La música en la cultura cubana


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La música popular cubana es única en el continente americano y en sus valores rítmicos inimitables” (Manuel de Falla)

 

La música dio a Cuba la unidad en la Guerra de Independencia, dio la identidad en el trayecto de la cultura cubana y dio la alegría en todos los momentos decisivos del país. Hoy día la música sigue propiciando la unidad con los cubanos que viven en su propio país y residentes en el exterior. A todos nos identifican donde quiera que estemos y, a todos, en determinados momentos nos dio la necesaria alegría.

En los lejanos tiempos de nuestra historia encontramos que nuestra música se hizo sentir desde muy temprano sirviendo como medio de trasmisión de la cultura. Nos dimos a conocer muy temprano en la historia a través de esa música rica, viva y universal.

En la historia de Cuba pasa a través de la música, sus cantantes fueron cronistas de su tiempo, testimonios de una tradición fascinante de síntesis y transculturación.

Si nos remitimos a los tiempos de la colonia, algún periodista o cronista se percataba de lo mismo. Un periódico llamado La Prensa publica el 13 de noviembre de 1842: “La música es sin dudas el arte más seductor, que más liga al hombre con la patria y hasta con los objetos más queridos…por esto hay tanta pasión por los aires nacionales, por eso no hay composición que tanto poder ejerza sobre nosotros, que amamos más que un aire de la patria”.

En la guerra independentista, cuando los cubanos derramaban su sangre a raudales, la música era su mejor apoyo. Ese es un rasgo frecuente en la canción guerrera trovadoresca como tributo a los héroes de la gesta libertadora.

Al finalizar los combates, los mambises organizaban descargas musicales y bailecitos de candil, para animar la vida y unirse en la lucha contra el enemigo colonizador.

El Himno Nacional, de Pedro Figueredo Cisneros (Perucho) cantado por el pueblo el 20 de octubre de 1868, fue como la Marsellesa de los cubanos, un canto de libertad, el clarín de los mambises en días de guerra, en que los cubanos se unían en un ideal: negros, chinos y europeos.

Igualmente resultó: La bayamesa, creada en 1851 con letra de José Fornaris y música de Francisco Castillo Moreno y Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria. El 27 de marzo de 1851, La bayamesa fue estrenada por sus creadores, junto al tenor Carlos Pérez, en una serenata, al pie de la ventana de Luz Casal, esposa de Francisco Castillo. La canción tuvo más tarde diversas letras con sentido patriótico; la cantaban en todos los rincones de la Isla en labios de los mambises que buscaban una esperanza en el triunfo final. ¿No recuerdas gentil bayamesa/ que tu fuiste mi sol refulgente/ y risueño, en tu lánguida frente/ blando beso imprimí con ardor?

La música en Cuba siempre ayudó a difundir mensajes de contenidos positivos que hablen de humildad, tolerancia, solidaridad, igualdad y la  lealtad. Trabaja la flexibilidad, la capacidad de adaptación, el sentido de la sana competencia, se fomenta el trabajo en equipo y la capacidad para luchar por alcanzar metas propuestas.

La música popular de Cuba siempre estuvo fundida a las clases más humildes y sencillas del país. Contó la historia, anunció el tiempo de ser libres en sociedades nuevas. Cabalgó por encima de las geografías, atravesó aduanas y se trasmitió como la pólvora, desde los tiempos de la colonia.  La música cubana se rió de la geografía, pero nunca de la historia. Nuestra música es la mejor unidad política cultural de nuestro tiempo en toda América Latina.

Según nos cuenta la investigadora María del Carmen Barcia, para los negros esclavos que vinieron de África, su música representaba algo más que un entretenimiento estético, era su memoria ancestral. A través de los tambores se comunicaban como “tam tam”, aprovechando los valores tonales característicos de las lenguas dichas por los pueblos de África. Por medio de la tradición oral, conservaban sus tradiciones, reproducían sus cantos, bailes y músicas. Al cantar o recitar sus canciones, como las salmodias cristianas estaban plasmando su vida propia, todo esto era consustancialmente religioso y mágico dentro de una función sacerdotal. Relataban su vida anterior, a través de leyendas, cuentos, fábulas y parábolas y las representaciones en danzas, era un verdadero espectáculo en el cual intervenían la pantomima, la música, el canto y el baile eran su épica, reproducían los relatos mitológicos, las fábulas y los cuentos a la manera de sus tierras de origen.

Para los hispanos que llegaron en masa, la música que trajeron les sirvió para “enraizarse”, para fecundarla con los nativos, los africanos y el mundo americano. Cuba supo devorar lo importado y hacerlo “sistema propio”, como decía el esteta cubano Orlando Taxonera.

La habanera y las danzas criollas (amulatadas) fueron el primer mensaje musical de la cultura cubana que conocieron en Europa y en toda América. Alimentamos a todo el continente con esa música: El tango, la samba, el merengue, la danza mexicana y hasta el jazz.

La habanera Tú, de Eduardo Sánchez de Fuentes dio a conocer nuestro segundo himno con ánimo patriótico; Siboney de Ernesto Lecuona, mostró al mundo la raíz indígena que tenemos; El manisero de Moisés Simons abrió el camino de la difusión internacional de la música latina; La Guajira guantanamera de Joseíto Fernández, difundió con mucha fuerza los Versos Sencillos, del Apóstol de Cuba; la larga lista de canciones campesinas nos dio a conocer nuestra herencia campestre; la música de origen africano nos dio la potencia ritmática que ha invadido al mundo.  

Siempre estaremos en deuda con todo lo que la música aportó a la cultura cubana; a ella le debemos mucho, a ella le debemos tener una de las más potentes culturas del mundo occidental.

En los tiempos modernos, en la era de la industrialización, en la que la cultura se estandariza, en los que la cultura se hace imprecisa, la música más auténtica y genuina es la que nos mantiene con una identidad a toda prueba.  “Sin música seríamos pueblo sin alas”, escribió el Indio Naborí.

 

             

 


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