Resultado de su formación como bióloga y de un meticuloso trabajo fotográfico que la ocupa desde 2011, María Cienfuegos nos ofrece en El árbol que no me pudieron nombrar, exposición inaugurada recientemente en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, una interesante propuesta que busca adentrarse en la memoria y su fragilidad.
Placas fotográficas e imágenes de vestigios vegetales, de nombres científicos de las plantas y de notas de campo aparecen apresadas y superpuestas en el vidrio de las placas de Petri, ofreciendo distintas capas de lectura en los componentes de la instalación que estará ubicada durante este mes en uno de los salones de la planta baja del CDAV.
Además de “explorar la memoria como un complejo sistema de referentes culturales que se entrecruzan”, según apunta la postal que acompaña a la muestra, esta se refiere a la evolución de la cultura en la Isla, así como al anonimato y a los procesos de visibilidad, de legitimación que tienen lugar en el país.
Para ello se toma como referente la labor que por más de un siglo ha desarrollado el Herbolario Nacional de la Academia de Ciencias de Cuba dando servicio a la botánica, la docencia y la investigación. Particularmente la que despliegan desde hace muchos años sus curadoras Yiya (Berta Lidia Toscano Silva) y Ramona (Oviedo Prieto).
Intencionalmente nombradas de la forma más sencilla en los agradecimientos que ocupan una de las paredes de la sala, estas herederas espirituales de tantos grandes hombres de ciencia del siglo XIX y principios del XX simbolizan el anonimato a que muchas veces condena la elección de lo que socialmente se considera o no importante.
El árbol que no me pudieron nombrar forma parte del programa de la presente edición de Noviembre fotográfico, evento que bajo el auspicio de la Fototeca de Cuba y el Consejo Nacional de las Artes Plástica logra el protagonismo de esa manifestación artística en numerosas galerías de la capital.
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