(…) tuvo el canto y el pañuelo
para acunar la fe de mis entrañas, (…)
y dejarnos sus manos, como piedras preciosas,
frente a los restos fríos del enemigo.
Nancy Morejón
Cuando “lo escénico” sabe corregir “lo teatral”, cuando este último logra, desde la artesanía de su artificación, re-enunciar las coordenadas precarias del espacio, el tiempo y la acción escénica para volverse razón actualizada del hacer y del pensar en la transformación del instante en vivo acontecimiento, el tiempo (teatral) invertido ha valido la pena.
En Los pájaros negros de 2020, guión y dirección de Agnieska Hernández Díaz con La Franja Teatral, espacio-tiempo-acción se vuelven atributos para sacarnos de los lugares comunes de la especificad del aquí y ahora de la representación, de la copresencia del actor y el espectador, de la visión aurática del cuerpo vivo del performer que en juego seductor se pone.
Y es que lo esencial de las dinámicas de teatralidad generadas en/por la puesta, o sea, de aquello que emerge entre lo que uno ve, por un lado, y lo que uno advierte como “escondido” detrás de lo que está viendo, por otro; teje de manera sutil y sin rarefacciones, un entramado donde no quedan cabos sueltos. Para quienes han leído a la Agnieska poeta, narradora, dramaturga; para quienes disfrutamos de su peculiar modo de decir/hacer en escena, es sabido que maneja con solvencia esos procedimientos polinarrativos poéticos para enunciar un asunto y, al tiempo, distanciarse de él para luego, como por maña de auténtico hechizo, regresarnos al punto de partida.
Así, en Los pájaros negros de 2020 (“Blackbirds. Entrenamiento sin razas”), guión y puesta en escena, asistimos a la configuración de dos planos operativos de la acción: el plano de lo que se ve, de lo que se dice, de lo que se presenta, de lo que es visible, audible y está desplegado en la superficie del acontecer, y el plano sumergido, aquel de lo que oculto subsiste, de lo que no se ve; parafraseando al investigador Óscar Cornago, pero se intuye no solo como facultad relacional de la teatralidad restringida al campo de lo escénico. Quiérase entender que entre parlamentos y didascalias (cual guión coreográfico), en el “entrenamiento sin razas” que nos propone La Franja Teatral en la sala Tito Junco del Complejo Cultural Bertold Brecht, “lo escénico” se expresa fuera y dentro de la capacidad zapadora que tiene el teatro para resolverse desde sus recursos más ingénitos, propios e inherentes, en la construcción visual, gestual, sonora, corpórea que lo interrelacionan como constitución historizada de un imaginario social (“blanquhistoridad”, según este conjunto de Blackbirds).
En ella, en la historia y en los entrecruces de sus relatos diacrónicos y sincrónicos, van y vienen personajes ficticios y reales, entelequias y referencias, tópicos reformulados o clichés cuasi olvidados. Las hipótesis resultan algoritmos, quizás tentativas; pero de igual manera, posibles y concretos teoremas. Como su Mary Prince, Agnieska vota por la no renuncia y la batalla. No hay otra opción; aun regresando al origen, al inicio de todo, a la semilla; ellas sueñan y apuestan por tornarse jugoso fruto en su espacio-tiempo-acción. Allí (aquí y ahora), es el escenario donde actuar, donde mirar y ser vistos, decir y ser escuchados, en aras de salvaguardar la existencia durante el impasse pandémico y tras el “rapto de dolor y desesperación al conocer en La Habana la noticia de la muerte de George Floyd, ocurrida un 25 de mayo, en Minneapolis, a manos de un agente de la policía local”, la travesía escritural de Los pájaros negros de 2020, soportaría su sinopsis argumental, tipo cuadro a cuadro:
“Una mujer blanca y un hombre negro, más de una vez, cuando ellos se abrazan, han sentido entre ella y él la carga de la Black History. Antes de comenzar la pandemia, trabajaban juntos en una obra sobre el bailarín afroamericano Bill Robinson. Después de la pandemia no tendría mucho sentido continuar la obra exactamente en el punto donde se quedó. Ella cree que él se marcha de la casa por tantas horas que acumularon juntos durante la pandemia. Él se marcha el 25 de mayo, después de la muerte del afroamericano George Floyd. Se marcha y termina su obra sobre el maestro Bill Robinson”.
