La inspiración


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El manisero de Moisés Simons, una muestra de una inspiración que se vuelve todo un símbolo nacional.

“Efecto de sentir el escritor, el orador, el músico o el artista el singular y eficaz estímulo que le hace producir espontáneamente y como sin esfuerzo”.

Esta descripción sacada del diccionario de Microsoft, me parece que es una definición de las mejores que he leído sobre el tema, aunque existen otras como  “ilustración o movimiento sobrenatural que Dios comunica a la criatura”, como si Dios con su poderosa omnipotencia tocara con su dedo mágico la cabeza de un simple mortal para producir el milagro de una canción capaz de trascender su época y llegar a esa categoría intemporal de las grandes canciones.

De todas formas, la inspiración es algo misterioso, porque una obra de arte, específicamente una canción, sobre todo una canción capaz de llegar al público y echar raíces, es como un retrato de una situación que tiene que ver con la vida diaria, porque de ahí la toma el creador y a través de un prisma, que es la inspiración que lo impulsa y guía, la descompone en imágenes luminosas y acertadas  que llega a enaltecer una situación común y corriente que sólo el talento sublimiza y la presenta como algo especial. Lo que pasa es que en el campo de la creación musical, la melodía y los efectos armónicos o musicales en sentido general, respaldan esa estampa cotidiana y la transporta incluso a otras costumbres que la aceptan prácticamente como un descubrimiento.

Cuando Moisés Simons compuso El Manisero, la simpática estampa de un vendedor de maní tostado, común en esa maravilla de ciudad que es La Habana, el respaldo melódico-rítmico del acompañamiento para entrar al texto de “pam pam pam param pa pam”: sol, re, mi, fa (sostenido), mi, mi, re (en el tono de sol mayor, por ej.), ese apoyo que hace el acompañamiento para darle entrada al cuerpo de la canción, se torna mágico y en conjugación con el texto y melodía que continúa, ha hecho de la simplicidad una genialidad al punto que de tantas maravillas de piezas musicales cubanas que existen, El Manisero esté entre las de mayor cantidad de versiones en el mundo entero.

Cuando Rita Montaner la llevó a París en 1928, la sembró en el corazón de los franceses e incluso le abre las puertas a su compositor, que consiguió trabajo en París haciendo música para revistas musicales como Toi ce`st moi , El canto del trópico y otras, cambiando su apellido original de Simon a Simons, parece que le sonó más francés, aunque cuando llegaron los nazis a mancillar el Arco de Triunfo, el Simons les sonó a judío y lo metieron en un campo de concentración, hasta que le aclararon su situación de cubano y regresó, según nos cuenta el indispensable Maestro Cristóbal Díaz Ayala.

Lo indiscutible es que El manisero es mágico, cuando Don Aspiazu llegó con Don Antonio Machín en 1930 a Nueva York, el famoso pregón causó tal impacto, que en 1931, Hollywood hizo una película que tituló Cuban Love Song, con la dirección musical de Ernesto Lecuona y la participación de un grupo de artistas cubanos, como Iris Burguet, la orquesta Hermanos  Palau, mi tía Sol Pinelli, de la que se conserva — además de una copia de la película— una foto de ella bailando con Buster Keaton, aunque el que cantaba el famoso son-pregón era el tenor mexicano José Mujica.

He ahí una muestra de una inspiración que se vuelve todo un símbolo nacional, The peanuts vendor o El Manisero posee una cantidad de versiones realmente impresionantes, al igual que Aquellos Ojos Verdes, el bolero de Adolfo Utrera y Nilo Menéndez grabada a dos pianos con Ernesto Lecuona, en uno y el autor de la música Nilo Menéndez, en otro, con la declamación y el canto de Adolfo Utrera, autor del texto. Fue el primer bolero que le dio la vuelta al mundo para ocupar el primer lugar de éxito internacional.

Ejemplos hay muchos, las situaciones amorosas propias del ser humano, llevadas con arte y buen tino a una canción, se convierten de algo cotidiano a un verdadero emblema de las situaciones humanas, tanto en plano de amor, como las más comunes: de desamor.

Algunas tienen suerte y trascienden fronteras, como los ejemplos de El manisero y Aquellos ojos verdes y otras se quedan sin ir más allá de las fronteras, pero todas pasan a ocupar un rincón, en el corazón de varias generaciones.

Ahora bien, los compositores de oficio no siempre logran la misma calidad en una canción tras otra, aunque el oficio es la herramienta perfecta para que la inspiración se plasme en una obra. Silvio Rodríguez cuenta que una vez, estando en casa de su hermana María compartiendo, tomaban unos tragos y el ron se acabó, por lo que Silvio dijo que tenía una botella en su casa y la iba a buscar en un momento, así que tomó su auto y fue a la casa, pero cuando tomó la botella para volver, vio la guitarra, la tomó en sus manos y le salió, casi de un tirón La gota de rocío y cuando regresó a casa de Mary, les cantó lo que había acabado de componer prácticamente en media hora, una canción que no solo ha resistido el paso del tiempo, sino que ha sido amada y admirada hasta el presente.

