Quizás la mayor conmoción social que protagonizara el movimiento artístico cubano en la primera mitad del siglo XX haya sido la suscitada en torno a la denominada Exposición de Arte Moderno Contemporáneo, homenaje a José Martí —conocida como Antibienal o Contrabienal—; muestra colectiva que reunió a más de veinte expositores; entre 70 y 80 obras; varias generaciones; múltiples estéticas, y a lo más representativo del espíritu nacional entonces.
Se inauguró en los salones del Lyceum habanero, en enero de 1954; fue exhibida después en La Escuela de Derecho de La Universidad de La Habana, y finalmente integró el I Festival de Arte Universitario, auspiciado por la FEU, mostrándose así en varias ciudades del interior la actualidad plástica nacional. Un periplo que vino a concluir hacia mediados de año.
Resultado, como proyecto, de un connotado rechazo protagonizado por artistas e intelectuales de Cuba contra la proyectada II Bienal de Arte Hispanoamericano (Museo Nacional de Bellas Artes) —muestra coauspiciada por el Instituto Nacional de Cultura de Cuba y el franquista Instituto de Cultura español, como clausura, para enero de 1954, de los festejos del centenario martiano del año previo, y declarado homenaje a Martí—, que los cubanos interpretaron, por el contrario, como una verdadera “ofensa al espíritu del Apóstol”.
Valiosos creadores como Mario Carreño, Amelia Peláez, Cundo Bermúdez, René Portocarrero, Mariano Rodríguez, Mijares, Martínez Pedro, Jorge Arche, Julio Girona, Marcelo Pogolotti y otros, protestaron el hecho ante la Comisión del Centenario, alegando que:
“Nos parece absurda la inclusión de la tal exposición en los festejos del centenario del Apóstol, dado que ha sido estructurada por un gobierno extranjero. Lo indicado es que sea la propia nación cubana la que organice y convoque una exposición martiana internacional de arte (…).
Reafirmados en nuestras patrióticas convicciones y en las del pueblo cubano, pedimos a las autoridades la atención a esta justa demanda. En caso de no celebrarse lo que proponemos, nos abstendremos de concurrir a la II Bienal Hispanoamericana”.
En el debate la prensa ponía su grano de arena: Bohemia, en su edición de noviembre 8, 1953, había revelado la raigambre fascista del Instituto de cultura hispánico, “heredero inmediato del Consejo de Hispanidad, que se propusiera, durante la última guerra, bajo la inspiración quimérica de Hitler, la quimérica reconquista de América Latina”.
Casi de inmediato se unieron a la protesta pública otros sectores de la cultura, enviando igualmente a la Comisión del Centenario su apoyo explícito a la acción de los plásticos: escultores, caricaturistas, músicos, intelectuales y otros profesionales —no solo de La Habana, también del interior del país—, creándose lo que la prensa consideró un verdadero “frente único cultural”.
El grupo gestor, por su parte, que integraban Mario Carreño, Marta Arjona y Mariano Rodríguez, declaraba que: “la impugnación de la Bienal Hispanoamericana no es un movimiento para defender a determinadas tendencias estéticas, sino que se trata de una repulsa general por parte de todos los artistas cubanos firmantes del manifiesto, sin distinción de escuelas o credos artísticos, y quienes lo han secundado, o protestan, quienes actúan con el único propósito de defender la cultura y la dignidad humana frente a la amenaza franquista, y basados en los más fieles preceptos de José Martí, repiten con el Apóstol: ´El verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber´.”
La sentencia martiana venía a dar respuesta a la propaganda de ofertas de premios y estimulaciones con que serían beneficiados los artistas que se unieran a la Bienal; único comentario ofrecido por la Comisión del centenario a las demandas presentadas. Por lo demás se limitaba a argumentar que: “se trataba de un compromiso indeclinable contraído entre los gobiernos, y no era posible echarse atrás”.
La insurgente Antibienal se concretó el 28 de enero de 1954, mientras que las salas del nuevo Palacio de Bellas Artes, según informa la prensa, permanecían, por prórrogas inexplicables, “oscuras y silenciosas; ausentes a los festejos al Centenario”.
