Unos días atrás, tan solo, sentí un extraño vocerío bajo, en inglés, que provenía de la tranquila avenida donde se ubica mi vivienda: eran visitantes estadounidenses; hombres y mujeres armados con cámaras fotográficas de distintos tipos que saltaban al asfalto, desde un camión transformado en rústico miniómnibus de turismo particular, al estilo del que vimos en la telenovela brasileña que concluyó recientemente.
Aquel espectáculo, divertimento total, causaba risa y, al mismo tiempo, instaba a la reflexión. ¿Hacia dónde iban los turistas fotógrafos? En primer lugar, identificaron y fueron hacia el consultorio del médico de la familia. Desde afuera lo fotografiaron con mucho interés, así como a los pacientes que esperaban ser atendidos, y de lejos, cortésmente, les dijeron a todos “Hello! Thank you!”.
Otro objeto de su curiosidad y fotografías fue el paisaje de la avenida. Los parterres sembrados de palmas con cocos, la diversidad de los minijardines colectivos y las variadas tipologías de viviendas, unifamiliares y de apartamentos, de características relativamente modernas y tropicales. Ellos y ellas parecían niños descubriendo un paraíso de juguetes nuevos.
Comentaban, admirativamente, el exterior de nuestro mundo cotidiano, ese día resplandeciente de sol y puro cielo azul. A su vez, algunos vecinos y vecinas, asomados a nuestros balcones, les observábamos y nos sonreíamos ante el sorpresivo pasatiempo mañanero. Nuestro barrio, al oeste de la ciudad, se había convertido en algo parecido a La Habana Vieja. Sin notarlo con anterioridad, poseíamos un atractivo turístico que “por obra de birlibirloque cuentapropista” estaba al descubierto para “otros”.
(Vivimos enajenados, en la angustia constante del día que se nos va, y del cual poco aprovechamos casi siempre).
Los turistas dieron la vuelta por el parque cercano, tomando fotos y siempre alegres, en medio de una conversación colectiva muy animada, que se adivinaba sin escucharla.
El guía y chofer los contemplaba, también desde lejos, y en un momento dado les hizo una señal que indicaba la partida inminente del grupo. Todos regresaron y entraron al miniómnibus, que puesto en marcha partió de inmediato, y desapareció de nuestra vista.
Entré del balcón al interior de mi casa pensando en cómo el turismo ya había llegado hasta mi vecindad y, tal vez sin proponérselo, nos involucraría en una nueva dinámica, ajena a nuestro diario quehacer. Los círculos concéntricos en expansión de su desarrollo avanzan tranquilamente, en todas las direcciones posibles sobre toda la ciudad, más allá de los municipios tradicionalmente visitados de La Habana Vieja y Plaza de la Revolución.
Esta es una “invasión” anunciada.
Ante la evidencia, hay que abrirle espacio en todos los ámbitos de nuestro pensar y accionar. Pues, si bien los habaneros, al igual que los ciudadanos y ciudadanas que habitan en otras ciudades y provincias cubanas, tenemos mucho bueno que mostrar, no albergo dudas acerca de lo que no desearíamos que constituyese parte de nuestro hábitat.
Empecemos por las buenas noticias. La Habana puede mostrar una urbanización, o urbanizaciones, que comprende una riqueza extraordinaria, debido a las diferencias en su pasado constructivo, a la calidad de las ordenanzas urbanísticas con que fue construida la mayor parte de la ciudad histórica y moderna, hasta el siglo XX.
Sus tipologías arquitectónicas, edificaciones de viviendas, públicas, religiosas y militares, llenan ese espacio conformando paisajes urbanos de gran interés. Inclusive las modificaciones o alteraciones que se han hecho en dicho paisaje —con o sin autorización facultativa— revelan elementos (a veces de pésimo gusto) de una nueva arquitectura vernácula que refleja el ambiente sociocultural que irrumpe en la ciudad del XXI.
Muchas veces, infelizmente, no se tiene conciencia del valor del entorno en que vivimos inmersos. No existe una divulgación cultural sistemática que explique y respalde esos valores; que oriente y destaque qué es lo bueno y qué lo no deseable que podemos hacer en el medio donde desenvolvemos nuestra vida diaria, cómo lo agredimos y somos responsables del deterioro o destrucción de un bien social.
Un ejemplo negativo: la falta de higiene pública, tan criticada y sin aparente solución. ¿Por qué? Se declara en la TV, por un funcionario de Comunales, que ya están los equipos que faltaban para la recogida de basura, un punto candente entre los problemas locales habaneros. Pero, ¿acabó ahí la cuestión?
Ahora el problema se identifica con la falta de conciencia de los trabajadores del mentado organismo (no saben o no quieren trabajar bien), y del vecindario en general.
¿Y qué papel juegan nuestras autoridades para acabar de cortar con decisión este “nudo gordiano”? ¿Es que la ciudadanía tiene que arriesgar la seguridad de la salud individual, familiar y colectiva debido a la incompetencia e irresponsabilidad de quienes reciben un salario por garantizar la higiene pública? Por supuesto, esta última también incluye a los visitantes extranjeros.
La Habana turística es un tema que, en mi opinión, califica de “poco novedoso”. Hay una experiencia acumulada al respecto desde las remotas décadas del siglo XIX, después de 1820 aproximadamente. Excelentes guías de turismo, libros de viajeros y literatura social en general, relatan y dan fe de las experiencias del turismo en nuestra capital en ese siglo y en el siguiente; en el campo hotelero se alcanzaron resultados excelentes.
El turismo de cementerio se (re)inauguró en La Habana en un año muy difícil del llamado “período especial” (1992) o, más simplemente, de la crisis económica cubana, por no referirme a los bien conocidos avatares heroicos del salvamento y la reconstrucción de La Habana Vieja. Nada impide, en la actualidad, que un gestor de turismo privado (“cuentapropista”) arme su minitransporte y muestre, lucrativamente, nuestros barrios a los visitantes de esta ciudad.
Trabajar por mantener a La Habana en la categoría recién obtenida de “Ciudad Maravilla del Mundo” es un compromiso y deber de todos los ciudadanos y ciudadanas cubanos. Hay que aprender y enseñar a visualizar lo extraordinario de nuestra ciudad, de sus barrios, de sus habitantes, que somos nosotros mismos. A este tema, dada su necesidad social y cultural, prometo dedicar una parte de mis trabajos periodísticos durante el año que ya comenzó.
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