedad (1797-1909).

Al que finaliza la anterior lista se dedica el presente comentario, cuya publicación se realizó en 2013 por la Editorial Oriente. En el siguiente año se le otorgó el premio de la Crítica. Obviamente, resulta imposible, por razones de espacio, exponer un exhaustivo análisis. Pero sí destacar sus principales contenidos y retos.

Las autoras, bien identificadas con las fuentes primarias y poseedoras de un excelente arsenal teórico metodológico, sin obviar los referentes historiográficos, develan objetivamente la trayectoria histórica del cabildo carabalí viví de Santiago de Cuba desde sus orígenes en 1797 hasta los finales de la primera década del siglo XX. Hay un gran dominio de las regularidades de los procesos universales de la esclavitud, concebida como sociedad carente de fragmentaciones sin un orden total caracterizador. De otra forma no se hubiese construido una historia convincente desde los orígenes en África hasta su mutación insular.

Esa África idealizada sin esquilmaciones internas, bordada de fantasías, tan solo débil y víctima de los malvados europeos, bárbara y violenta por naturaleza propia, fértil e inmensamente rica en recursos naturales y fabulada en cientos de ignorantes justificaciones para mantenerla eternamente aislada de los propósitos modernizadores contemporáneos, reaparece y desaparece en una historia impecablemente narrada. Las autoras reafirman que, para entender la identidad actual de los cubanos, hay que transitar por los caminos históricos del continente africano.

Aisnara y María de los Ángeles sumergen a los lectores en los sueños irrealizados de los poderosos y los pobres, y de cómo una sociedad, falsamente cerrada para algunos y sin posibilidades de mutaciones internas, posibilitó el asociacionismo a partir de los cánones importados desde el negro y lejano continente. Entonces se comprende la fuerza de la cultura con sus capacidades para el establecimiento de nuevas férulas de poder a través de la sociabilidad.

A través del proceso histórico del cabildo carabalí viví se puede amplificar el entendimiento de los conflictos y rivalidades, las relaciones matrimoniales, los credos religiosos con sus imperativos morales, las diferencias —siempre contradictorias— socio sectoriales, y la pujanza moral de la filosofía de supervivencia en una época de fortalecimiento y crisis de las relaciones esclavistas y de desarrollo del capitalismo.

Para comprender la validez de lo inédito de la obra de Perera y Meriño el lector debe poseer cultura histórica universal y de Cuba. De otra manera no puede adentrarse en las peculiaridades de un proceso mostrado mediante diálogos continuos con los universos de entonces y a través de los aconteceres de una casi inimaginada experiencia asociacionista local. Se muestran los contenidos esenciales del sincretismo, contribuyendo a la destrucción de los maniqueísmos de un concepto no siempre bien comprendido en su esencia por no pocos de sus voceros o supuestos intérpretes.

Las autoras describen analíticamente la existencia de un estado político social dentro del que rige los destinos de la Isla. Así de complejo resulta entender el andamiaje legislativo, las facultades de los que dirigen a sus subordinados, las normas de conducta, las jerarquías políticas, sociales y religiosas, la discriminación social y de género, las condicionantes de un proceso posibilitador del tránsito de los esclavos a esclavistas y sus formas específicas de comportamiento.

La historiografía sobre el racismo, visto desde la óptica de las causalidades y sus exponentes, con toda su naturaleza al descubierto y su desvirtuosismo infame e inexorablemente adentrado en nuestra historia cultural, sigue siendo un asunto pendiente.

Cuando un libro promueve lo mejor de los seres humanos como es el pensamiento, no solo se torna en referencia investigativa continua, sino también en la alegría de saberse parte de lo insospechado. Hacia nuevas aventuras nos llevarán Aisnara y María de los Ángeles.


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