El 6 de septiembre de 1815, Simón Bolívar y Palacios, elaboraba un documento que pasaría a la posteridad como uno de los más trascendentes de la historia de la América Latina.
En la vida de Bolívar, además de este documento, la entrevista y el acuerdo entre él y el presidente haitiano Alexander Petión, un año antes; el Congreso de Angostura que proclamó la República de Colombia en 1819 –a los ojos de hoy, diríamos la Gran Colombia-; la entrevista en Guayaquil con el Libertador del Sur José de San Martín en 1822 y el Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826, serían los momentos claves para su proyecto de integración latinoamericana y caribeña.
Por entonces no se hablaba aún de América Latina –término progresivamente empleado a partir de la década de 1860 y sobre todo, en el siglo veinte- ni mucho menos agregando al Caribe, lo cual ocurriría después de la Conferencia Tricontinental de La Habana en 1966. Bolívar hablaba de la América Española o Hispanoamérica, aunque en sus análisis muchas veces incluía a Haití y Brasil que son latinos, pero no hispanos.
Si en su formación política, filosófica, histórica y moral, Bolívar le debe a su maestro Simón Rodríguez, en lo referente a la integración de lo que después José Martí llamaría Nuestra América, le debe a Francisco de Miranda.
Miranda, quien participó junto a los ejércitos de España y Francia, en la guerra de independencia de las trece colonias inglesas de la costa atlántica de la América del Norte, desde ese momento proyectó su “Incanato de Colombeya”, desde Vancouver hasta Tierra del Fuego. Por entonces, Oregón, la Luisiana y la Florida eran hispanoamericanas y por tanto su Colombeya soñada se extendía desde la cercanía de Alaska.
Incanato, porque pensaba que debía ser gobernado por incas como el Imperio del Tahuantinsuyu, en la América Prehispánica, para darle autoctonía, pero su incanato no sería un imperio monárquico porque tendría dos incas y no uno, además del parlamento, y el nombre de Colombeya, se debía a la memoria de Cristóbal Colón pues consideraba que era su nombre y no el de Américo Vespucio, el que debía nombrar a este continente.
Miranda evolucionó con el tiempo en su proyecto, cambiaría el incanato por la forma republicana y el nombre de Colombeya por el Colombia, pero, de cualquier modo, habló no sólo de independencia de España, de integración y de libertad de comercio, sino también de abolición de la esclavitud, del respeto a las comunidades indígenas y de la igualdad de los indígenas, negros y pardos con los criollos blancos,
El heredero del proyecto mirandista fue Bolívar y lo elevó a su máxima expresión, aunque, después de ingentes esfuerzos no lo lograría por la oposición de pensamiento y acción de Estados Unidos y las potencias europeas y las oligarquías criollas que, sin romper aún los vínculos con España ya se mostraban serviles a los imperios de Gran Bretaña, Francia y el naciente poderío de los Estados Unidos a los cuales entregaron los recursos naturales de las noveles repúblicas y muy lejos de legitimar la igualdad y la unidad, fomentaron la desigualdad, incrementaron el latifundio, el caudillismo, el fraccionamiento político y la pobreza.
Bolívar no logró la independencia de Cuba y Puerto Rico ni la integración hispanoamericana tras el Congreso de Panamá. Su muerte el 17 de diciembre de 1830 fue el dramático final de un capítulo emancipatorio, que quedaría inconcluso. La carta de Jamaica fue el documento base o el programa mínimo de esas ideas.
A inicios del presente siglo, con la Alianza Bolivariana de América-Tratado de los Pueblos (ALBA-TCP) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), comienza a fraguarse el ideario bolivariano y martiano.
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