Segunda parte de la entrevista a Tony Lechuga, prestigioso guionista y director cubano de cine y televisión.
¿Qué programa hacía usted en Televisión Universitaria?
Yo hacía «Saber el mundo», cuyo título a su vez se lo puso Jorge Gómez. Este programa intenté hacerlo con un lenguaje documental, a partir de lo que había conocido en el ICAIC, porque había visto muchos documentales y, aunque yo no tenía la teoría, eso siempre fue un sedimento.
Yo hacía un programa semanal donde, en 27 minutos, abordaba un tema cultural que podía ser la cultura egipcia, la vida y obra de un pintor o un novelista, pero narrado en off por un locutor y con imágenes, o sea fotos, o fragmentos cinematográficos; estamos hablando de que cuando hacíamos un programa y necesitábamos dos minutos de filmación de Nueva York, por ejemplo, había un departamento en el ICRT donde se archivaban imágenes en celuloide, clasificadas temáticamente…era una época de oro, en ese sentido.
En Televisión Universitaria teníamos un fotógrafo, una cámara, un laboratorio de revelado, y yo buscaba libros en las bibliotecas y sacábamos fotos de esos volúmenes; llegué a hacer programas con cien fotos montándolas en atriles, con las que conformábamos las secuencias.
Hice «Saber el mundo» durante años, ya después no lo pude sostener así, y lo hice con un locutor y personas que iban a hablar de distintos temas y se convirtió en un programa con presencia de invitados.
En Televisión Universitaria éramos un colectivo muy unido; en aquellos momentos la dirigía Marta Pérez Rolo, también estaba Germán Piniella, el hijo de Germán Pinelli, que venía de Periodismo, Mireya Crespo, Jorge Gómez, Julio Puente, Eugenio Yáñez, María del Carmen Hernández, y otros compañeros.
En ese colectivo se discutía mucho, se intercambiaba mucho y para mí fue salir del mundo de la pasividad ante la cultura, como puro observador, y entrar a otro mundo, no porque el programa que hacía fuera brillante, sino porque estaba al lado de gente que pensaba y que tenía vínculos muy orgánicos y viscerales con el arte y la literatura, lo que para mí significó un cambio en mi manera de ver la cultura.
En mi programa, yo empleaba fundamentalmente música de la NT, música latinoamericana, no olvides que esa fue la época en que se pusieron muy de moda en Cuba los grupos chilenos y otros de Latinoamérica.
Como te decía, empiezo a vincularme con esta nueva canción con la que Germán y Jorge tenían muy buenos vínculos, y Jorge, además, fundó Moncada.
Estas relaciones me nutrieron, y empiezo a moverme dentro del ambiente de la trova, pues constantemente visitaban el canal algunos trovadores como Vicente Feliú, y Alejandro García (Virulo).
Fue una época muy bonita; tuvimos magníficas relaciones con el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (GESI); el maestro Leo Brouwer nos mandó una vez un caudal de grabaciones que nos fueron muy útiles para trabajar.
A mi modo de ver la nueva canción fue el resultado de muchos factores a nivel internacional; date cuenta que a partir de los 50 el mundo fue distinto con el ascenso de los que eran niños cuando la Segunda Guerra Mundial, surge el cine independiente en Nueva York, la Nueva ola francesa, y otros movimientos culturales que al final fueron rompimientos de maneras de pensar, interpretar y ver la realidad, rompimientos no solo formales, sino conceptuales también y todo eso a pesar de que no había Internet, todo eso caminaba, se movía en Cuba y más con la Revolución, que propició un cambio tan grande y fue admirada por toda la gente progresista, toda la gente que quería un cambio en la vida, en la humanidad. Después del triunfo revolucionario todos estos factores se pusieron de manifiesto en Cuba.
Llegaron aires nuevos, no solo en la música, también en las artes plásticas y otras artes, a lo que aportó innegablemente la Casa de las Américas…, en esos años 60 se cocinaron muchas cosas y entre ellas la Nueva Trova.
¿Cuál es su vínculo directo entonces con la NT?
Bueno, yo no hacía programas musicales, te repito que en mis programas yo a veces, muchas, utilizaba canciones de la NT; por ejemplo, si hacía un programa sobre el Granma, utilizaba algo que muchos no conocen, la «Cantata del Granma», que tiene una canción de Pablo Milanés, una de Sara González y la famosa canción de Silvio: « ¿Qué sabrá mi niño de doce olas…», que se llama «Doce».
