Coincidiendo con el estreno en Nueva York de la Giselle de Alicia Alonso, en las hojas habaneras de Clavileño publicábamos un poema de Hilda Doolittle, que en su versión cubana nos decía:
¿Qué son las islas para mí,
Qué es Grecia,
Qué es Rodas, Samos, Quíos,
Qué es Paros enfrentándose al oeste,
Qué es Creta?
Danzando, las palabras de la poetisa norteamericana preguntaban por el sentido de las islas mitológicas, desgarradas ya de su belleza, mientras en el Metropolitan Opera House la Isla de más extraña y ardiente lejanía danzaba su sentido para ellos.
No en vano al terminar aquella función ya mitológica, Alicia descubrió sus talones sangrantes, porque lo que les había bailado era su propia sangre, no sólo Giselle, sino a través de ella, y con ella, su propia sangre.
Y en aquel mismo número de Clavileño publicábamos también “La destrucción del danzante”, de Virgilio Piñera, que terminaba diciendo así:
y una melodía, un responso se detienen
en el pie pedido a la flor de la sangre.
Ese “pie pedido a la flor de la sangre” era el talón sangrante de Alicia, la resucitadora de la danza destruida, del sentido de la Isla, la rescatadora de su inocencia perdida, que salía como “un ave de oro” del tronco muerto, martianamente tocado por el rayo de luz.
Cuando la luz toca danzando al sicomoro, cuando la palma dialoga con el colibrí, cuando la ingravidez alcanza el eje de su gravitación, cuando Martí hace una pausa para decir: “Y mi honda es la de David”, cuando David se lanza a danzar ante el Arca de la Alianza, Alicia Alonso estrena su Giselle, nuestra Giselle, en Nueva York, y ya todos sabemos, Hilda Doolittle, qué son las islas para ti, para mí, para todos.
Qué son las islas para todos, qué es la Isla donde “la noche bella no deja dormir”, donde se oye “la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines”, donde “la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima”, donde “es la mirada del son fluido”, donde “¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas? ¿qué danza de alma de hojas?
Alicia Alonso, como veis, estaba anunciada, y no sólo desde esa noche memorable en que se descubrió la danza del alma de las hojas, que es la que ella siempre baila, sino también desde mucho antes, desde que, en el Espejo de paciencia, frente al cual cada noche ella pinta sus ojos y su boca, aparecieron las ninfas de Yara bailándole al Obispo rescatado los frutos más sabrosos de la tierra.
Anunciada por Plácido desde que escribió en la neblina:
Así las bellas fantasmas
en la noche te saludan
hasta que el alba en oriente
la vuelta del Sol anuncian;
entonces rápidas vuelan,
en la inmensidad se ocultan,
y sólo se oyen sus ecos
que repiten ¡Cuba…! ¡Cuba…!
Anunciada por José Jacinto Milanés:
Ven, oh cándida tarde, en el zafiro
inmensurable y nítido del cielo,
tiende en alas levísimas el giro
del almo y blando y delicioso vuelo.
Anunciada por el enlace, la ondulación, la gestualidad del romanticismo cubano, y siempre por José Martí en la extrañeza y remolino de sus almadas hojas:
Y pasan las chupas rojas,
Pasan los tules de fuego,
Como delante de un ciego
Pasan volando las hojas.
Por ella Giselle se convirtió en una muchacha cubana bailando sola en el patio de su casa el misterio unitivo de las islas, el hechizo de la Isla más entrañable y herida; el patio cubano se convirtió en escenario universal; todas las muchachas cubanas se alzaron con Giselle hasta el patio de la gloria. De la gloria sencilla, la gloria amorosa de todos, la gloria cubana, por cuya gracia le damos gracias, Alicia, señora nuestra.
La Habana, 2 de noviembre de 1993
* Palabras leídas en ocasión del desvelamiento de una placa en el Gran Teatro de La Habana, luego de concluir la función en que Alicia Alonso bailara el Grand pas de deux del segundo acto de Giselle, en la Gala Romántica realizada el día del aniversario cincuenta de su debut en el personaje principal de ese ballet.
Publicado en: Cuba en el Ballet, La Habana, Vol. 4, Nro. 3, septiembre-diciembre, 1993, pp. 25-26. Incluido en: Simón, Pedro. [Selección de]. La danza en la órbita de Orígenes. Prólogo de Ivette Fuentes. La Habana, Ed. Cuba en el Ballet, 1994. Segunda edición: Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2008, pp. 77-79; y en: La gloria cubana. Alicia Alonso y su Giselle. La Habana, Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, 2003, pp. 12-15.
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