Hoy, tres días después de la triste noticia, los estudiantes de San Alejandro rindieron su tributo más sincero. Fueron y desfilaron ante las inmortales cenizas, firmaron el libro de condolencias y se conectaron a los diferentes sitios de opinión donde, de manera franca y espontánea, brindaron sus criterios sobre la realidad que ellos viven.
No hubo mediadores. Cada uno, desde su posición, ha escrito, ha informado al mundo. Con la pasión o el desgarro que cada palabra tiene siembran su idea: la más noble memoria de lo que en muchos aquilata la imagen o el recuerdo del líder, del compañero o el amigo.
En las paredes de la casi bicentenaria Academia no hay una imagen pintada, no hay una alusión inmediatamente realizada para evocar al dirigente, al adalid o al paladín de mil batallas. La presencia se lleva en lo hondo, bien adentro, como el luto en las fronteras de lo memorable, porque van en el corazón cosidas con hilos indestructibles, con finas hebras salidas de esa madeja que solo saben tejer los verdaderos revolucionarios.
Esos son nuestros muchachos, los que lloran, ríen, juegan, sueñan, crean, sienten, desean… Son esos que no temen pasar una tarde bajo el radiante sol o una madrugada escribiendo, sin dormir. Son frutos de una cosecha inmensa, amplia y generosa que se inició en 1959 y que no finaliza hoy. Cada semilla seguirá sembrándose y creciendo en esos jóvenes corazones que día a día se levantan, esperanzados, dispuestos y con brío, como homenaje eterno al amigo más querido.
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