La cultura comunitaria y los hábitos de conducta social


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La cultura comunitaria y los hábitos de conducta social

La comunidad donde vivimos nos pertenece a todos. Allí están las familias que la habitan, los factores políticos y sociales que rigen su organización, los centros docentes, laborales, las instituciones culturales, y todo lo relacionado con los  servicios necesarios para desarrollar una vida sana y plena.

Allí en la comunidad, tienen que desarrollarse  buenos hábitos de conducta social,  para garantizar la prevalencia de la solidaridad y el respeto que debe existir  en la sociedad revolucionaria que hemos creado.

La familia, la escuela, las casas de cultura, en fin,  todas las instituciones de una comunidad, no pueden obviar  la necesidad de cultivar las manifestaciones de respeto, de cariño, de afabilidad, de solidaridad, desde las primeras edades. Realmente las faltas de buenos modales  y las groserías,  no tienen nada que ver  con las características tradicionales de nuestro pueblo.

Con un grado alto de conocimientos, sin duda, crecemos, pero solo crece verdaderamente, el que junto a un nivel adecuado de instrucción, muestra una esmerada educación.

Pienso en todas estas cosas, porque no basta con brindar todas las oportunidades de superación profesional a nuestro pueblo  si no insistimos en formar hombres bien educados, no solo de  buenas costumbres,  como decían nuestros abuelos, sino seres humanos, con una formación multilateral y perfectamente armónica, tanto en el aspecto intelectual, como en el político ideológico, el físico y el moral y tantos otros.

En el aspecto de la conducta social, no hay que dejarle todo a la escuela. La familia juega un importante papel. De igual manera  que a un niño se le enseña a caminar, a comer o hablar, se le debe enseñar a saludar, a agradecer, a pedir disculpas y a ser amigo y solidario. ¿Resulta eso tan difícil para la familia?

Después la escuela, viene a reforzar esas primeras enseñanzas.

El sistema de casas de cultura, con sus instructores de arte y promotores culturales, que no deben olvidar  que son también profesores, tienen innumerables oportunidades para trabajar no solo en el desarrollo del conocimiento y la apreciación del arte en todas sus manifestaciones, sino además en la educación de las personas, sobre todo, de los  niños, adolescentes y jóvenes que pasan por sus encuentros y talleres.

Los proyectos culturales que pueden crear estas Instituciones, bien organizados,  pueden resultar fundamentales para la formación de hábitos, para la creación como dicen los psicólogos de actitudes y el desarrollo de los  mejores sentimientos de simpatía y atención para el prójimo.

Es importante saber, cuánto puede influir un buen instructor de teatro, por ejemplo, para ayudar a desarrollar en las edades tempranas una buena comunicación, vigilando el vocabulario, la entonación, los gestos de los participantes en sus encuentros, de la misma manera, que lo hace el maestro en el aula o que lo puede hacer un promotor cultural en un círculo de lectura o en un taller literario.

Además, hay que insistir, todos los que de alguna forma trabajamos con las nuevas generaciones, para que se cuiden las instalaciones, los espacios, los parques y  jardines donde se realizan actividades, así como la preservación de los materiales que se reciben para desarrollar acciones docentes, artísticas o literarias, que además,  son en la mayoría de los casos, altamente costosos.

¿Cómo vamos a permitir que se   destruya  un libro, se  raye un pupitre, se maltrate una pared acabada de pintar o un transporte público, que es de todos y tan necesario?

Cuando hablamos de hábitos, nos estamos refiriendo a lograr formas de conducta en una  población y que los mismos se incorporen a la personalidad de cada individuo, tan intensamente, que le sea imposible desprenderse de ellos.

Es importante dejar por sentado, que  cuando una  persona siente que no debe echar basura a la calle de manera indiscriminada, busca algún depósito para hacerlo. Tan incorporado tiene el hábito de cuidar su comunidad o su ciudad,  que de ninguna manera es capaz de ensuciarla.

Esta cuestión de no perder de vista la formación de hábitos de carácter social, nos corresponde  a todos. Unidos podremos evitar lo que a veces hasta nos abochorna.

Una vez, Fidel, al hablarle a los jóvenes expresó: “Y son tan hermosos los hábitos de solidaridad y de respeto, que nuestra sociedad revolucionaria no debe jamás renunciar a ellos”. Y esto es muy cierto. Tenemos todas las condiciones para vigilar lo mal hecho y ayudar a crear en nuestra población,  los mejores hábitos de conducta social.

 Tanto la familia, como el maestro o el instructor de arte, deben estar atentos, no solo a los resultados de las enseñanzas que brindan, sino también, al comportamiento de los educandos, a la forma de responder a una pregunta, al  tono de la voz, a la  manera de saludar o despedirse, al  uso de malas palabras, y de otras actitudes inadecuadas que ha veces producen rechazo y malestar.