¿Cómo tenía conocimiento y acceso a esos temas?
Porque lo respiraba de la gente, del intercambio con la gente que me rodeaba, se vivía esa realidad. La Habana era la Cinemateca, los estrenos de teatro, las numerosas actividades de la Casa de las Américas, era un ambiente cultural muy activo.
¿Qué otras composiciones recuerda que empleaba en sus programas?
Canciones de Silvio, Pablo, Noel, de todos los trovadores; las empleaba para apoyar lo que hacía y las ilustraba, no era que los trovadores las cantaban para el programa, no es que hiciera un video clip o un documental, hacía algo que después se puso de moda con una palabra horrible: «graficar».
Más tarde «Saber el mundo» se convirtió en un programa de participación, entonces Angelito Quintero, Martha Campos y otros trovadores, iban y cantaba sus canciones; también participaban escritores, artistas visuales, etc.
Dediqué un programa «Saber el mundo» a Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano; tomé textos del libro, los ilustré y agregué algunas canciones y terminé con algo que conoce muy poco la gente, la versión de la Segunda Declaración de La Habana del grupo chileno Quilapayún.
Fue un programa muy emotivo y quedó muy bien, porque, además, Galeano es capaz de darle aliento a cualquiera; cuando terminó enseguida me llamó por teléfono Germán Pinelli, y me felicitó, me dejó frío, eso me llegó al corazón; este es un hermoso recuerdo.
Una vez, haciendo ya el programa con participación de trovadores, estaba proyectando un programa sobre Vietnam y hablo con Pablo Milanés, que en ese momento atendía Música en Extensión Universitaria, y le cuento de este proyecto y que me gustaría que fuera a cantar, porque ya él tenía «Como el largo de tus ríos», la canción dedicada a Ho Chi Minh, «Su nombre puede ponerse en verso», y «Yo vi la sangre de un niño brotar» (o ¿Por qué?), y me dijo que sí, que cómo no.
Cuando aquello hacíamos los programas en P y 23, y Pablo fue humildemente, se sentó en una butaquita con su guitarrita, me le hicieron una iluminación maravillosa; cantó esas tres canciones insertadas en el programa y, a la par, se leían poemas de Ho Chi Minh, y textos sobre Vietnam. Fue un programa precioso, ese es uno de los mejores recuerdos de mis programas de televisión vinculado con la trova.
En el año 75, para el Primer Congreso del PCC, llegó a Cuba una unidad de televisión a color de la URSS, y Julio Puente, que había estado también en Televisión Universitaria como director y ya estaba trabajando en el ICR, y era muy hábil, ejecutivo, inteligente, con una formación cultural sólida, me dice: «Tony, ¿por qué no preparas un programa para hacerlo a color?», cuando aquello, de manera experimental se hacía de vez en cuando un programa a color, y le dije que sí.
Se me ocurrió entonces, hacerlo sobre la Historia de Cuba con Silvio; le dije que quería, a partir de cinco o seis de sus canciones, construir, de alguna manera, un recorrido por la Historia de Cuba, que arrancara con «El Mayor», pasara por «Tonada para dos poemas de Rubén» que incluía «La pupila insomne» y «El anhelo inútil», hasta terminar con «Pequeña serenata diurna», y aceptó.
Grabamos en el estudio 2 de Mazón y San Miguel un programa que duró 27 minutos; mientras Silvio cantaba, al fondo se proyectaban imágenes de niños pintando, sobre temas de la historia de Cuba.
Este programa con Silvio a colores salió muy bien, quedé muy satisfecho.
Otro momento muy grato de mi vínculo con la NT fue, cuando ya yo había pasado, como resultado de todo esto a la televisión en el ICRT, porque Televisión Universitaria había desaparecido en los 80.
Me proponen hacer «Donde crezca el amor», la ópera –trova de Angelito Quintero, lo que sería mi ópera prima en ficción en la televisión.
Yo conocía la obra, y se adaptó para el medio y resultó que obtuvo un Coral en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano a finales de los 80, cuando la televisión como modalidad, comenzó a participar en ese evento, que lo hizo por dos o tres años.
¿En qué apartado fue premiado?