Esta inauguración estuvo acompañada de un concierto a cargo de la Sociedad cubana de la Sección Internacional de Música contemporánea, e “identificado de modo especial con el sentimiento trascendental que había movido a los pintores cubanos a organizar esta histórica exposición colectiva”. El programa incluyó obras de música de cámara contemporánea de Nilo Rodríguez, Juan Blanco, Argeliers León, Edgardo Martín, Aurelio de la Vega, José Ardévol, entre otros, y de Harold Gramatges, quien dirigió el concierto.
La voz de la crítica habanera
La crítica mostró consenso al calificar de inmediato, la muestra del Lyceum como “un éxito” (Rafael Marquina, Información); como “uno de los sucesos artísticos más importantes de los últimos años en nuestro país”, (Ángel Augier, Bohemia); y “un gesto de contenido cívico que ya pertenece no solo a la historia artística, si no a la del pueblo” (Gladys Lauderman, El País).
Su dimensión estética, sin embargo, recibía valoraciones de “monótona”, por parte de Rafael Suárez Solís (Diario de La Marina), quien además aseguraba que “no vale la pena echarle la culpa a lo abstracto. La abstracción no tiene por qué ser impersonal”.
Coincidencia y discrepancia revela Jorge Mañach (Bohemia), quien clasifica la muestra como “acontecimiento cultural de primer orden (…) aunque en más de un sentido, polémico”. Lo polémico, a su juicio, radicaba en que gran cantidad de las obras expuestas eran arte abstracto. Y declarándose como uno de los más tenaces impulsores de la renovación artística en Cuba —y que lo venía siendo desde un cuarto de siglo atrás—, se sentía con el derecho de pedir que la novedad no se convirtiera en novelería.
“(…) Nuestros artistas nuevos, señala, han hecho en Cuba una gran labor, como nuestros arquitectos y nuestros músicos de nueva orientación. Pero me estoy empezando a temer dos cosas: una, que estén excluyendo ya demasiado los contenidos y las intenciones en beneficio del puro idioma plástico (…) y la otra que, aun en ese idioma, se está tendiendo demasiado al balbuceo, a la expresión primaria, a cierto facilismo que ha sido siempre el gran peligro de la cultura cubana.
“Por lo que valga, me limito más, y conste que con la mayor simpatía, a dar la voz de alarma”. (Bohemia)
Al concluir la exhibición en la capital, la muestra se trasladó a Santiago de Cuba, donde fue acogida en los salones de la galería “José Joaquín Tejada” bajo auspicios del Primer Festival Universitario de Arte.
Desde su inauguración, José Antonio Portuondo dejaba claramente establecida la dualidad político-artística que revestía el acontecimiento: “insurgente en el terreno estético porque manifiesta la inconformidad y rebeldía de un puñado de artistas frente a modos insuficientes o vetustos de contemplar y revelar la realidad. E insurgente también, declaraba, en el aspecto ético, porque se produce como unánime protesta de los hombres de sensibilidad y pensamiento ante el ultraje a la Patria”.
El desenlace
Lo cierto es que la Antibienal o Contrabienal, aun sin proponérselo, propició el redimensionamiento del fenómeno abstracto que recién irrumpía en el discurso artístico más actual de la plástica nacional, desde posturas las más de las veces encontradas, confiriéndole dimensiones netamente artísticas unos, y extrartísticas, otros; en lo adelante: lo figurativo vs. lo no-figurativo; y arte vs. política, vieja polémica esta última concurrente en el debate en torno al llamado “arte nuevo”, desde décadas precedentes.
Este trascendental suceso cultural protagonizado por artistas, intelectuales y profesionales a lo largo del país, dio al traste con el proyecto de exposición franquista en La Habana, pero además, levantó el pujante apoyo de numerosos núcleos de artistas latinoamericanos convocados para asistir a esta cita, en favor de la protesta de sus colegas cubanos, asegurándose con ello, además, el fracaso definitivo de las proyectadas Bienales Hispanoamericanas franquistas.
Innecesario insistir en que este fenómeno cultural no ha recibido la atención académica que merece para una historia del arte nacional; e innecesario insistir en las numerosas interpretaciones, tergiversaciones y mistificaciones de que ha sido objeto como resultado de tal vacío.
Por ello, entre los días 15 y el 17 de diciembre próximos, el mismo, y otros colaterales o subsiguientes, asociados, serán objeto de atención en el taller convocado al efecto, en el Instituto cubano de investigación cultural Juan Marinello, de esta capital.
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