La importancia de Kelvis Ochoa


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El artista cubano se ha hecho viajando, conociendo el mundo, sus ideas, sus imágenes,  sus sonidos.

Se puede ser un “peregrino inmóvil” al estilo casi excepcional de José Lezama Lima, que se preciaba de haber recorrido el mundo sin ausentarse de Trocadero 162, su conocidísima casa en Centro Habana, pero no es lo habitual.

A pesar de esa voluntad de permanecer siempre en Cuba, Lezama también viajó: fue a México y a Jamaica, isla que le motivó un importante poema que el tituló Para llegar a la Montego Bay: cuando años después el gran Julio Cortázar dio a conocer la importancia del Lezama novelista, del autor de Paradiso, no hizo otra cosa —nada menos— que parodiar el título de aquel poema en un artículo que llamó Para llegar a Lezama Lima.

Digo estas cosas porque a veces no se tiene en cuenta que muchas veces el artista necesita separarse de su cultura para verla mejor.

Muchos importantes creadores han comprendido realmente “lo suyo,” cuando han sido capaces de confrontarlo con otras visiones.

Henrik Ibsen caló las peculiaridades de la cultura noruega cuando le fue posible vivir en Alemania e Italia: es a partir de entonces cuando alcanza la cumbre de su teatro, cando escribe piezas como Casa de muñecas o Un enemigo del pueblo, que ahondan para siempre en el modo de ser de la gente de su tierra.

Muchos de nuestros artistas encontraron cómo expresar Cuba en su pueblo, sin moverse de él. A Miguel Matamoros, la RCA Víctor tuvo que ir a buscarlo a Santiago de Cuba, pero Benny Moré saltó a su legítima dimensión en el México a donde lo llevó el cubanísimo Miguel Matamoros, para que cantara con su conjunto. Allí, encontró a otro cubano, matancero por más señas, que estaba al borde de cambiar la música del continente, porque iba a poner a todo el mundo a bailar una cosa que se llamaba “mambo”, y cuando escuchó cantar a Benny, decidió que esa tenía que ser la voz que lanzara los mambos que él componía. Dámaso Pérez Prado buscó la mejor voz posible, y Benny, que no quería cantar únicamente mambos, halló al orquestador por excelencia, al músico genial que lo tomó todo del jazz band norteamericano para que su orquesta no se pareciera a ese jazz band. Fue esencial para lo que haría después Benny con su “banda gigante”.

Creo que Kelvis Ochoa es uno de los músicos más interesantes que ha aparecido en los últimos años: anda por los 45 años y es uno de los talentos musicales con los que hay que contar en la Cuba de hoy. Nacido en Las Tunas, Kelvis se fue desde niño a ese sitio al que la afluencia de los jóvenes acabó por cambiarle el nombre: la vieja Isla de Pinos, que es hoy por hoy la Isla de la Juventud.

Pero Kelvis, como muchas veces le pasa a los jóvenes, no encontró sitio para encauzar el talento musical que llevaba. Yo lo conocí por el primer disco de Habana Abierta, un ensemble musical cubano que se organizó en Madrid, que hacía una música cubanísima y con una sonoridad muy novedosa.

Pero casi enseguida Kelvis empezó a cantar en solitario lo que componía. Ya va por un segundo disco derrochando imaginación. Me impresionó el número que el título Conga de Juana: una inusual conga en tono menor, porque es esa paradoja que resulta una conga triste.

Kelvis tiene la fuerza de lo popular cubano pero, aunque disfrute lo tradicional, sabe que no debe subordinarse a ello, sino imponerle sus reglas del juego: buscar (y hallar) el costado novedoso que el músico de talento es capaz de encontrar en nuestra tradición.

Después de su periplo español, Kelvis Ochoa está de nuevo entre nosotros. Neta ganancia para la nueva música cubana.


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