Fue premiado en el apartado largometraje para televisión, y por ahí guardo mi Coral.
Para mí fue…, yo ni sabía que estaba compitiendo, porque lo había presentado la televisión. Yo estaba grabando «Hoy es siempre todavía» y me dicen: «oye, esta tarde tienes que ir al Cine Chaplin, a la clausura del Festival, ponte bonito, bien vestido» y me aparecí en el Chaplin; estaba sentado arriba y cuando lo anunciaron me mandé a correr con mi guayaberita, subí al escenario, recogí mi premio y me fui para el Hotel Nacional a celebrar, que cuando aquello era allí la fiesta de clausura.
¿No hizo ningún otro programa con la NT?
Hice uno, jamás se me olvida, con Noel Nicola; ese es otro recuerdo muy lejano.
Había salido uno de sus discos, y se me ocurrió con una camarita grabarle algunas de las canciones de ese fonograma, en la Casa del Joven Creador, donde está ahora el Museo del Ron Habana Club, en la Avenida del Puerto.
Salió un programa de 27 minutos, con Noel cantando sus temas, con fotos y otras imágenes y quedó más lindo que el…, pero bueno, no se conserva como tantas cosas.
Ya después con el tiempo me desvinculé de la NT, pues mi mundo pasó a ser el trabajo, digamos, de las grandes ligas de la televisión, trabajando para niños o en algún que otro trabajo cultural o educacional, después fui fundador del Canal Educativo y ahí me jubilé.
¿Siguió utilizando en sus proyectos temas de la NT?
Sí, generalmente le he echado mano a esas obras, y después en algunas ficciones que hice, cuatro o cinco telefilmes, para «Una calle mil caminos», y a partir de mi jubilación comencé a hacer documentales en la Productora Octavio Cortázar, de la Uneac; hice uno acerca de Carlos Puebla, asociado a la trova.
Tengo entendido que usted también dirigió algunos espectáculos y conciertos…
Sí, participé como director de algunos espectáculos; en una oportunidad en un Festival de la Canción Política, algunos conciertos en la Plaza Cadena de la Universidad de La Habana, y en el Teatro Nacional dirigí una suerte de homenaje a Carlos Puebla.
¿Considera usted que los fundadores de la NT «enseñaron a pensar» a los jóvenes cubanos?
No creo que hayan enseñado a pensar a los jóvenes cubanos; desde que la Revolución arrancó fue una Revolución de jóvenes, y fue la gran escuela de los jóvenes cubanos y de los que no eran tan jóvenes también, porque fue un cambio tan radical que es muy difícil que alguna persona permaneciera sin reaccionar a ese fenómeno extraordinario y a la obra de la Revolución que es inmensa.
Lo que creo es que la NT sí puso a los jóvenes en contacto con una manera diferente de escuchar la música y disfrutarla; les hizo ver que había algo más que bailar, algo más que lamentar un amor que se fue; enseñó a los jóvenes que ella era un caudal nuevo por donde transitaban las ideas, la sensibilidad social, y creo que la NT y sus canciones acercaron a muchos jóvenes a un disfrute de la cultura y la literatura porque si algo distingue a la NT son sus textos y la poesía que encierra.
¿Cuáles mencionaría usted como otros aportes de la NT a la música cubana?
La NT ensanchó, no solo a la música cubana, les proporcionó a los jóvenes un acceso directo a otras formas de disfrutar la vida a través de la cultura.
La música cubana es muy fuerte y se dice que las tres grandes energías vitales de la música popular, que no terminan y cada vez se renuevan más en el mundo, son Estados Unidos, Brasil y Cuba, las tres potencias, los tres lugares en que con más virulencia se fusionaron los elementos que culturalmente llegaron de Europa y de África. Son tres fuentes inagotables, es un don que nos regaló la vida.
La música cubana creció con la NT, pero la NT no le dio terapia intensiva, la música cubana agradeció ese soplo nuevo, ese agregado, porque es tan generosa que es capaz de albergar muchas nuevas maneras de sentir y de querer la música.
Los textos de la NT han permitido a muchos compositores populares crecer sin apartarse de sus géneros, porque, indudablemente, demostró que para hablar del amor, de la vida, no hay que acudir necesariamente a clichés y a maneras gastadas, enseñó a mucha gente a enriquecer su manera de ver la vida.
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