Cuentan también que a Jorge González Allué, le llevó media hora hacer el texto de Amorosa Guajira, su pieza más famosa, que por cierto es prácticamente la única guajira que se le conoce, aunque pueda haber otras.

En 1975, se hizo la primera Conferencia Internacional de Solidaridad con Puerto Rico en La Habana y la inolvidable Haydée Santamaría me encargó que me ocupara de hacer un disco con canciones a Puerto Rico con canciones de los autores de la Nueva Trova, y que presentaran esas canciones en un acto en La Casa de Las Américas durante la conferencia; uno de ellos fue Pablo Milanés, que salía de viaje, pero me dijo que en la gira iba a hacer la canción, yo le dije que dudaba que fuera a tener tiempo, pero él me insistió en que lo haría.

Llegó del extranjero la noche antes del acto y al otro día lo llamé en la mañana, para saludarlo y decirle la hora de los ensayos y del acto. Pablo calló un instante y me preguntó de qué estaba hablando, por lo que le recordé de qué se trataba y entonces pronunció la frase que me temía: ¡Se me olvidó!...  ¡Ay mi madre! —dije yo— ahora, ¿qué le digo a Yeyé?

A lo que respondió: No le digas nada, yo hago la canción.

¿Para hoy mismo Pablo?, pregunté yo. Y me afirmó: No te preocupes, yo la hago.

El ensayo era a las dos de la tarde y yo lo llamé sobre las 12:00 o 12:30 porque me imaginé que no iba a asistir al ensayo, en efecto, me dijo: Márcame tú, necesito una silla y dos micrófonos para mí y la guitarra.

Le respondí: Bien, pero ¿cómo va la cosa? Y me contestó: Ya tengo la armonía.


Por la noche llegué temprano a la Casa y le pregunté al portero si Pablo ya había llegado, a lo que me respondió que sí, que estaba arriba en el gran salón Che Guevara, donde iba a ser el concierto.

Aún no había nadie en la gran sala; habíamos montado un escenario con un telón de fondo y quedaba atrás un espacio donde estaba el árbol de la vida y el piano. Yo oí la guitarra cuando me acercaba y cuando pasé el telón, le dije a Pablo, que estaba sentado con su guitarra en la banqueta, de espaldas al piano, con la confianza que da el cariño y la amistad: A ver qué basura hiciste.

Él al verme dijo:¡Qué bueno que llegaste! agarra, tómame la letra.

Me dio la hoja de un block y me cantó, sin necesidad de que le rectificara una palabra Son de Cuba a Puerto Rico.

Cuando terminó me miró y yo solo dije: Preciosa, y salí para ocuparme de la preparación del acto, pero realmente para disimular la emoción y el impacto que me causó la muestra de talento extraordinario, que me dejó aturdido.

Yo había musicalizado Canción Puertorriqueña, de Nicolás Guillén y todos los trovadores hicieron canciones que fueron bien recibidas, pero de más está decir que cuando salió Pablo y cantó esa maravillosa canción, puso al público de pie.

Y este es un caso que vale la pena considerar más allá de la muestra de talento y la anécdota, porque se trata de una canción por encargo y hay personas que opinan que una canción por encargo no es igual a una canción que viene de la inspiración repentina o sentimental. No es cierto, el problema está en la identificación y el sentimiento del autor, con el tema que se trate, además del talento indispensable.

La cuestión más importante en el acto hermoso de la creación de una obra artística, es la diferencia que logra un ser humano en un acto universal. Cualquiera puede cantar, pero hacerlo de una forma capaz de provocar aplauso y emoción, ésa tan especial que hace ver a un artista como a un ser querido, no todo el mundo lo logra. Cualquiera puede correr, aunque sea detrás de un “camello” en La Habana, pero no todos tienen la bendición de ser Usain Bolt, ni saltar como Javier Sotomayor. Yo puedo dibujar, un acto de acceso común, pero de ahí a tener el trazo de un Fabelo o la imaginación de un Nelson Domínguez, va una diferencia tan enorme que no se puede medir, al igual que puedo escribir, pero, ¿Cómo Carpentier? sería irreverente solo de pensarlo.

Eso, el hacer de las cosas comunes a todos los seres humanos un acto especial capaz de provocar admiración y entusiasmo, sobre todo para beneficio de la humanidad, que es una de las funciones más bellas del arte, es un verdadero tesoro que tenemos los seres humanos y aunque la inspiración es capaz de llegarle a cualquiera, para que produzca algo duradero, el hacer de ese estímulo especial una herramienta asidua a su obra, es el legado que nos dejan aquellos artistas que con toda razón, se califican como las grandes estrellas.


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