¿Cómo era posible semejante acto de barbarie en pleno siglo XXI?, se preguntaría la poeta Nancy Morejón al tiempo que hacía germinar su príncipe negro para Floyd. Como ella, La Franja Teatral en su partitura contada en tiempo presente (sumun del grito de dolor ante tantos años de racismo, injusticia y deshumanización expuestos ahora en un solo acto escénico), nos invita a recalibrar todas las coordenadas para imaginar los escenarios y los mundos por venir, acudiendo a la remembranza del mítico espectáculo Blackbirds, 1928, donde brillara Bill Robinson junto a actores, bailarines afroamericanos.
Hoy, en pregunta de la investigadora escénica serbia Bojana Cvejić, ¿cómo podemos imaginar o incluso soñar con un arte que nos gustaría ver en el futuro sin la obligación de saber cómo hacerlo ahora? Hay en Los pájaros negros de 2020, evidencias de un teatro vivaz, neto, artesanía en progreso; un teatro made in Cuba que sin negar lo efímero de la temporalidad (tiempos de aceleración, rentabilidad, eficacia) de sus hechos (en sus permanencia u olvidos), revisita el pasado para situar en pertinente plano el carácter experimental y comprometido de la performance. ¿Acaso Shirley Temple es mención directa a la persona/personaje o es anchuroso pretexto tropológico?
Con mucho y más, esta pieza coral (cual chorus trágico) explora todo un sistema de relaciones para enramar una dramaturgia dinámica entre lo sugerido y lo axiomático, entre lo visible y lo invisible, entre la actriz/bailarina/cantante, el actor/bailarín/cantante y el espacio, el tiempo, el universo sonoro (tumbadoras, claquetas, voces agazapadas, música incidental, un piano que parecería heredad de cabaret alemán de postguerra), los trajes y afeites, las luces, el texto, la imagen (polvos, pátina, madera, cuerpos, pieles, gentes, negros y blancos todo-mezclado), etcétera.
Me atrevería a pensar que, como Leo-Bill/Frank-Floyd, Agnieska levanta su franja teatral a modo de friso homenaje a su Pinar del Río natal y a sus gentes. También a nosotres, múltiple y diverso. Ella, discípula hábil de lo mejor de nuestra dramaturgia insular no entiende otra opción: retornar a las fuentes. A la investigación fundada en la revisión del lugar del Hombre en el mundo. A la capacidad poderosa de cuestionar el mundo de la realidad desde su plexo poético, desde el espacio inmediato y real de lo teatral/vivencial. Al pasado que pesa, al presente que pende, al día-día de lo escénico que procura corregir lo teatral. Entonces bracea una y otra vez; bracea y de nuevo bracea, pulsa, impulsa para juntar en sus teatralidades, a una masa de jóvenes actrices y actores que habitan esta isla y su peso desde la más leal de las factorías para hacer del teatro un público espacio al alcance de todas y todos. Masa. Comunión. Un todo dispar y, a la vez, unívoco.
Sé que, “para acunar la fe de mis entrañas”, Los pájaros negros de 2020, en su perpettus camino perfectible, en la dynamis regenerada de su escritura espectacular, en el continuum ensayo de sus formas horizontales de relacionarse y cohabitar en sinfonía cabal de sus texturas y tesituras actorales; en sus modos de no hacer concesiones gratuitas que traicionen la dignidad del teatro “frente a los restos fríos del enemigo”, es, seguirá siendo y continuará estando en el horizonte de lo sensiblemente posible: no solo por lo que de deseable y meritorio posee, sino también de necesario para conectarnos y humanizarnos. Para llenar el teatro con el bien común que representan la creación sincera y el acontecimiento artístico al llenarnos de vida, individual y colectivamente. Hágase la música, el baile, la reverencia, el aplomo, el goce. La Franja Teatral: ¡a escena! “y dejaros sus manos, como piedras preciosas”.
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