LA MAESTRA CANTANTE


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 “Es una guajirita exaltada, con toda la fragancia del campo, con palmas, con ceibas, con caminitos, con un geniecillo de gallega que le viene de los padres”.

Teresa Fernández García llegó al mundo allá por la cintura de la Isla, en la comarca santaclareña, cuando trascurría el año 1930.  La vocación por el magisterio y la condición de persona estudiosa culminaron cuando se vio graduada como maestra normalista y doctora en pedagogía. No obstante, la música le revoleteaba dentro de la caja craneana. Así, muy joven la encontramos estudiando piano, pero este instrumento iba a ceder ante el encanto que sobre ella ejercía la guitarra.

 De todas maneras, concluiría siendo “una maestra que canta”, según su propia definición.

 Y llegó el momento crucial

Primer quinquenio de los ´60. Teresita decide incursionar hacia La Grande, como llamamos los no capitalinos a La Habana.

Cuenta con una generosa complicidad: la de las hermanas Martí, integrantes de un dúo sólidamente establecido en el mundo artístico.

Las Martí propician que brinde un recital en Arlequín, una pequeña pero prominente sala de teatro vedadense. Todo sale a pedir de boca. (Quizás como una señal propiciatoria, entre los espectadores, en primera fila, se encuentran Sindo Garay y Bola de Nieve).

 En aquella época Bola se había enseñoreado del espectáculo artístico que se presentaba en el restaurante Monseigneur. Y, sin lugar a dudas gratamente impresionado por la santaclareña, la invita a compartir las presentaciones en dicho sitio. Lo demás… bueno, lo demás en torno a Teresita es historia archisabida.

Se echó al público infantil en un bolsillo. (Anécdota. Su canción dedicada a un gatico nombrado Vinagrito provocó que, a lo largo de Cuba, miles de mininos mascotas de los niños, tuviesen ese nombre).

 Llegaron las giras internacionales. Y terminó de consagrarse con la soberbia musicalización de poemas de José Martí y Gabriela Mistral.

 El adiós

Once de noviembre del 2013. Día malignamente infausto. Teresita trasladó su residencia hacia cierta galaxia que alguna deidad ha destinado a la gente tan adorablemente buena como talentosa.  Ella dejó dicho en una canción y cito de memoria:

 

Alita de cucaracha

llevada hasta el hormiguero.

Así quiero que en mi muerte

me lleven al cementerio.

 

Pero se equivocó tremendamente. Porque el hecho no ocurrió sotto voce, sino inmerso en el llanto multitudinario de todo un pueblo.

 

 


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