La gritería, los arrebatos de ira, la violencia en un espectáculo recreativo,  es intolerable. Hay que saber compartir con los demás en los distintos lugares donde se acuda.

¿Alguien educado se le ocurre hablar en voz alta en un cine, o durante una función de la Sinfónica, o en un teatro?

Cuando en las casas de cultura,  se habla de la formación de públicos, se trata de ir más allá de desarrollar en las personas un mayor grado de apreciación de la obra de arte, es sobre todo, vigilar la conducta social que se debe observar al estar por ejemplo en un museo o en una galería de arte, donde debemos mantener una distancia prudencial respecto a las piezas que se expongan, así como en una biblioteca evitar ruidos innecesarios o imprudentes conversaciones, que pudieran importunar a los demás.

Hay que respetar a las personas que en un momento determinado se encuentran junto a nosotros en una actividad donde todos tenemos el mismo derecho a estar y en la cual, cada uno de nosotros tiene derecho a disfrutar.

Demuestran muy mala educación, las manifestaciones despreciativas y burlonas,  chifladuras y otras aberraciones,   hacia equipos contrarios a nuestras  simpatías en instalaciones deportivas.  Eso  es reflejo,  de falta de sentimientos de solidaridad  humana  y ausencia absoluta de correctos hábitos de conducta social, que nuestro pueblo en su mayoría censura severamente.

Por otro lado, sería interesante comentar, que la danza facilita el acercamiento del hombre y la mujer. ¡Cuándo algunos hombres aprenderán a ser corteses con las compañeras, a darles la mano para ayudarlas a bajar del ómnibus, abrirle la puerta del carro para que puedan penetrar en él!; por no hacer algo tan sencillo, algunos hombres han perdido toda la galantería, que por cierto, es muy apreciada por nosotras las féminas.

¡Y qué hermoso resulta ver a una joven o a un joven,  ayudar a una anciana a cruzar una calle o a un ciego, orientarlo en su camino!

Muchas veces, vemos llegar a nuestro taller literario a una joven cargada de libros y nos llena de gozo ver a uno de sus amigos apresurarse a ayudarla con la carga. Si así no sucediera,  ¿qué trabajo costaría que el promotor del taller le sugiriera que lo hiciera y de esa forma, cumpliría una misión educativa tan importante, como la que tenía programada de estudiar la poesía de Martí, que sin dudas, era un maestro en el arte de la cortesía?   

Es cierto, que la televisión cubana emite mensajes en relación con estas cuestiones esenciales, pero eso no basta. Hay que practicar estas acciones constantemente. Es increíble que un niño le falte el respeto a un anciano y el padre, que está cerca, no le recrimine y siga como si nada y hasta se ría de “la gracia”.  

A lo largo de la vida, los cubanos hemos sabido, que nuestros padres con solo abrirnos los ojos, nos estaban señalando algo que hacíamos que no era correcto y bastaba eso, para que inmediatamente, rectificáramos nuestra conducta.

Ya sabemos, que los tiempos cambian, que los niños de ahora no son los de antes, ni los padres tampoco, pero la educación es la educación, el respeto es el respeto, y eso no cambia, y mucho más, cuando estamos conscientes que la educación reúne una serie de normas para bien de la convivencia social, y en el caso nuestro,  inspiradas en las mejores costumbres de nuestro pueblo, en los fundamentos de nuestra ideología y por supuesto, en los sentimientos de consideración y solidaridad que debemos a los demás.

Hace ya algunos años, nuestro país trabajó por organizar un Manual de Educación Formal. Un grupo de valiosos especialistas dieron sus aportes en 1976,  en este importante material. No es un manual de urbanidad, ni mucho menos, es algo más. Fue un intento por conservar hermosos valores de nuestra cultura y formas esenciales en la educación. Nos referimos, como Martí cuando en una ocasión señalara, “al valor del sabio consejo, de la plática amiga, del suave regalo o  el tierno reproche”, pero padres, maestros, instructores de arte, hombres y mujeres del pueblo, dignos,  debemos estar alerta sobre estas cuestiones y no dejarlas pasar por alto.

Los hábitos de conducta social son conservados y trasmitidos de generación en generación. En la comunidad, trabajaremos todos juntos por evitar actitudes incorrectas que dañen las relaciones humanas. Ahora nosotros vivimos como podría decir el Che, en otra época, en otra sociedad y tenemos que ser dignos de ella.

En los lugares públicos, los espectáculos, la calle, los medios de transporte, se hace necesario observar las normas que faciliten de manera atractiva la convivencia entre todos. Y es precisamente en esos lugares, donde existe la oportunidad de demostrar todo el esfuerzo que han hecho, la familia, los maestros, los instructores de arte y todo nuestros especialistas, por influir en los ciudadanos, para que adquieran desde las edades tempranas, los correctos hábitos de conducta social.

La cultura comunitaria no debe perder de vista estas observaciones. Seguiremos insistiendo sobre ellas.

 

 

 

 

Imágenes: Internetvv


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